Con la respiración agitada y la voz entrecortada, la periodista de Blu Radio Jullieth Cano intenta mantener la calma mientras relata: “Estamos a solo media cuadra de donde acaba de ocurrir la segunda explosión, dos policías estaban intentando inspeccionar si había explosivos en una caja… lamentablemente detonó cuando se acercaron a la carga explosiva y murieron…”. Luego, Cano intenta seguir el hilo de la narración… “Acá estoy viendo a los policías hechos pedazos. Dios mío… Esta escena es demasiado, es terrible…”. Jullieth rompe en llanto. No puede seguir.

No es fácil enfrentarse a la muerte tan de cerca. No es fácil trabajar con el miedo respirando en la nuca. Y mientras para el país esta escena quedará en una anécdota, vivida tras un atentado que pronto se habrá olvidado, para los periodistas de Norte de Santander esta realidad se volvió la constante. Cúcuta y Norte están sitiados por la violencia. No exagero. Y el Gobierno o no se ha percatado o tiene al departamento en el abandono.

Horas después del atentado, el presidente Iván Duque repudió en su cuenta de Twitter lo sucedido... Al rato, publicó un trino sobre su asistencia al XI Consejo Nacional de Economía Naranja en Carmen de Viboral. Y ya. Como si nada grave pasara.

Con el atentado al aeropuerto son ya cuatro los ataques que se han dado en los últimos seis meses en Cúcuta. El primero fue el 16 de junio, cuando un carrobomba explotó en la Brigada 30 del Ejército. Luego, el 30 de agosto, un artefacto explotó en el Distrito de Policía Juan Atalaya y el pasado 25 de junio el helicóptero en el que se desplazaban el presidente Duque y algunos ministros fue impactado a tiros. Ahora una carga explosiva detonó en manos de quien tenía la intención de ubicarla en el Aeropuerto Camilo Daza, con un objetivo que aún no es claro.

Diariamente, quienes cubren las noticias de este departamento reportan la presencia de explosivos en carreteras, el secuestro de particulares, los hallazgos de personas asesinadas y un largo etcétera. Viven en el miedo y la zozobra, pero como no sale en la prensa nacional, sencillamente ni el Gobierno ni el país le prestan atención a la grave situación.

“Llevamos seis meses sumidos en el terrorismo urbano de todas las manifestaciones, pero no pasa nada. Es tremendamente frustrante. El Gobierno va, hace un consejo de seguridad, hace una declaración y ya. ¿Qué más nos tiene que pasar como región para que el Gobierno nos atienda?”. Quién habla es un periodista que no quiere ser identificado.

Según relata el diario La Opinión, al día siguiente del atentado del aeropuerto, cuatro periodistas visitaron el barrio aledaño para conocer las reacciones de la comunidad. “Muchos no quisieron hablar y los que lo hicieron pidieron que se omitiera sus nombres, por seguridad”, relata el medio. “Aquí no se puede hablar por temor a que al día siguiente vengan por uno”.

Diariamente hay intimidación con explosivos entre Cúcuta, Ocaña y Tibú. El secuestro en Ocaña se volvió pan de cada día y hoy Norte de Santander tiene la mayor cifra de secuestros del país. En Cúcuta ha tomado fuerza el llamado secuestro exprés. “Secuestran en una vía pública a una persona, le piden a la familia 5, 10 millones o más”, relata el periodista. Según el informe de seguridad del laboratorio de innovación social de La Opinión, desde agosto en Cúcuta se viene presentando un aumento en el número de homicidios del 120 por ciento en la comuna 5, del 22 por ciento en la comuna 10 y del 21 por ciento en la zona rural.

¿Quiénes están detrás de tanta violencia? No hay una única respuesta. Aquí confluyen el ELN, las disidencias de las Farc, los reductos del EPL, las autodefensas gaitanistas y el narcotráfico.

En el corazón de este conflicto está el Catatumbo, una región que antes de los diálogos de paz era santuario de las Farc y donde se encuentran 45.000 hectáreas de coca. Este lugar es un corredor del narcotráfico que mueve la droga hasta Venezuela. Todos se disputan este territorio.

Las disidencias del frente 33 de las Farc están en proceso de retoma del Catatumbo.

En Tibú, hace una semana, dos hombres aparecieron amarrados a un poste, con un letrero que los identificaba como expendedores de droga. En El Tarra, siete jóvenes fueron amarrados en un parque, acusados de ser consumidores. Fueron grabados diciendo que el frente 33 de las Farc les habían dado una oportunidad de rehabilitarse. Hoy no se sabe de su paradero. En otro video se ve a un joven con un letrero colgado al pecho que dice: “Por ladrón me tengo que ir del Catatumbo. Farc EP”. Van 13 casos como estos.

En el Catatumbo también operan los carteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco. Después de la muerte de Megateo, los mexicanos empezaron a ser los articuladores del negocio de las drogas y hoy son sus dueños. Lo grave es que esta siembra de coca ya se expandió a la zona rural de Cúcuta, donde hoy hay 300 hectáreas sembradas.

Si a esto se le suma que en Catatumbo no hay un hospital, no hay vías, no hay colegios y Cúcuta es hoy una ciudad con el 51 por ciento de su población en la pobreza, la mayor tasa de desempleo del país (17 por ciento), 70 por ciento en la informalidad y la mayor recepción de migración de toda Colombia, está listo el coctel perfecto para que todo esté a merced de la delincuencia.

Pero, en contraste, la ciudad está llena de carros lujosos, restaurantes repletos, grandes marcas y mucha gente desconocida en la región con una riqueza sin explicación.

“Uno siente que cada vez este territorio se va perdiendo de manera silenciosa... Yo no había sentido tanto miedo, desde hace seis meses para acá lo que está pasando es de una dimensión muy grave”, dice la periodista.

Por favor, ¡hagamos algo! Norte de Santander no puede seguir solo, a merced de los delincuentes.