Con estupor el país está asistiendo al triunfo total de los criminales. Porque no contento con anunciar la liberación de miles de presos en un plan “para humanizar las cárceles”, y no satisfecho con la voluntad de eliminar del Código Penal la mayor cantidad de delitos que terminan con cárcel, ahora Petro presenta una ley de sometimiento que, de aprobarse como está, provocaría la derrota moral del país en dos puntos clave: la extradición y la plata de los narcos.
Palabras más, palabras menos, esta ley dejaría en veremos la extradición de narcotraficantes y brindaría enormes beneficios a los que depongan las armas, entre ellos el poder quedarse hasta con $11.500 millones de pesos producto de su accionar ilegal. Con esto, Petro hará que el delito se multiplique, pues el camino más fácil y rápido para convertir en multimillonario a un colombiano será el de delinquir, desarrollar una renta criminal, y luego desmovilizarse, con más de 2 millones de dólares legalizados: será como ganarse la lotería, pero a costa de la sangre de miles de vidas inocentes.
Esto, más que un estímulo para la desmovilización de grupos armados ilegales, luce como un estímulo total a la conformación de estas bandas.
Lejos de contribuir a una resolución de la violencia colombiana, estas acciones parecen encaminadas a desequilibrar la balanza y ponerla a favor de las guerrillas de izquierda y de los narcos -que a la postre resultan siendo lo mismo-, bajo la ficción del cese al fuego bilateral, que ha sido todo menos un cese bilateral.
En el fondo, Petro está privilegiando su obsesión por pasar a la posteridad como un premio Nobel de cualquier cosa.
Ya que el de economía y el de literatura son difíciles para él pese a sus denodados intentos en Twitter, el Premio Nobel de Paz es el camino seguro para el primer mandatario: vender ante la Comunidad Internacional un país pacificado, “potencia mundial de la vida”, mientras en realidad, desde adentro, la nación se desangra por el accionar de grupos alzados en armas que ahora gozan de vía libre ante la inoperatividad obligada que experimentan el Ejército y la Policía.
Esa ambición histórica del presidente lo sustrae de las tareas del hoy en un país en crisis, y también dirigen su atención hacia una especie de fábula donde él tiene la obligación de hacer las cosas de manera distinta por método: si antes erradicar coca no eliminó a los narcos, entonces como país ya no erradiquemos coca nunca más. Si perseguir con la fuerza del Estado a los narcos no acabó con el narcotráfico, entonces como país no los persigamos más. Y todo esto lo envuelve en un empaque intelectual: nos manda a leer a Derrida y a comprender, por otra parte, que las cárceles son propias de bárbaros.
El problema de este paquete de recetas es que Petro se lo va a aplicar a todos los fenómenos de inseguridad en Colombia: un ladrón de celulares, adscrito a una banda criminal que apuñala transeúntes por gusto, tiene tantos derechos a esta “paz total” como el terrorista de las Farc que puso una bomba el año pasado en Ciudad Bolívar y asesinó a dos niños. A las guerrillas les cuelga la medalla de ser “grupo político” solo porque detrás del fusil tienen el Manifiesto del Partido Comunista, pero a la hora del té solo han sido criminales que han derramado sangre colombiana con tal de perpetuar sus rentas criminales. Unos con más gravedad que otros, pues son criminales de lesa humanidad o responsables de delitos ante la jurisdicción norteamericana.
Pero volvamos al punto: la igualación de todos los criminales en un mismo plano y la eliminación absoluta de la culpa. A raíz de esto, el país experimenta su peor inicio de año en materia de masacres, una desmoralización general de la Fuerza Pública y un estallido de actos criminales. No podía ocurrir otra cosa.
Esta semana vimos con el corazón en un puño el video donde el escolta Leonardo Andrés Trigo se despedía de todos, luego de haber recibido el impacto de una explosión con la que un grupo criminal fuertemente armado quería iniciar el robo de un carro de valores en el Cesar. Con su último aliento prendió la cámara y grabó su rostro ensangrentado mientras decía “Ya no me volverán a ver reír más”. Con este gesto, él fue un gran ser humano hasta el último segundo, pero también le puso rostro a las consecuencias de la perversidad de este gobierno, que tiene sometido a los ciudadanos y no a los criminales.