En la guerra siempre hay daños y consecuencias indeseadas y es la población civil la que más las sufre, algo que no debemos normalizar ni condonar.

Hamas, posiblemente Hizbullah desde El Líbano y otros actores armados, pretenden aniquilar al estado israelita y a su población, doblegarlos y hacerlos salir del Medio Oriente. No admiten treguas ni reconocen los derechos humanos de sus enemigos. Son organizaciones fundamentalistas, radicales y terroristas que se resisten al diálogo como posibilidad. Están inmiscuidas dentro de una población palestina que, clamando por ser nación, tener libertad y autodeterminarse, se debate entre su disgusto por ellos y la propia Israel. Por mucho tiempo han vivido en condiciones difíciles y sentido que su opresor es el estado judío. Lo culpan de sus males, muchas veces con razón y otras sin ella, al control que mantiene en los territorios Palestinos.

Del otro lado está Israel que por más de 70 años ha tenido que librar varias guerras contra naciones de la liga árabe y organizaciones terroristas que son financiadas por algunos estados soberanos. Viven en alerta, doblegados por el sentimiento de que en cualquier momento pueden ser víctimas de un ataque desde dos fronteras, que afectaría principalmente a la población civil. No es propiamente una guerra simétrica.

Las situaciones humanitarias en la Franja de Gaza y Cisjordania son catastróficas: no tienen libertad de movimiento, y el desempleo y las necesidades básicas insatisfechas cada vez crecen más. Las respuestas a los recientes ataques contra Israel han desencadenado una crisis profunda y los bombardeos han dejado a demasiados palestinos llorando a sus seres queridos.

Así que nos encontramos de vuelta en esta encrucijada, en la que ambos lados aparecen envueltos en una guerra sin salida y seguramente seguirán cometiendo los errores de un conflicto asimétrico. Morirán más personas, habrá más mutilados y todo un pueblo seguirá perdiendo sus esperanzas y, con su entendible odio creciente, pidiendo el sufrimiento y aniquilación de sus aparentes enemigos.

La solución no es sencilla. El mundo lleva décadas clamando por la coexistencia en paz de dos estados. Nuestro sueño es ver a Israel y Palestina, libres, democráticas, con garantías de desarrollo y movimiento de sus ciudadanos, con territorios reconocidos, sin la influencia y el yugo de organizaciones radicales.

Ello supone un freno a la manera como Israel enfrenta el conflicto, confiando más en sus vecinos y volviéndolos aliados, rompiendo la doctrina actual, dejándose ver menos revanchista y recogiendo el despliegue de poder desproporcionado frente a Palestina, obviamente con el cuidado de no exponer sus fronteras.

Para que esto funcione, el Medio Oriente debe hacer un ejercicio de pragmatismo y madurez política que hasta ahora, con excepción de los acercamientos de Egipto, ha sido incapaz de lograr. La Liga Árabe debe asumir el liderazgo de los Territorios Palestinos y emprender un camino para hacerlo un estado próspero, y garantizar, entendiendo que será un proceso largo y habrá impases, la seguridad de Israel frente al riesgo terrorista. También debe llamar al pueblo árabe y musulmán, mediante pedagogía, a entender que la solución no es eliminar a Israel, y que una paz para toda la región solo se logrará cuando delimiten estos espacios de convivencia y declaren a los terroristas y fundamentalistas como los verdaderos enemigos.

No es Palestina el enemigo de Israel ni los judíos son los enemigos de los palestinos.

Esos pueblos están enfrentados por una retórica y sus consecuencias nefastas que los han enemistado.

Los líderes de los estados árabes no han asumido la responsabilidad de hablar sin tapujos o cálculos políticos sobre lo que debe suceder en la región ni de invitar a Israel a ser un miembro del vecindario y ofrecerle seguridad y confraternidad. Pero tampoco Israel ha sabido entender la idiosincrasia de sus hermanos árabes y bajar la cabeza cuando ha sido necesario.

Hay muchas culpas y errores de ambos lados. Insistir en ellos hará que nos sigamos concentrando en la búsqueda de responsables del cohete que calcinó el hospital la semana pasada o en el de mañana o el de la semana entrante. La guerra y la falta de capacidad de vivir en comunidad son los verdaderos culpables.

Debemos entender que al final las fronteras geopolíticas son divisiones recientes que no pueden ser fuentes de conflictos y que el territorio no es de palestinos ni de israelíes, pues vivimos prestados en esta madre tierra por un rato, y nos debemos a ella; no al contrario.

La solución demanda creatividad, ingenio, desapego. Consiste en deponer los odios y permitir a mi vecino que lleva 70 años mal viviendo a mi lado, prosperar aun cuando no lo soporte o comulgue con sus costumbres. Supone que los hombres (y desafortunadamente casi ninguna mujer) en posiciones de liderazgo en el Medio Oriente se sienten a garantizar la hermandad y seguridad en la región, en un marco de condiciones respetuosas y compromisos de acatamiento. Exige al mismo tiempo el abandono de posiciones extremas.

Los pequeños hombres usan el miedo, la mezquindad y la venganza para mantenerse en el poder y librar en su nombre la guerra. Los grandes hombres obran con firmeza pero siempre dispuestos al diálogo, al sacrificio y a reconocer sus errores.

De nuestra parte debemos tener empatía e intentar entender a ambas partes de esta confrontación que lleva décadas gestando tristes desenlaces, sin pretender saber más que sus protagonistas o reducir algo tan complejo a la culpabilidad de un sector u otro.

Nuestro aporte debe ser el llamado a la cordura, al pragmatismo, al respeto por la vida y los inocentes, y claro, a la condena del terrorismo en todas sus formas. Esa ha sido la tónica de la ciudad de Barranquilla, a donde migraron ciudadanos de ambas fronteras huyendo de las guerras y las tensiones y no solo encontraron un refugio plácido para sus hermosas familias, sino que levantaron pujantes empresas que nos ayudaron a hacer mejor y más grande a nuestra ciudad. Aquí han sabido convivir, trabajar juntos y ayudar a otras comunidades, sin perder de vista sus diferencias, en señal de que sí es posible una paz duradera y sostenible.

Desde Barranquilla, entonces, pedimos la vinculación de todo el Medio Oriente a la búsqueda de una solución para que asuma con decisión la causa de una palestina libre y de un Israel reconocido, no como un eslogan de campaña, sino como un propósito de acción y administración que podría costarles, inclusive, popularidad y prestigio a algunos líderes, pero que con el pasar del tiempo les reservará un lugar en los anales de la historia por el sacrificio en favor del bien colectivo.

Jaime Pumarejo Heins

Alcalde de Barranquilla.