Liliana Segre tiene 92 años. Fue internada y esclavizada en el campo de concentración nazi en Auschwitz a los 13 años. Sobrevivió porque tres veces superó la selección: las mujeres desnudas desfilaban ante matones alemanes armados que decidían con un gesto quien vivía y quién moría. Es la personalidad judía más acatada y connotada de Italia. Es senadora vitalicia, honor que se confiere por altísimos méritos sociales, científicos, artísticos y literarios. Cada presidente de la república italiana puede nombrar un máximo de cinco senadores vitalicios.
El actual presidente, Sergio Mattarella, solamente ha designado una senadora, Liliana Segre, una de las últimas voces de la Shoá o Shoah (catástrofe) en el mundo. Han sido homólogos suyos el célebre arquitecto Renzo Piano, el director de orquesta Claudio Abbado, la premio nobel de Medicina Rita Levi-Montalcini, también judía, y el dueño de la Fiat, Gianni Agnelli. Durante 30 años, Liliana Segre habló en las escuelas italianas para no dejar olvidar los horrores del Holocausto. Pero lo hizo solo desde los años noventa, después de decenios de silencio. Nació en 1930 en Milán y en 1938, por cuenta de las leyes raciales de Mussolini, no pudo volver a la escuela.
“Te expulsaron de la escuela porque somos judíos”, le anunció su papá. Su madre había muerto cuando ella tenía un año. En diciembre de 1943, ella y su padre, Alberto Segre, lograron cruzar la frontera suiza, pero un guardia decidió que no eran refugiados sino impostores y los devolvió a Italia. Pasaron 40 días en la cárcel de Milán. Algunos presos decían que Mussolini no permitiría que ciudadanos italianos fueran deportados. Finalmente, fueron deportados en vagones de ganado el 30 de enero de 1944 desde la plataforma 21 de la estación central de Milán. Todos lloraban. No había agua ni alimentos. No sabían la hora porque les habían robado los relojes. Al llegar a Auschwitz, siete días después los descargaron a la fuerza y la separaron de su padre, que fue asesinado el 27 de abril. Tenía 43 años. En mayo fueron detenidos en la provincia de Como sus abuelos paternos, asesinados el mismo día que llegaron a Auschwitz, el 30 de junio.
A Liliana Segre le tatuaron en el brazo el número de la muerte 75190 y la obligaron a realizar trabajo esclavo en una fábrica de municiones. Reducida a un esqueleto, sobrevivió el traslado a otros campos de concentración y fue liberada el 1 de mayo de 1945 por el ejército soviético. De 776 niños italianos menores de 14 años deportados a Auschwitz, sobrevivieron 25. Después del Holocausto, regresó a Italia a vivir con sus abuelos maternos. Nadie quería escucharla. “Era muy difícil para mis parientes vivir con un animal herido como lo era yo: una jovencita que venía del infierno, de la cual se esperaban docilidad y resignación. Pronto aprendí a guardarme mis recuerdos trágicos y mi profunda tristeza”, escribió. Se casó en 1951 con un preso político católico que también sobrevivió a los campos de exterminio nazi. Tuvo tres hijos. En 2020, la Universidad de Roma La Sapienza le confirió un doctorado honoris causa, que ella dedicó a su padre, Alberto Segre, “asesinado por la culpa de haber nacido judío”.
En entrevista de hace unos días le preguntaron a Liliana Segre si todavía había necesidad del antifascismo. Su respuesta es elocuente: “Mi papá tenía un único hermano, que era un fascista de la primera hora. Estaba convencidísimo del fascismo, tanto que pertenecía a un grupo que en Milán tenía un lugar de reuniones. Había un continuo intercambio de ideas entre mi papá, que era profundamente antifascista, y el hermano amadísimo, porque eran dos hermanos que se querían mucho, y en esas discusiones había una diferencia tan enorme, pues mi tío se había casado vestido con la camisa negra. Después de años de conflictos fraternos y a veces no fraternos, mi tío, en 1938, recortó de las fotografías del matrimonio –se había casado en 1937– la parte donde él aparecía en camisa negra. Parecía que mi tía se hubiera casado sola. Mi tío, después de que perdió toda su familia por las leyes raciales, por las leyes racistas, vivió muchos años más y tuvo que vivir con el remordimiento espantoso de haber adherido con gran entusiasmo al fascismo.
La juventud de esa época estaba enloquecida por ser fascista. Terminada la guerra, él tuvo que hacer frente al fascismo, que le había matado en Auschwitz, por la culpa de haber nacido, el padre, la madre y el único hermano. Si me preguntan si existe todavía el antifascismo, espero que sí, recordando la desesperación de mi tío hasta el último día de su vida, pues todas las noches en sus pesadillas trataba de bajar del tren de la deportación a su papá y no lo lograba. Espero que exista todavía el antifascismo”.