Hay bandidos muy osados, Morrongo es uno de ellos. Tiene una capacidad infinita para engañar a la justicia cuando lo tienen acorralado y resucitar como gran empresario. Está empeñado en que rectifique una columna de 2010 y confieso que, cuando leí su petición de que altere los hechos y mienta una década después, solo para darle la razón como hizo la Fiscalía, me pareció reseñable su proeza. No cualquiera voltea a unos paramilitares que fueron sanguinarios en su momento y después, ante Justicia y Paz, admitieron salvajadas y echaron al agua a sus cómplices.
Antes de referirme al viejo escrito, imposible ignorar la bomba que reveló esta semana el tolimense www.cambioin.com. Mostró el contrato firmado entre el contratista Javier Sandoval, conocido como Morrongo, y Jesús Antonio Giraldo, antes de las pasadas elecciones locales. Lo sellaron cuando Giraldo era un aspirante sin opciones a la alcaldía de Líbano. Morrongo aportaba 800 millones, y el candidato, en caso de ganar, le adjudicaría la concesión de alumbrado público y el matadero por 20 años, la alimentación y el transporte escolar, la gerencia de empresas públicas y una secretaría. Si perdía, Giraldo devolvería el millonario aporte entregando una camioneta Toyota, una casa de dos pisos y dos fincas, bienes que dejan detallados. Obvio que ambos juran ahora que el papel es falso, y será la Fiscalía la que determine su autenticidad y valore otras pruebas. En cuanto a la exigencia de rectificación que me envió el abogado de Morrongo, que hace extensiva a los medios de comunicación para que retiren las publicaciones en internet donde lo mencionan, lamento decir que no cambiaré una coma. Para sustentar la solicitud, adjuntan la preclusión, por parte de la Fiscalía Delegada ante el Tribunal Superior de Bogotá, de la investigación de un asesinato, del que no lo acusé, y de concierto para delinquir, término que tampoco utilicé. Lo desalentador es que la Fiscalía creyera la nueva versión de los testigos, que lo pintan como una víctima, amante de los pobres, cuyo único pecado consistió en ser íntimo del jefe paraco, alias Tajada, e invitarlo a almorzar en su finca de Fresno al igual que a otros mandos. Desconozco cómo logró Morrongo que se retractaran antiguos integrantes del Frente Omar Isaza de las AUC que lo habían señalado de ser uno de sus estrechos aliados en los años de mayor violencia. Rectificar supondría humillar la memoria de Pedro, desechar su lucha solitaria, sus hojitas que relataban los crímenes de los paramilitares de Fresno Recuerdo la reportería que hice en su día en la zona, las entrevistas con diversas fuentes que se tragaban el miedo para hablar y las posteriores conversaciones que sostuve con paramilitares que operaron allá. Sin olvidar los aportes del gran colega Pedro Cárdenas, látigo de criminales y corruptos, que conocía como pocos las andanzas de Morrongo. Por respeto a las verdaderas víctimas, resulta imposible afirmar que lo que me contaron personas que se jugaban la vida al hablar era inventado y que me dediqué a relatar unas colaboraciones con las AUC que nunca existieron. Ya pueden voltearse alias Pum Pum y los demás. O empezar a amenazar, como hacía Morrongo con Pedro, puesto que nunca lo pudo sobornar aunque lo intentó. Al final, ante la imposibilidad de silenciar su valiente pluma, lo asesinaron. La muerte de Pedro apenas la investigaron. Poco importaba un periodista empírico, de pueblo, que vendía a 1.000 pesos una carga explosiva de nombre La Verdad, que él mismo redactaba y repartía por Mariquita, Fresno y otras localidades del Tolima. Dos meses antes de morir, el 9 de abril de 2010, me reuní con él en Bogotá. Estaba muy inquieto, consciente del peligro que corría por sus denuncias. Ese día hizo una acusación demoledora: si me muero, me mató Morrongo. Tan angustiado estaba que un amigo suyo cachaco me sugirió que adelantara una columna que yo preparaba de Morrongo y la publicara ese mismo domingo. Pensaban, ingenuamente, que no se atreverían a hacerle nada a Pedro si en El Tiempo aparecía el nombre de Morrongo y su contubernio con las AUC. Rectificar, en suma, supondría humillar la memoria de Pedro, desechar su lucha solitaria, sus años relatando en sus hojitas los crímenes de los paramilitares de Fresno, que nadie osaba mencionar, y las alianzas de Morrongo con ellos. Sería una indignidad.
Por cierto, algún día deberá Ecopetrol contar las complicidades de algunos directivos en el robo de gasolina, quizá el negocio más rentable de aquella época sangrienta de poderío paramilitar. Solo condenaron, de manera injusta, a unos empleados de segunda fila y taparon a los de arriba. En cuanto a Javier Sandoval, se equivocó al mandarme la carta. Después de comprobar que no avanzaba el caso de Pedro en la Fiscalía y conocer que él recuperaba sus contratos en el Estado, como si nada, me aburrí y tiré la toalla. No habría escrito esta columna.