La guerra de Rusia contra Ucrania se ha constituido en algo rutinario al que el mundo paulatinamente se ha ido acostumbrando, incluso los rusos. Ni la ofensiva relámpago de Putin, con la que proyectó ocupar Ucrania como los alemanes lo hicieron con Polonia en 1939, ni las acciones de la poderosa OTAN con las que se pensó que se podía neutralizar al zar, tuvieron resultados y la guerra continuó.
En Moscú la guerra se siente muy poco y las actividades se desarrollan normalmente: los restaurantes y los conciertos están colmados, los almacenes tienen excelentes ventas; lujosos automóviles continúan circulando y, los guardaespaldas de los magnates irrumpen por todas partes antes de la llegada de sus patrones.
Putin ha echado mano a la incorporación de reclutas en zonas marginales y deprimidas de Rusia, con el ofrecimiento de salarios mucho mayores de los que recibían. Ahora buena parte de los rusos respalda la guerra, convencidos de que Putin tiene la razón. Muchos consideran, además, que deben defender a la patria de la amenaza de la OTAN y de los Estados Unidos.
Jefes de estado, cancilleres y militares de los países de la OTAN se reúnen frecuentemente para acordar nuevos envíos de armamentos y recomendar tácticas a Ucrania, mientras que el presidente Volodímir Zelenski, exige todos los días más armas y recursos.
Se suceden las ofensivas y las contraofensivas con el resultado de más de 200.000 muertos repartidos entre los dos bandos. Las mediaciones y los buenos oficios proliferan sin resultados. Se ha vuelto una guerra “crónica” en la que nadie sabe cuál será el epílogo.
En Colombia parece que nos estamos acostumbrando. No obstante que estamos en medio de la ‘paz total’, con negociaciones con grupos armados de diferentes denominaciones, la gente se siente insegura y amenazada. Los bandidos se mueven sin mayor problema por las carreteras, por las calles y por amplias zonas del país, secuestrando, asesinando, robando y extorsionando. La disculpa es que no hay denuncias y que, de todas maneras, de acuerdo con las disposiciones vigentes, ocho de cada diez capturados son puestos inmediatamente en libertad.
A la gente poco le importa que el que lo asalte sea miembro de un grupo armado, de una banda de delincuentes o que actúe individualmente. Lo que espera es que no le suceda. Pero como se sabe que eso no es posible, como pasa con los rusos, poco a poco se va acostumbrando.
Por eso, los restaurantes costosos viven repletos; las boletas para conciertos de bandas exóticas, a precios que superan un salario mínimo, se agotan rápidamente; vehículos de alta gama circulan por todo el país; ni los aeropuertos ni las líneas de aviación dan abasto; mientras que los guardaespaldas se encuentran por todas partes.
Aquí pasa algo parecido a lo de Moscú: la gente está asimilando el conflicto perenne en que estamos inmersos. Con la diferencia de que la guerra en Rusia es temporal y está en la periferia, mientras que aquí la inseguridad es permanente y está a la vuelta de la esquina y en cada recodo del camino. Además, el narcotráfico y la minería ilegal que cooptaron a Colombia, contagiaron al Ecuador. El asesinato de Villavicencio es una campanada.
Ojalá que no nos pase lo mismo que a muchos parisinos durante la Segunda Guerra Mundial, que pocos días antes de que las divisiones alemanas entraran a París, en los cabarets, caballeros con frac y damas con vestidos largos, danzaban con excelentes orquestas y buena champaña. Incluso algunos decían que, ante la grave situación, era mejor que entraran los alemanes…
No se imaginaron lo que se les venía encima… el precio que pagaron fue inmenso.