Luz Fabiola Rubiano estaba apostada en una esquina de la plaza de Bolívar de Bogotá. Era parte de una marcha que ese 22 de septiembre se realizaba en contra de la reforma tributaria del recién elegido presidente Gustavo Petro. Al ser abordada por una periodista sobre las razones por las que protestaba, Rubiano se despachó en improperios contra la vicepresidenta Francia Márquez: “El simio ese, como puso un millón de votos, se considera la urraca del paseo… ahora los simios gobernando… ¿Qué educación puede tener un negro? Los negros roban, atracan y matan”.

De inmediato, las imágenes se hicieron virales y se pidió localizar a esta persona que insultó de esa forma a la vicepresidenta y, de paso, a toda la población negra. Lo que vino después es de conocimiento público. Francia Márquez denunció a Rubiano por los delitos de hostigamiento y actos de discriminación. No quiso conciliar. Como resultado, esta semana se conoció el fallo: Luz Fabiola Rubiano fue condenada por el Juzgado 39 Penal de Conocimiento de Bogotá a 44 meses de prisión. Por haber aceptado cargos, la sentencia se redujo a 17 meses.

Muchos dijeron que la condena era excesiva o que la vicepresidenta ha debido conciliar como una muestra de reconciliación. Pero no. Esta condena marca un precedente absolutamente necesario en nuestro país.

Con el surgir de las redes sociales y la posibilidad de dirigirse de manera directa a cualquier persona, ha crecido la sensación de que hoy todos tienen el derecho de increpar a cualquier ser humano a través de las redes. Esta libertad ha generado la falsa sensación de que esta conversación virtual, al no tener intermediarios, tampoco tiene límites. Y así ha crecido también la agresión a los periodistas, la comunidad LGBT, los opositores políticos, los migrantes y, sin duda, con la llegada de Francia Márquez a la vicepresidencia, ha crecido también el insulto racial.

Esta violencia cada vez más pasa del universo intangible de las redes a la vida real, bajo el errado concepto de la libertad de expresión.

Un episodio similar al de Francia Márquez se vivió hace poco con el congresista Miguel Polo Polo, a quien Milton Fabiani, quien se identifica como @MacSubersivo, lo abordó también en la plaza de Bolívar y, mientras lo filmaba, le gritó: “Vean la vergüenza de los indígenas, la vergüenza de los negros; la mascota de Polo Polo, la basura esta. No le da pena decir tanta mentira, qué vergüenza, cada vez está más blanquito y que representa la comunidad indígena...”. Y siguió: “Acaso es Dios… es un pobre miserable, un pobre majadero, vean a la basura que me acabo de encontrar. Polo Polo, saludos de la gente, le dicen que es un hijueputa vendido, que es un ignorante, se operó la nariz la reina esta, basura inmunda, mascota de los paramilitares”. Fabiani es un activista político que actualmente promueve la candidatura de Gustavo Bolívar.

Ni qué decir del actual aspirante al Concejo de Bogotá Daniel Mendoza, creador de la serie Matarife. Hace pocos días publicó una foto del capturado Arturo Char junto al candidato a la alcaldía de Medellín Federico Gutiérrez con este mensaje: “Estos dos narcos, socios y amigos, festejan la alianza entre La oficina (de Envigado) y el Clan Char, dos peligrosos carteles que tienen sólidos cimientos en la institucionalidad, gracias a políticos como estos. @FicoGutierrez quiere volver a ser alcalde. Medellín sabe a quién representa este traqueto”. ¿Se puede llamar narco, traqueto, vergüenza de los negros, paramilitar a cualquier persona, de forma impune, bajo el argumento de la libertad de expresión? Los insultos, las estigmatizaciones, las agresiones crecen sin que existan límites, y cuando se reclama la respuesta es la misma: “Libertad de opinión”.

Capítulo especial merecen dos mujeres que han recibido todo tipo de agresiones en los últimos días. La congresista Katherine Miranda, a quien un tal Pedro Díaz le escribe, por ejemplo: “A la prostituta homosexual mediocre Katherine Miranda le dieron por…. los urriburos… como buena perra vive arrodillada”. Y la directora de este medio, Vicky Dávila, a quien no alcanzaría ningún espacio para describir las agresiones que a diario recibe, pero con la preocupante situación de que hoy ya hay pancartas en las calles en las que la tildan de paramilitar; estigmatización que ha sido reproducida por miembros del ELN.

Lo peligroso de todo esto es que estas agresiones vienen siendo amplificadas por algunos de los que, según la última encuesta de Cifras y Conceptos, lideran la opinión como nativos digitales. Y muchas de estas réplicas se convierten en bolas de nieve que multiplican las agresiones contra las personas que mencionan.

No puede permitirse que bajo el falso argumento de la libertad de expresión se siga traspasando el límite de lo criminal. No caben dentro de la libertad de expresión los comentarios racistas, amenazantes, que atentan contra la dignidad humana, la honra o el buen nombre y mucho menos cuando incitan a la violencia. Lo ha dicho la Corte Interamericana de Derechos Humanos y lo ha reiterado nuestra Corte Constitucional.

Por eso, son necesarias condenas como las de Luz Fabiola Rubiano o intervenciones como la de la Fiscalía cuando se amenaza de muerte a alguien a través de redes, como ocurrió hace poco con la amenaza hecha a Andrea Petro, hija del presidente Petro.

Es hora de que estos líderes digitales, el presidente mismo, y todos los que tienen algún tipo de injerencia en la opinión entendamos la responsabilidad inmensa que nos cabe en lo que está ocurriendo. No más réplicas a las agresiones, no más incitación a la violencia contra otros en las redes, no más comentarios discriminatorios y violentos contra las personas.

Y eso que aquí no hemos hablado del daño a la salud mental que todo esto está ocasionando.