Unas semanas después de haber recibido la noticia más difícil de nuestras vidas apareció Nutella. Nuestra hija, Raquel, de 16 años, había sido diagnosticada con leucemia, y a pesar de que tratábamos de poner la mejor cara, los cuatro estábamos abatidos. Dos cosas nos salvaron de la desesperanza: la fuerza invencible de Raquel y la reciedumbre sobrenatural de María Cristina, que cada noche recogía lo que quedaba de nosotros y nos reconstruía. Rafael, que entonces tenía 8 años, y yo avanzábamos por el camino que iban abriendo ellas. También tuvimos la compañía generosa de amigos y compañeros de trabajo que todos los días nos hicieron sentir su cariño y solidaridad. Le recomendamos: ¿Por qué quieren silenciarme?  Uno de esos fines de semana sombríos del verano de 2015 tocó a nuestra puerta Eduardo, un querido amigo y sobreviviente de cáncer, que nos ayudó a entender la evolución de la enfermedad y los efectos secundarios de las devastadoras terapias. En esa ocasión, Eduardo traía en sus manos el regalo que cambiaría nuestro estado de ánimo y también nuestra existencia para siempre. Era una cachorrita de color chocolate y ojos amarillos que en minutos nos devolvió la sonrisa. Venía de Monterrey, México, y era hija de un labrador campeón y de una socorrista de la misma raza que trabajaba rescatando gente con los bomberos. María Cristina quería llamarla Canela. A mí me parecía un nombre dulce y con personalidad. Además me acordaba de la canción de César Mora cantada a todo pulmón por Jaime Garzón. Sin embargo, Raquel y Rafael decidieron que se llamara Nutella y así se quedó. Puede ver: La calladita  Nutella es un ser profundamente sensible. Sabe perfectamente cuándo estar cerca de alguien y cómo. Por esos días, entendió que Raquel era el centro del universo y que todos tratábamos de darle lo mejor. También ella. Raquel no tenía fuerzas para lanzar muy lejos la pelota, pero Nutella salía disparada, daba un gran rodeo, hacía una pirueta imposible fingiendo un esfuerzo supremo y se la devolvía con toda suavidad. Otras veces, cuando ella estaba aún más débil, simplemente se acostaba al lado de la cama para que pudiera extender su mano y sentirla cerca. Nutella es un ser profundamente sensible. Sabe perfectamente cuándo estar cerca de alguien y cómo. Por esos días, entendió que Raquel era el centro del universo y que todos tratábamos de darle lo mejor. También ella. Por esa época, la quimioterapia y los esteroides empezaron a minar el cuerpo de Raquel. Bajó tanto de peso que la única ropa que le servía era la que tenía guardada de cuando tenía 12 años. Pasaba muchos días hospitalizada. También estaba inmunosuprimida, propensa a contraer cualquier enfermedad, por eso –cuando volvía a la casa– no podía estar cerca de Nutella. La perrita, entonces, se acomodaba en el jardín, al otro lado de la ventana, miraba a Raquel detrás del vidrio tiritando por el efecto de las medicinas, y esperaba horas para que ella de repente abriera los ojos, la viera y sonriera unos segundos. Era todo lo que podía hacer y lo hacía. Con periodos muy duros transcurrieron casi tres años. En diciembre de 2017 fue la última quimioterapia, y Raquel fue declarada libre de cáncer. (Todos sabemos que no podemos bajar la guardia). Unos meses después, ella se fue a la universidad. Fue una ocasión feliz y también nostálgica. Vea también: La comisión de éxito Cada vez que Raquel llama por Facetime, Nutella ladra feliz y bate la cola como si hubiera llegado a visitarla. Ahora Nutella pasa la mayor parte del tiempo con Rafael. Juega fútbol con él, lo acompaña a estudiar y lo defiende cuando tenemos que regañarlo. Recuerdo que su primer paseo en carro lo hizo sentada en el asiento de atrás, al lado de Rafa y vestida con una camiseta del Real Madrid que él le compró con sus ahorros. Esta madrugada de viernes, cuando escribo esta columna, Nutella está consintiendo a María Cristina que se recupera de una dolorosa cirugía. Sabemos que hay perros mejor educados que Nutella, que algunos son capaces de hacer muchas más gracias o que son más bonitos, pero ninguno nos ha traído tanta alegría y consuelo como esta ‘animalita’ que queremos y que nos quiere.