Este miércoles primero de julio que acaba de pasar, y a la sombra del coronavirus universal que todos los abusos de poder permite, el Gobierno de Israel se disponía a anexar un tercio de lo poco que les queda a los palestinos de Palestina, ya repartida y conquistada y perforada por centenares de asentamientos ilegales de colonos judíos, y descuartizada por las carreteras construidas por el Estado de Israel que unen esas colonias y separan a los palestinos unos de otros y de sus propias tierras (las que no han sido todavía confiscadas por el ocupante). Llegada la fecha, se pospuso el proyecto.
El Gobierno de Benjamin Netanyahu, con el respaldo del de Donald Trump en los Estados Unidos, iba a poner así una bomba más en el barril de pólvora del Medio Oriente, contra la opinión del resto del mundo (salvo la del Gobierno de Trump). Contra la ONU, la Unión Europea en su conjunto, y dentro de ella los países más cercanos a Israel: así Francia declaró que la proyectada anexión, además de ser violatoria de las leyes internacionales, “tendría consecuencias”; y el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, reconocido militante proisraelí, llegó al extremo de escribir un artículo de opinión en hebreo para un periódico israelí advirtiéndole a Netanyahu que su iniciativa, de tintes electorales y destinada a captar el entusiasmo de la ultraderecha israelí, tanto laica como religiosa, es “contraria a los intereses a largo plazo de Israel”. Porque puede, una vez más, incendiar toda la región. Boris Johnson reconocido militante proisraelí, escribió un artículo en un periódico de ese país advirtiéndole a Netanyahu que su iniciativa es "contraria a los intereses a largo plazo de Israel". Se oponen también, además de los palestinos mismos en sus dos partes separadas –Cisjordania sobre el río Jordán y la encerrada “cárcel a cielo abierto” de la Franja de Gaza sobre el mar Mediterráneo–, los países árabes en masa. Tanto Jordania y Egipto, vecinos de Israel y que con él han firmado la paz, como los otros que no, más lejanos y hostiles pero en los últimos tiempos inclinados a firmarla, como las monarquías petroleras del golfo Pérsico. Y, más significativamente, hasta varios de los partidos políticos del propio Israel, encabezados por el vice primer ministro y ministro de Defensa Benny Gantz. E inclusive se oponen los propios colonos de los asentamientos ilegales, pero por razones contrarias: a ellos la anexión programada por Netanyahu les parece poco, y piden la expulsión definitiva de todos los palestinos.
Tales colonos, que son medio millón, constituyen, dicen los analistas especializados en la región, el grueso de las fuerzas electorales de Netanyahu. Pero a ellos les parece inaceptable la oferta hecha a los palestinos, a cambio del despojo, de conservar unos cuantos fragmentos del mosaico de Cisjordania, que es una especie de rompecabezas de piezas separadas por las carreteras militares israelíes, y la franja amurallada por Israel de Gaza, para conformar una “entidad palestina”. No un Estado, sino una simple “entidad” y “bajo estrictas condiciones”: entre otras, la de no tener ejército ni poder manejar sus relaciones exteriores, y no tener ni siquiera derechos sobre sus aguas territoriales del Mediterráneo, que seguirían siendo de Israel. La anexión no se anuló este miércoles. Simplemente se pospuso. Cuando escribo esto –jueves 2 de julio– está suspendida a la espera de una “declaración”, dicen, de algo así como una bendición apostólica, un guiño de aquiescencia, una banderola de salida del presidente Donald Trump, que se demora en darla.
Y eso a pesar de que la anexión de un tercio de los territorios palestinos actuales, de todo el valle del Jordán, de los asentamientos de colonos israelíes, es exactamente lo que propone el llamado pomposamente por la Casa Blanca norteamericana “acuerdo del siglo”. Un acuerdo diseñado por el yerno y asesor de Trump, Jared Kushner, con el “consejero especial” de Trump, Avi Berkowitz, y con el embajador de Trump en Israel, David Friedman, judíos los tres, en colaboración con Netanyahu y sus ministros judíos israelíes. Ningún palestino fue llamado a opinar. Un “acuerdo” entre cuatro previamente acordados, y sin participación ni siquiera simbólica de los directamente afectados: los palestinos. Reunión de pastores, oveja muerta, dice un viejo refrán castellano.