Desde que presté mi servicio militar obligatorio como bachiller, en el grupo de caballería No. 2 “Rondón”, ubicado en Distracción, La Guajira, juré defender con lealtad a mi bandera y la República a la que representa, una nación indivisible, con libertad y justicia para todos, tal como reza ese sublime juramento a la bandera de Colombia, que a la letra dice:
“Juro por Dios fidelidad a mi bandera y a mi patria, Colombia, de la cual es símbolo, una nación soberana e indivisible, regida por principios de libertad, orden y justicia para todos, ¡Sí, juramos! Si así lo hiciéramos, que Dios y la patria nos premien y, si no, él y ella nos lo demanden”.
Posterior a ese juramento sonaron tres cañonazos que sellarían para toda la vida el mismo; y se ordenó formación de revista para que nuestros padres pasaran a felicitarnos. Desde ese mismo momento, sentí que de verdad era un colombiano que defendería hasta el último día de mi existencia a mi amado país, Colombia.
Viví esta experiencia durante un año en la olvidada Guajira, en la que el general Gustavo Rojas Pinilla construyó molinos de viento para surtir a su población de agua. Después de muchos años, regresé, en el año 2012, hace exactamente doce años, como comandante de la Décima Brigada Blindada del Ejército, ubicada en la ciudad de Valledupar, Cesar, pero que tenía la responsabilidad de los departamentos de La Guajira y Cesar.
Ahí me encontré con esa misma Guajira y con sus mismos molinos de viento. Me sentí como en casa por aquello de estar muy cercano a mis hermanos costeños. Allá se escribieron algunas de las páginas de mi historia, recuperando la seguridad y garantizando con esta la prosperidad y pujanza en lo concerniente a la empresa ganadera, agrícola, minera, turística y demás.
Siempre estuve atento a brindar mis servicios como comandante a todos los pobladores donde jamás escucharon de mí o de mis liderados un ‘no’ como respuesta a cualquier requerimiento por parte de ellos. La disposición a la seguridad de ambos departamentos era incondicional y permanente, obteniendo solo de parte de ellos sus agradecimientos. Jamás acepté un trago de whisky, jamás estuve en una parranda vallenata, jamás participé en el Festival de la Leyenda Vallenata ni en el de Cuna de Acordeones, ni tampoco en el de Francisco el Hombre. Porque lo mío como comandante fue siempre el cumplimiento de la misión y el bienestar de los hombres bajo mi responsabilidad.
Asumí durante mis grados de general cargos de mucha importancia. Cada uno era sensible por los temas estratégicos que se manejaban en su momento histórico y que deje plasmados en el libro de mi autoría, El honor del deber cumplido: una vida construyendo país. Sí, porque a eso me dediqué durante mis 40 años de servicio a mi amada patria: a construir país.
A la Quinta Brigada del Ejército, ubicada en la ciudad de Bucaramanga, Santander, llegué como comandante. Su jurisdicción abarcaba los departamentos de Santander, Norte de Santander, sur del Cesar, sur de Bolívar y el Magdalena Medio. Instalé por dos años mi puesto de mando adelantado en el sur de Bolívar. De esa manera, con mis soldados, suboficiales y oficiales al mando, logramos desvertebrar a todas las estructuras criminales (Farc, ELN, Clan del Golfo y demás, sin importar denominación alguna) que en su momento azotaban la región.
Recibí posteriormente la ‘joya de la corona’, la cuna de la ética, la gloriosa Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova, en la cual me desempeñé por espacio de dos años. Allí dejé la huella que un director debe dejar en sus alumnos. Solo ellos, los alumnos, los instructores, profesores de esa época y sus padres podrán hablar de ello. De esta insigne unidad fui destinado por el mando superior como comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta OMEGA (Futco). Al mando de esta, se logró irradiar seguridad en los departamentos del Caquetá, Meta y Guaviare, por espacio de un año.
Luego, llegué a la unidad que congrega todo lo especial de las Fuerzas Militares de Colombia (personal, equipo y capacidades especiales y distintivas de cada una de las fuerzas EJC, ARC Y FAC). Hablo del Comando Conjunto de Operaciones Especiales (CCOES). En este, se propinaron duros golpes de alto nivel estratégico. Los colombianos hoy pueden comparar los resultados obtenidos en su momento y los de hoy, claro está, por cuenta de la mal llamada ‘paz total’.
Finalmente, gracias a Dios, y por voluntad del señor presidente Iván Duque Márquez, fui seleccionado como comandante del glorioso Ejército Nacional. A esta honrosa designación llegué trabajando duro, sin hacerle mal a nadie y de la mano de Dios y de todos los que me acompañaron en el diario oficio de servir a la patria. En este último comando, también di lo mejor de mí y de los hombres y mujeres bajo mi mando. A cada uno de ellos le di en su momento lo que se merecía. Busqué siempre emplear a todos, basándome en sus capacidades tanto personales como profesionales, porque no me estaban sirviendo a mí, sino a toda una nación.
Afortunadamente, siempre fui cuidadoso en mi actuar y, con mi Estado Mayor, nos dedicamos a trabajar por un mejor Ejército, para, de esta manera, poder entregarle la posta en su momento a quien Dios tuviera a bien entregar semejante responsabilidad. Sí, la responsabilidad de comandar, liderar, conducir con base en el ejemplo a 220.000 almas deseosas de dar lo mejor de ellos al servicio de nuestro amado país, ¡Colombia!
Hoy, colombianos, estoy tranquilo de haberlo dado todo y, lo más importante, haber dejado el Ejército, el 20 de julio del año 2022, en un nivel alto de todas sus capacidades, garantizando el óptimo funcionamiento de la Fuerza. Asimismo dejé todo muy bien documentado, porque a lo largo de mi carrera aprendí que esa era la única manera de probar la debida diligencia en mi actuar como servidor.
Acercándose el final del cuatrienio del señor presidente Iván Duque Márquez, la vida puso a prueba, una vez más, mi lealtad a la Fuerza en que me había forjado. Por eso, en los momentos difíciles y finales de mi carrera, cuando algunas personas quisieron mancillar el buen nombre y buen prestigio de la institución, me hice moler como defensor de la institución y lo hice con carácter, ubicando al Ejército por encima de cualquier otra aspiración personal, profesional o familiar, porque nos debemos solo a la institución y hoy puedo escribirlo, decirlo con orgullo y honor, jamás me he considerado opositor de nadie, ¡pero sí un defensor de mi patria!