Año 2002. Penitenciaria de Combita. Pabellón 5. En la pantalla del televisor empotrado sobre uno de los muros del patio transmiten una serie colombiana que trata sobre el mundo del narcotráfico y su secuela de crímenes. Un sicario se levanta del piso y cambia de canal con el consentimiento de una treintena de presos que siguen las imágenes. El auditorio, homicidas en su mayoría, se inclinan por los dibujos animados de Bob Esponja. La serie colombiana les arrancaba risotadas y alguno se quejaba de la ingenuidad del guionista porque no tenía ni la menor idea sobre cómo se mata o se roba en Colombia. Esta semana estrenaron en España la película Operación E, dirigida por Miguel Courtois.La producción recrea la historia de José Crisanto Gómez -el campesino que cuidó de Emmanuel, el hijo de Clara Rojas- víctima de los renglones torcidos del destino y quien fue absuelto hace unos meses por un juez, excepcionalmente humano, quien entendió que ese pobre hombre era el eslabón más débil de un inquietante episodio que sólo puede suceder en un país que está en guerra. Un suceso dramático que, no sabemos por qué diantres, fue caricaturizado en la cinta franco-española. Salvo la interpretación de Luis Tosar, a mi modo de ver, el actor más versátil del cine español, la película no hace más que reproducir una serie de lugares comunes sobre la realidad colombiana que ha sido 14.000 veces remedada por los medios europeos y muestra una vez más cuan extraviados están muchos de los intelectuales del viejo mundo sobre los sucesos de Latinoamérica. Cuando parecía que el panfleto era un asunto olvidado y superado por los artistas, Operación E nos hace ver que no, que el panfleto aún es válido para confundir, “educar” o conseguir algún interés. Hace poco defendí en una tertulia la obra literaria de Mario Vargas Llosa a pesar de lo ingrato que me resultan sus ideas políticas. La guerra del fin del mundo o El sueño del celta son más convincentes que miles de informes sobre la historia de la violación de los derechos humanos en América Latina. Estoy más cerca de las acciones políticas de la escritora Almudena Grandes, pero debo decir que Inés y la alegría, su última novela, no deja de ser una desafortunada representación de lo que fue la invasión del Valle de Arán por cuenta de los españoles republicanos que combatieron contra la ocupación alemana en Francia. Pongo estos dos ejemplos para dejar claro que las observaciones que hago sobre la cinta de Courtois no están animadas por un sesgo ideológico. Me ocupo simplemente de indagar por las razones que llevaron a los autores de esta producción a mostrar al comienzo de la cinta una especie de siniestra advertencia acompañada de cifras traídas de los cabellos sobre lo que se supone ha sido y es la guerrilla colombiana. ¿Ignoran los realizadores de la cinta la realidad colombiana o se valen de la ignorancia que mucha gente tiene sobre el conflicto colombiano para “confirmar” los tópicos de siempre? ¿Qué pretenden los autores de Operación E? ¿Mostrarle al público hispanoamericano que los guerrilleros colombianos son una banda de locos? ¿Deshumanizar a los miembros de las FARC y presentarlos como una anomalía? ¿Que carecen de ideas y están en el monte solo para hacer el mal como cierto tipo de duendes malvados? Si los miembros de la guerrilla colombiana son tal como los pinta el guionista de Operación E, qué sentido tiene entonces que el gobierno colombiano tenga como interlocutores en La Habana a unos personajes venidos de los infiernos. Y aquí es donde voy: ¿Es esto realmente una película o una simple propaganda visual? Si es propaganda, propaganda para quién y contra quién y con qué fines. No se trata de mistificar a nadie y menos a la guerrilla, pero lo mínimo que se le pide a un director de cine es que haga bien su trabajo. No sé si Operación E es una cinta de entretenimiento con la que se puede hacer negocios o es una reflexión sobre los padecimientos de una Nación desvalorizada. Dudo que la cinta sea un negocio rentable por la escasez de público que se nota en las salas de cine españolas debido a la dura crisis que padecen millones de nacionales y extranjeros que residen en la Península. Por su impostura, dudo que el filme sea una idea oportuna que permita reflexionar al mundo hispanoamericano sobre las razones por las que un país como Colombia lleva medio siglo de guerra. Colombia es hoy una Nación que busca a trompicones deshacerse de todas las formas de violencia armada mediante el diálogo. La realidad colombiana no se puede inventar a través de una película, pero sí es posible que una película nos haga ver que el conflicto que sucede en los montes no es una mera lucha entre buenos y malos. Entre puros e impuros.