José Antonio Ocampo hace parte de esa casta de tecnócratas del Partido Liberal colombiano que han ejercido el poder en nuestro país y en el continente de manera consistente durante los últimos 30 años.
Se distinguen porque a pesar de sus fracasos, siempre se mantienen burocráticamente enchufados y consideran, de manera elocuente, que sus ideas y programas de gobierno nunca están equivocados, nunca han fracasado.
Siempre tienen el recurso y la capacidad de alegar que sus programas fracasaron por culpa de otros, “que no los dejaron” ponerlos verdaderamente en marcha, que los ricos, que los Estados Unidos, que los bancos, que los marcianos, no entendieron o no aceptaron sus grandiosas ideas.
Si la economía colombiana que han forjado no genera empleo, no es culpa de ellos, sino que no les hicieron caso. Si Latinoamérica sigue exportando migrantes miserables a Estados Unidos es claro culpa, primero que todo, ¡de Estados Unidos!, y de quienes no los dejaron, a personas tan preparadas e importantes como él, hacer lo que tocaba.
Sus políticas no se basan en evidencia real sino en las buenas intenciones de estos sabios amables, generosos y moralmente superiores a todos los demás. Siempre protegiendo a los más “vulnerables”, nunca tocando a los más “vulnerables”, porque ellos si saben lo que es bueno para los “vulnerables”.
Hoy, cuando en los veraneaderos de lujo de la aristocracia del Partido Liberal en Anapoima, Cartagena y Villa de Leyva se destapan botellas de champán, “porque ahora si vamos a poder hacer las reformas que en los últimos 30 años de poder no nos dejaron hacer” y porque “frescos que nosotros los santistas si podemos controlar a Petro”, mientras Benedetti y Barreras y sus válidos están de compras de institutos y ministerios en el empalme, Ocampo señala el norte de una política económica, ante todo fiscalista, que, en medio de sus contradicciones, refrita fórmulas fracasadas, desconoce y oculta las verdaderas causas de nuestro subdesarrollo, se regodea en sus contradicciones y mitiga los efectos devastadores que creará, sobre todo para los más “vulnerables”. Veamos.
Para Ocampo hay que reindustrializar, en clave cepalista, al país. ¡Solo faltaba su propósito para que ese gran objetivo se volviera realidad! ¡Pero cómo no lo llamamos antes! ¡Hola, y no le dijo nada a los ministros del jefe Santos, Cárdenas y Echeverri! Como no le dijo a Santos cuando fue ministro de Hacienda y él era el director de la Cepal. ¡Si es tan sencillo como decirlo!
No se logró porque en estos treinta años de apertura, la industria y la agroindustria no pudieron realmente gozar de un entorno seguro en medio de guerrillas y criminalidad rampante y acuerdos de paz fracasados, porque las sucesivas mini-bonanzas petroleras (como la que recibe Ocampo y Petro quiere destruir) no se gastaron en mejorar la competitividad relativa de nuestra economía mediante infraestructura buena a precios decentes, energía eléctrica barata y fomento técnico y financiero, sino en la expansión mediocre, politiquera y nunca evaluada de subsidios monetarios para los “vulnerables”, esos que siguen sin encontrar empleo de calidad.
No se logró la industrialización porque los sucesivos “Ocampos” y sus jefes no tuvieron el carácter de imponerse a Mejode para asegurar la calidad de la educación básica y media y protegieron al magisterio de la universidad pública en su perpetua mediocridad.
Se acabó de fundir la industria porque Santos la condenó a muerte al excluirla de sus locomotoras y generar varias reformas tributarias recesivas que frenaron la inversión, ahuyentaron el emprendimiento y propiciaron más asistencialismo.
Nunca reconocerá que el poco crecimiento económico bueno se dio con la de seguridad democrática cuando se tenían relaciones con Venezuela, ni que él se retiró de Hacienda cuando Samper con una abrumadora caída del PIB.
Dirá que hay que salvar el planeta del CO2, pero mantener el subsidio del FEPEC para que diez millones de motociclistas lo dejen en paz, revisará la exploración, tal vez para los amigos, y afectará la actividad, sabiendo que necesitamos el crudo y las exportaciones, reducirá el gasto de defensa sabiendo que expondrá a los industriales, aumentará el presupuesto de Mejode sabiendo que no mejorará la educación y, claro, hará la mega reforma fiscal, “la gorda”, sabiendo que frenará el crecimiento, afectará a todos, reducirá el empleo, pero no le importará porque le cumplirá al jefe Petro en su designio de consolidar la Unidad Nacional de Mermelada y lograr barrer con más subsidios en las elecciones de 2023 y volverá pronto, a vivir sabroso, en la Universidad de Columbia en Nueva York a contarle a sus alumnos marxistas que fracasó porque no lo dejaron y a criticar el modelo capitalista americano desde adentro que es tan bueno.