No sé cuál será el desenlace de la cita que tienen esta semana en Bogotá el presidente Iván Duque y su embajador en Washington, Francisco Santos, tras conocerse las crudas conversaciones privadas del diplomático con su nueva jefa, la canciller Claudia Blum. Después de verse cara a cara y de recibir las explicaciones del caso, el jefe de Estado tiene dos opciones: pedirle la renuncia al funcionario o mantenerlo en el cargo. Probablemente, en medio de la fragilidad por la difícil situación política que enfrenta el Gobierno, Pacho tiene las horas contadas. Así, el presidente se quita de encima una cantidad de presiones. Sin embargo, sé que voces cercanas al mandatario han querido llenarlo de razones para que no entregue la cabeza del embajador. Especialmente, porque consideran que salir de Pacho sería salir de un funcionario muy incómodo para el régimen de Maduro. ¿Qué hará el presidente? Si Pacho regresa a la embajada en EE. UU., Duque tendrá que enfrentar la incomodidad que pueda generar el tema en la Casa Blanca, también la andanada de Maduro y tal vez algún malestar de Guaidó. Además, quedan las molestias internas en su gabinete; esto sin contar las críticas de la oposición y la prensa. No está fácil.
Las grabaciones se convirtieron en una bomba atómica de largo alcance. ¿Quién los grabó?, ¿cómo lo hicieron?, ¿quién dio las órdenes?, ¿se trató de una operación de espionaje internacional contra los diplomáticos colombianos en Washington? O ¿los espías están infiltrados en la propia embajada? En todo caso, fue una operación perfecta. ¿Quién se beneficia con el escándalo? Revisemos lo que pasó. Blum y Santos se encuentran en el Mandarin Oriental de esa ciudad, la cita fue planeada solo 15 minutos antes. Se instalaron en un salón donde tenían privacidad, aunque constantemente personal del hotel entraba y salía del lugar mientras transportaban algunos elementos del evento del día anterior. Entonces ¿cómo los grabaron? Me cuesta creer que un espontáneo reconoció a los diplomáticos, decidió grabarlos y ¡chapó! Se encuentra con la explosiva conversación, ajustada a un comentario privado, no diplomático. El hecho da para todo: ¿fue Venezuela ayudada por algún país aliado o pensarlo es una estupidez? ¿EE. UU. podía tener algún interés en grabar a Pacho Santos? Eso, en particular, no suena coherente. ¿Algún compañero incómodo con el embajador quería darle la estocada final para sacarlo del Gobierno? No lo descartaría. Colombia, en todo caso, pidió colaboración internacional para llegar al fondo de este extraño episodio. Ojalá se sepa quién fue.
Lo cierto es que la grabación se convirtió en un Pachobomba que golpeó no solo al embajador, sino a la nueva canciller, al recién posesionado ministro de Defensa, a su antecesor y, claro, al presidente Duque. Además de los dardos que recibieron las relaciones con EE. UU., Venezuela y el propio Juan Guaidó. A Pacho Santos muchos lo consideran un político franco, otros lo tildan de imprudente y algunos simplemente dicen que no tiene filtro. Eso le ha costado mucho, pero también por momentos lo hace muy confiable porque siempre terminará diciendo la verdad. Lo que se escucha en las grabaciones es casi todo cierto. Que el exministro Guillermo Botero no “trabajaba”, no sé, pero su gestión fue muy criticada, a tal punto que se cayó. Que Carlos Holmes Trujillo tiene aspiraciones políticas, pues sí, no es un pecado. Que lo de la “ayuda humanitaria fue un fiasco”, claro que lo fue. Que el Departamento de Estado en EE. UU. ha cambiado mucho con Trump, todo el mundo diplomático lo dice. Ahora, asegurar que está “destruido” y que parece una “ONG” puede ser exagerado, pero no falso. En cuanto a la crisis venezolana y sus graves repercusiones en Colombia, ¿quién puede decir que no es verdad? O ¿quién puede ocultar que, mientras los militares no le den la espalda a la dictadura de Maduro, esta vivirá in sécula seculórum? Todos sabemos estas verdades, pero nos aterramos cuando se evidencia que muchos funcionarios las saben, las comentan y no las dicen todas en público.
No es la primera vez que las comunicaciones de Pacho Santos son intervenidas. Recuerden que ya en 2014 le habían interceptado su correo personal en la campaña de Óscar Iván Zuluaga; todo se supo tras el estallido del escándalo del hacker. También recuerdo cuando, como vicepresidente del Gobierno Uribe, se le vino el mundo político encima porque dijo que un porcentaje muy alto del Congreso tenía relaciones con los paramilitares. Al final, la parapolítica demostró la asquerosa relación de los parlamentarios con los matones paras. Y si de imprudencias se trata, no olvidemos los electrochoques. En fin, ya el Pachobomba explotó. Todo dependerá de si el presidente recoge los escombros para rearmar lo que quedó desbaratado, respalda a Pacho y se dedica a investigar si hubo una operación de espionaje conspirativo contra el Gobierno colombiano o si esos mismos escombros los echa a la basura y se olvida de ellos. ¿Qué pasa si Duque le pide la renuncia al embajador y este se niega porque considera que hizo lo correcto? ¿Y si los espías están más cerca de Pacho de lo que él mismo cree?