Residen en un anillo de seguridad, protegido por Policía y Ejército. No se aventuran a abandonarlo ni siquiera para comer un simple pollo asado en la zona rosa. Salen del recinto cuando es imprescindible, rodeados de escoltas. La vida en Saravena, corazón del ELN en Arauca, sigue siendo un martirio para el grupo de ciudadanos amenazados en razón de su profesión y no quieren o no pueden desplazarse a otra localidad. En el vecino Fortul, son elenos y disidencias Farc-EP las que atan cortito a la población y a sus gobernantes. Lo mismo ocurre en Arauquita y otras localidades. No creo que haya un mandatario en el departamento de Arauca que no pague de alguna manera un porcentaje de su presupuesto a la guerrilla para que lo dejen trabajar. Y que deba ser medio mudo, ciego y sordo a sus atropellos, salvo en la capital.

El gobernador Facundo Castillo conoce a fondo cómo es la vuelta. Un día debería explicar al país los secretos de esa tóxica convivencia con el ELN, depredador del erario. Aunque no creo que se atreva. Mejor callar y cumplir las exigencias. “Hay que aprender a vivir en estos lugares”, me dijo un habitante de zona roja.        Debemos admitirlo. Los bandidos ganaron. Y no solo en Arauca. Guerrillas y bandas mafiosas, herederas de los paracos, controlan vastas regiones y siguen ampliando sus dominios. Cada día son más fuertes, lo constato en mis viajes por esa otra Colombia. No solo lo digo ahora por el paro armado, fácil de imponer con amenazas, cero escrúpulos para matar y destruir bienes, y ausencia del Estado. También lo afirmo por la debilidad de las Fuerzas Militares y la precariedad de la justicia en esas áreas, así como por las voces que siguen justificando la existencia de las guerrillas, apoyadas en argumentos falsos y corroídos, que difunden a coro santistas y extrema izquierda: Que Duque y los enemigos de la paz azuzan la guerra; que si están detrás de los asesinatos de líderes sociales y exfarianos, junto a las Águilas Negras, banda que solo existe en su imaginación; que no quieren invertir en el futuro de los excombatientes... Ante tamaña hostilidad, alegan, empujan a los violentos a tomar las armas para defenderse y exigir sus derechos. Lo triste es que saben que esa carreta es basura, que la paz la quieren todos y que la inmensa mayoría de los asesinatos los cometen el ELN, EPL, Farc-EP y bandas mafiosas reales, Caparrapos y Gaitanistas, entre ellas. Matan a quien se oponga a su presencia, como la lideresa Cristina Bautista, asesinada por Farc-EP; por rechazar la coca y la minería ilegal; por quedar en medio de la disputa por las rutas del narco o porque continúan delinquiendo. Siguiendo esa ola de mentiras, en el partido Farc llegaron al extremo de lograr que Timochenko cambiara la versión sobre los dos exguerrilleros –Guambi y Conejo– que alias el Paisa envió para matarlo. Pero en el seno de dicha agrupación conocen que eran los únicos sicarios de peso que le quedaban vivos a ese gran matón y principal lugarteniente de Iván Márquez.  En la Fuerza Alternativa del Común sentó pésimo que su jefe agradeciera a policías y militares que le salvaran la vida, pese a que supuso dar de baja a los pistoleros al descubrir la trama. Es comprensible que las familias de ambos fallecidos los presentaran como bondadosos seres humanos, cuando eran asesinos despiadados que el año pasado, sin ir más lejos, segaron la vida de dos hermanos. Si hubieran logrado su propósito de aniquilar a Timochenko, los mismos que le aconsejaron modificar su testimonio saldrían a gritar que Duque era el responsable en su afán de torpedear la pazSantos que tanto entusiasma en el Hay de la plácida Cartagena.   Y aunque jamás lo reconocerán, también saben en dicho partido que fueron hombres del Paisa los asesinos de John Fredy Álvarez y Mireya Hernández en Algeciras, en enero.   Haciendo un inciso, llama la atención, y querría preguntar a Timochenko, por qué los exguerrilleros se empeñaron en instalar casi todos los ETCR en corredores del narcotráfico que se disputan las bandas criminales y suponen un alto riesgo.

Lo evidente es que este conflicto entre narcos de todo pelaje se salió de las manos. Santos hizo una pésima política de posconflicto, inventando un ministerio cargado de humo para dar contentillo a su comité de aplausos extranjero. Y este Gobierno no ha podido contrarrestar el enorme empuje de unas bandas criminales cuyo único fin es acumular dinero. En San Vicente del Caguán, que pasó de 72 veredas a cerca de 400, obligan a deforestar selva para sembrar coca; las vacunas a los legales no son suficientes. Y en el norte del Cauca viven felices con su economía trifásica: narco, oro y secuestros.   En serio. No mientan más. Solo benefician a los bandidos.