A José Antonio Ocampo le ruegan que acepte los cargos. En 1996 estaba en un seminario en Londres cuando lo llamó de Colombia a ofrecerle el Ministerio de Hacienda el propio ministro, Guillermo Perry. Ocampo, entonces director de Planeación Nacional, tenía la intención de renunciar a ese cargo y volver pronto a Inglaterra para escribir con una profesora de Oxford, Rosemary Thorp, un libro de historia económica latinoamericana. Pero terminó aceptando y fueministro de agosto 7 de 1996 a noviembre de 1997, durante 15 meses. Tenía otra duda, que le planteó a Perry. ¿Por qué si Perry dejaba el cargo por los dineros del narcotráfico que entraron a la campaña del presidente Ernesto Samper le aconsejaba a Ocampo que siguiera en el Gobierno? Perry le contestó: “Tú estás en el Gobierno como técnico. Yo, desafortunadamente, hice política con Samper y le ayudé a llegar a ser presidente. Tengo una responsabilidad política, además de la técnica. Si me quedo, estaría diciendo que estoy de acuerdo con lo que hizo Samper”. Perry diría además que cuando leyó la denuncia del fiscal Alfonso Valdivieso ante el Congreso y cuando se produjo en enero de 1996 la confesión de Fernando Botero, “ya no me cupo duda de que había entrado dinero del cartel de Cali a chorros”.

En diciembre de 2019, Ocampo renunció como codirector del Banco de la República, donde no llevaba ni tres años, porque tenía que renovar su visa de residente en los Estados Unidos para seguir siendo profesor en la Universidad de Columbia. Estos pormenores los cuenta la periodista Gloria Valencia C. en un documentado libro sobre los 30 años de la Junta Directiva del Banco de la República que le encargó el exgerente Juan José Echavarría y que se puede descargar gratis en la página del banco. Ahora muchos le insistieron que fuera ministro de Hacienda y Ocampo terminó sucumbiendo y pidiendo una licencia en Columbia, pero a él lo que le gusta es la cátedra y la investigación. Durará un año en el cargo porque un año es la licencia que concede la universidad.

Ocampo es más importante que el nuevo presidente de la república. Es un investigador, un lector, un escritor, un académico, un conocedor de la historia de Colombia, un catedrático, una persona de criterio independiente, un hombre cordial y, por supuesto, un economista muy reconocido. No solo se mueve entre Colombia y Nueva York, sino que es cosmopolita. Es uno de los poquísimos colombianos que podría ser secretario general de Naciones Unidas. La reputación de Ocampo no les importa a los que acuden a las urnas abiertas después del 19 de junio en las casas de cambio. Allí votan contra la propuesta de Petro sobre Ecopetrol, contra Petro mismo, contra Roy Barreras y contra la misión principal de Ocampo: subir los impuestos en 50 billones de pesos. En palabras de Ocampo: “El gasto del Estado tiene que aumentar porque precisamente todos los programas sociales adicionales son más gasto”.

El futuro ministro habla de a quién se va a gravar, pero no de los mecanismos para garantizar que ese gasto sí llegue a los verdaderos beneficiarios y no se desvíe hacia la corrupción y la burocracia. ¿Cómo se garantizará la correcta inversión? ¿Los 200 billones adicionales de los cuatro años de Petro los van a administrar los gobernadores y alcaldes? Colombia sigue siendo la Caconia de Hernando Martínez Rueda: “Caconia no es más que una vasta, una gran cacoteca / en donde hay que enrejar los bombillos y amarrar la caneca / que no es embeleco / que se roban la tapa y que vuelven después por el hueco”. Ocampo debería dar seguridades de que esta vez la plata no se queda en manos de contratistas particulares y de funcionarios aurívoros. A los que han vivido ilícitamente del presupuesto les tiene sin cuidado la trayectoria de Ocampo o el propósito del Gobierno de ayudar a los marginados. Ellos solo registran que hay más queso para los ratones. En el Estado colombiano hay una sola institución eficiente, que se rige por normas técnicas y donde nunca hay escándalos de corrupción: el Banco de la República. El libro de Gloria Valencia C. no se escribió para demostrarlo, pero su lectura revela esa dimensión adicional. Y el que ella está escribiendo sobre el centenario del banco, que se cumple en 2023, afianzará esa conclusión. Es un balance honroso para el Emisor, pero aciago y catastrófico para la República de Colombia. No hay ninguna otra entidad de larga trayectoria de la cual se pueda predicar que ha funcionado siempre sobre dos pilares elementales que deberían ser sine qua non para todas las instituciones gubernamentales: eficiencia y honradez. El banco es el único islote en el océano de organismos estatales mediocres, politizados y esquilmados por sus funcionarios.