Juan Manuel Charry | Foto: Semana

La revista SEMANA informó el miércoles sobre el acuerdo celebrado entre Gustavo Petro y Claudia López, alcaldesa de Bogotá, un pacto de “no agresión” para que cesaran las peleas dentro y fuera de las redes sociales, discrepancias ideológicas y enfrentamientos por asuntos que competen a la capital del país.

Al principio, sus protagonistas no aceptaron la existencia del acuerdo, pero la revista constató que sí tuvo lugar a instancias de la alcaldesa, pues en el Concejo de Bogotá contaba con la oposición del petrismo, entonces la estrategia consistiría en destrabar las iniciativas de la administración distrital. Así lo reconoció el jefe de gabinete, que admitió haber tenido conversaciones con dirigentes de Colombia Humana y el Polo Democrático, y consideró que las diferencias con esos grupos políticos serían tramitadas de manera amable y democrática.

El mismo Gustavo Petro, en otro medio de comunicación, confirmó la reunión y envió un mensaje reconciliador: “La ciudad de Bogotá se va a expresar y eso va a ser un mensaje político”. En contraste, el jefe de gabinete insistía en que se trataba simplemente de que la oposición bajara el tono en la relación con la alcaldesa y ella agradecía la mejora en el trato y en el diálogo; curiosamente, hace pocos días nombró en el gabinete a una persona que trabajó como subsecretario en la administración de Petro en 2012.

Primero, la confrontación que cada vez fue subiendo de tono hasta llegar a los estrados judiciales, en que salió triunfadora la alcaldesa, en cuanto no tuvo que retractarse por sus afirmaciones contra Colombia Humana y sus partidarios por sus apoyos a las protestas y a los desmanes; también ganó otras dos tutelas similares. Su pareja, senadora, afirmó que Petro llevaba tres años diciendo que los líderes de la coalición de la Esperanza y Verdes eran fascistas, genocidas, corruptos, paramilitares y neoliberales.

Después, los acercamientos y los acuerdos que pretendieron mantener en reserva. Más tarde, la presentación de lo convenido en el sentido de modificar la semántica y acudir al trato amable y democrático, para un diálogo constructivo y sacar adelante los planes de la administración.

Sin embargo, los hechos son dicientes: se acusa a Gustavo Petro, de la Colombia Humana, y sus partidarios, de patrocinar los desórdenes en Bogotá, lo que es muy grave. En respuesta se descalifica a la alcaldesa y sus aliados por sus posiciones y políticas, pues están en la coalición de la Esperanza y no en el Pacto Histórico. Se ponen de acuerdo, celebran un pacto de “no agresión” y se concede participación burocrática a Petro en el gabinete distrital.

El candidato presidencial exguerrillero continúa con su lógica bélica, el agravio, el insulto, la descalificación de los oponentes, su destrucción simbólica, claudican o perecen. La alcaldesa, distinguida por su fuerte carácter y sus conductas frontales, cedió ante las agresiones, no valieron los triunfos judiciales, sus denuncias sin resultado, y el infractor-agresor salió triunfador con participación burocrática y la tímida adhesión.

Qué hechos más lamentables que justifican el descrédito de la política. Qué Pacto Histórico más triste que justifica la difamación para lograr temerosas alianzas. Que juzguen bien los electores la forma en que estos personajes obtienen sus respaldos, no las palabras amables y democráticas que dicen pactar, sino sus comportamientos contradictorios e inconsistentes.