No creo que haya un solo piloto en las Fuerzas Militares que se sienta feliz cuando mueren adolescentes en un legítimo bombardeo contra las Farc-EP. Ni siquiera les agradará saber que perecieron jóvenes que no habían cumplido los 20 años. Para algunos colombianos, sin embargo, esos militares son despiadados criminales.
Escuché un debate donde los participantes hablaban de “asesinato de niños”. No fueron los únicos que lanzaron una acusación tan injusta, ligera y grave, como huérfana de argumentos sólidos. Lo llamativo es que suelen hacerlo citadinos desde sus cómodos escritorios, los mismos que exigen contundencia contra los reclutadores de niños y los asesinos de líderes sociales.
¿Cómo imaginarán esos cachacos que son las confrontaciones entre militares y bandas armadas en la Colombia inhóspita? ¿Un intercambio de ideas? ¿Un: ¡alto!, ¡levanten las manos!, como en las películas? ¿Qué piensan que hacían los guerrilleros en el campamento? ¿Jugar a policías y ladrones? ¿Estudiar y hacer tareas? ¿Divertirse?
Cabría aclararles que el objetivo del ataque en Guaviare no era un centro escolar, sino la guarida de un criminal de extenso prontuario, cuya desaparición supondría un duro golpe a su poderosa organización delictiva. Todos lamentamos las muertes de Dana Liseth, de 16 años, y de Yeimi Sofía, de 15. Duele en el alma. Nunca habrían estado en ese lugar si este país fuese diferente. Pero los militares no son los culpables de sus pérdidas ni de los problemas que vuelve a poner sobre la mesa la citada operación bélica. Además, requieren soluciones de medio y largo plazo que la dirigencia política está lejos de aplicar.
Entretanto, habría que acordar cómo enfrentar a bandas delictivas que están adquiriendo enorme fuerza en esta otra Colombia que la Bogotá del establecimiento solo mira cuando sucede una tragedia. Y cuando la pueden usar como arma política arrojadiza. Si les importara tanto, habría sido el caso 001 de la JEP y no el 007.Las dos nuevas Farc-EP, cuya existencia empezó a tejerse durante las conversaciones de La Habana, se dividieron entre las comandadas por Gentil Duarte e Iván Mordisco, y la encabezada por Iván Márquez, su bufón Santrich y los sanguinarios el Paisa y Romaña. Ellos cometen la mayoría de masacres, de asesinatos de líderes sociales y de exintegrantes de las Farc. Y ambas engrosan sus filas con adolescentes porque son más fáciles de engañar, más moldeables y sus familias rara vez denuncian su reclutamiento. No lo hacen por miedo a represalias, en unos casos, y por tratarse de hogares desestructurados, en otros.
¿Por qué recurren las FF. AA. a un bombardeo si conocen la probabilidad de que haya menores? La razón radica en que instalan los campamentos en lugares selváticos lejanos, de muy difícil acceso sin ser detectados y sin correr el riesgo de bajas por minas o por combates en tierra en los que, también, podrían morir adolescentes.
La única manera de dar con los jefes es sorprenderlos desde el aire. Más, aún, cuando se esconden en las selvas de Buenos Aires, Guaviare, fortín de siempre de las disidencias. Recuerden, además, que después de las bombas solo pudieron entrar las Fuerzas Especiales descolgándose de helicópteros, no fueron caminando. Pese a todo, Gentil Duarte logró escapar.
La discusión, por tanto, debería ser entre Gobierno y oposición para concertar cómo combatirlos. Si resulta preferible no volver a usar bombarderos ni fusiles, si mejor dejarlos seguir creciendo, igual que hicieron con la coca cuando optaron por no erradicar. Ya son unos 5.000 guerrilleros y seguirán llevándose adolescentes para robarles la infancia y enseñarles a matar hasta alcanzar su objetivo de 8.000. Atacarlos, no nos digamos mentiras, supone que habrá que lamentar la muerte o heridas de menores de edad.
Lo ideal sería contrarrestar a los criminales con un desarrollo económico y social que elimine el narcotráfico y la minería ilegal, lo único que persiguen las Farc-EP, y con una Educación que también empodere a las mujeres y les cambie la mentalidad en la Colombia rural. Pero hasta llegar allá en una o dos décadas (no soy nada optimista con lo que observo en el terreno), ¿qué debe hacer el Gobierno de turno?
No creo que un camino sea repetir la experiencia de permitir que ocupen curules en Senado y Congreso legisladores de pasado criminal, que no sienten sincero arrepentimiento. A día de hoy ni siquiera piden perdón a los exguerrilleros por reclutarlos de niños ni al país por ese imperdonable crimen de guerra. Por el contrario, tienen el cinismo y la osadía de criticar la muerte de menores cuando fueron ellos los pioneros de llevarse niños a sus filas desde los 9 y 10 años.
Insisto en la necesidad de un pacto de Estado realista. Pero no un listado de engaños y artificios como el firmado en Cuba, que solo genera frustraciones. Lo malo es que parece inalcanzable algo parecido a un acercamiento político con ese propósito. Si no logran siquiera ponerse de acuerdo con la radiografía de la grave y compleja enfermedad, menos lo harán con las vacunas que deberían aplicar.