En la simpleza que caracteriza a nuestro debate electoral, la idea de construir una primera línea de metro continúa dominando los discursos de quienes aspiran gobernarnos, buscando así generar pasiones entre un electorado a veces incauto y en ocasiones manipulable.
Ciertamente es necesario que hagamos dicha obra, la cual representa un desafío monumental en sus actividades de diseño, licitación, contratación y construcción. Es claro que debemos avanzar en el mejoramiento de nuestra infraestructura, haciendo inversiones de gran envergadura en los diferentes modos y buscando tener un sistema de transporte público de alta calidad y baja huella ambiental.
Sin embargo, es igualmente cierto que el proyecto de hacer una única línea de metro, siendo un paso importante en la dirección correcta, es marginal en su impacto de corto plazo. Después de invertir más de 10 billones de pesos, esta línea (sin importar si es elevada o subterránea) moverá poco más del 5 % de los viajes que se hacen en la ciudad. Esto significa, y es bueno que lo sepamos, que la mayoría de los bogotanos no sentiremos mejora alguna en nuestra calidad de vida o en las condiciones de movilidad.
Lo anterior es común para las intervenciones urbanas: no hay solución única ni fórmula mágica. Es la buena planeación de largo plazo, siendo la suma de muchas partes y elementos, la que logra el avance de las ciudades. En el caso del metro, su verdadero impacto no se materializará hasta que exista una red de múltiples líneas interconectadas con Transmilenio, el SITP y los servicios de transporte regional. Y esto implica un plan a varias décadas con inversiones bastante más cuantiosas.
En tal contexto yo encuentro irrisorio e irresponsable que, como parte de sus propuestas, candidatos a la Alcaldía Mayor y al Concejo Distrital le otorguen un alto nivel de prioridad y visibilidad al proyecto en mención. Bogotá es más que eso. Bogotá es más que 25 kilómetros de obras puntuales. Los bogotanos necesitamos y merecemos un mejor y más sofisticado liderazgo.
Lo más grave en este sentido es que al verse copada la agenda del debate público en esta discusión, dejamos de hablar de lo realmente importante. La conversación sobre el futuro de la capital del país debería estar centrada en las propuestas sobre el modelo de ciudad sostenible que necesitamos para competir en las realidades del siglo XXI.
Ojalá nuestros futuros gobernantes se enfocaran en contarnos cómo es que van a mejorar la calidad del empleo y reducir la informalidad o qué van a hacer para modernizar a la Universidad Distrital. ¿Cómo lograrán que Bogotá deje ser un mal referente en contaminación atmosférica mientras evitan que los procesos de renovación urbana sean promotores de desigualdad? Y de paso que nos cuenten, ¿cómo van a evitar la especulación en el precio del suelo urbanizable y cómo van a generar la reglamentación complementaria al Código de Policía?
La lista es mucho más larga y aún estamos a tiempo de conocer a fondo sus propuestas. Queremos entenderlas y debatirlas. La mía es una sola: no hablen más del metro.