Van a reventar. Lo suyo se volvió un trabajo-basura. Mucha palmadita en la espalda, muchas gracias, gracias, pero a la hora de la verdad, la sociedad les da una patada. Y en estos tiempos de pandemia, sus condiciones laborales se volvieron mucho más sacrificadas. Viven extenuados, estresados, agotados mentalmente y aburridos.

A muchos les toca aprender sobre la marcha cómo atender en cuidados críticos, hay pediatras en urgencias de pacientes adultos y, por si faltara poco, además de duplicar o triplicar el número de enfermos en las ucis que deben cuidar, están alarmados porque no cuentan siempre con varios de los medicamentos imprescindibles en dichas unidades.

Ya empiezan a faltar los relajantes musculares para sedar antes de entubar, así como un ansiolítico clave: el midazolam. Es tan grave la situación que para la anestesia se ven a veces obligados a recurrir a medicinas obsoletas que habían dejado de usar debido a sus malignos efectos secundarios.

Lo frustrante es que a estas alturas de la crisis y cuando aún les queda por delante otro año parecido al vivido, ya no debería servir de excusa la cantaleta de que se trata de una situación especial y temporal, impuesta por la guerra contra el virus. Las injusticias que soportan los médicos vienen de tiempo atrás, y no parece que el Gobierno nacional ni el truculento sistema de salud vayan a extirparlas.

Ante ese paisaje desolador, más de uno podría preguntarse si merece la pena estudiar Medicina hoy en Colombia. Y a juzgar por los reclamos que escuchamos a diario, quizá habría que responder que sin una vocación de monja y un espíritu de mártir asceta, mejor abstenerse de gastar más de 100 millones para obtener un título que otorga el derecho a que te maltraten. Además, si aspira a especializarse, sume otra cifra parecida o superior, y siempre y cuando logre uno de los escasos cupos disponibles.

Lo absurdo es que mientras el país necesita médicos en multitud de especialidades, las plazas sigan siendo pocas por no existir la infraestructura suficiente para formarlos. Y no todos los procesos de selección de estudiantes de especialización son limpios. Hay denuncias de que con frecuencia los asignan por palancas y por plata. Sin olvidar la fuga de cerebros, ya que no regresan muchos de los que hacen el esfuerzo de especializarse en el exterior.“

¿A qué te devuelves?”, me pregunta un joven médico. “¿A un mal sistema de salud? Te toca trabajar muchas horas y, en varios sitios, puedes llegar a que se te junten dos turnos de 24 horas, y todo para que luego te paguen mal o regular, o incluso demoren meses en pagarte. ¿Regresas para soportar los atropellos y la violencia contra los médicos?”.

Ahora que están en primera línea de fuego y todos somos conscientes de que los necesitamos más que nunca, me temo que se desaprovechará la ocasión de cambiar sus precarias condiciones laborales, mejorar la vida de perros que la mayoría soporta y rebajar los astronómicos costos de su educación.

Recuerdo que hace unos años, estando en el rico pueblo petrolero Puerto Gaitán, me enteré de que necesitaban médicos y ofrecían un salario de 5 millones de pesos. Me pidieron que lo difundiera porque no conseguían interesados. Enseguida llamé a un amigo que acababa de graduarse y buscaba trabajo. Era, creía yo, una gran oportunidad. “No merece la pena aplicar. Si nadie va a allá, será porque la gente debe saber que pagan los primeros dos o tres meses y nunca más”, fue su respuesta. Desconozco qué ocurrió con las vacantes, pero tampoco me extrañó la falta de interés dada la cantidad de lugares en donde encuentro personal sanitario en pie de lucha porque les deben salarios atrasados de hasta más de un año.

Pero su calvario no se limita a que en algunos sitios les roben los honorarios y que la corrupción devore los fondos que deberían destinar a ellos y al sistema sanitario. También se quejan de las cooperativas que se van imponiendo y que amenazan con hacer más precaria aún su situación laboral y bajar la calidad del servicio. En lugar de formar equipos médicos y mejorar el capital humano, hay hospitales que prefieren recurrir a la tercerización. Escogen no tener un personal propio y contratar empresas que ofrecen médicos de todas las especialidades. Adiós, por tanto, a la formación de capital humano, a los equipos de muchos años que son los que forjan la excelencia médica. Ello unido a que los enfermos quedan expuestos a una alta rotación del profesional que les hace el seguimiento.

Lo expuesto son solo unas pinceladas de un cuadro siniestro. Y un último mensaje a los novatos que sueñan con el aprendizaje en los hospitales en su internado y R1: sepan que emplearán alrededor del 70 por ciento de su tiempo en rellenar formularios.

NOTA: Crece la indignación en Ocaña por el inaudito y vergonzoso fallo del Tribunal Administrativo de Norte de Santander que obligó a la Superintendencia de Salud a interrumpir la intervención del hospital Emiro Quintero Cañizares, corroído por la corrupción. Deberán reintegrar al gerente Jairo Pinzón. Así es imposible avanzar. Qué horror de justicia.