El desarrollo del aviturismo es una de las oportunidades más promisorias que ofrece a los colombianos la apertura de la ventana de la paz. Por todos los rincones afloran iniciativas impulsadas por organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, organizaciones comunitarias y operadores turísticos que buscan atraer miríadas de visitantes al país de las aves.Esta explosión es, en gran medida, el logro de muchas personas y organizaciones que vislumbraron este potencial desde antes que soplaran vientos de paz y se prepararon para aprovecharlo. El énfasis de algunas reservas naturales privadas en la conservación de aves, la capacitación de guías, la creación de empresas especializadas y la organización de eventos regionales, nacionales e internacionales enfocados en este negocio, son ejemplos de las iniciativas que empezaron a forjarse alrededor de la pajarería.El auge del turismo de observación de aves empieza a jugar un importante papel como dinamizador de la comunidad ornitológica nacional. Colombia tiene una larga tradición en este campo y existen en el país numerosos grupos de aficionados que, a pesar de los altibajos propios de toda labor filantrópica, se mantienen unidos en la Red Nacional de Observadores de Aves. La irrupción del aviturismo no solamente ha traído oportunidades para sus afiliados, sino también una renovación de su interés por documentar la riqueza biológica del país.Pero lo que es aún más fascinante de esta expansión de la pajarería colombiana, es su democratización. Si bien los observadores extranjeros llegan cada vez con más frecuencia y en mayor número, lo cierto es que los caminos del país se inundan cada fin de semana con una comunidad tan variopinta como los seres que persigue a través de los lentes de sus binoculares, cámaras y telescopios. Y su pasión desenfrenada, ese común denominador de quienes la integran, es algo que surge en total independencia de su procedencia, costumbres y afluencia económica.Por un lado, están los pajareros que habitan las grandes ciudades y pertenecen a un estrato socioeconómico en el que no es raro tener un pasatiempo sofisticado ni contar con los medios necesarios para desarrollarlo. Además de los ornitólogos profesionales, esta afición convoca médicos, abogados, ingenieros, odontólogos, empresarios, financistas y diplomáticos, igualmente fascinados por los plumajes, cantos y comportamientos de las aves silvestres.Y ahora se suman a ellos los ciudadanos de a pie como Guillo, el guía de ocasión que me acompañó el mes pasado en un par de jornadas en las montañas de Antioquia. Impresionado por su experiencia y entusiasmo, le pregunté cómo había llegado al mundo de las aves. Y este joven nativo de Jardín, que se gana la vida como obrero de la construcción, me explicó que, gracias a una breve inducción recibida de manos de un pajarero para quien hizo algún trabajo, ahora dedica todo el tiempo que puede a mirar pájaros.La multiplicidad de oficios y profesiones de los nuevos pajareros de Colombia trajo a mi memoria uno de esos relatos increíbles que hace Joan Manuel Serrat como introducción a sus conciertos: la historia de un panadero catalán que componía poemas mientras amasaba sus panes. Esa aparente incongruencia, que permitió al cantautor especular acerca de las posibles relaciones entre la fermentación de la levadura y la inspiración poética, demuestra también que la sensibilidad ante la belleza puede habitar en cualquier parte y echar a volar cuando surge la ocasión propicia.Más que un negocio promisorio para atraer turistas extranjeros, la observación de las aves silvestres es pues una oportunidad extraordinaria para acercar a los colombianos al fabuloso patrimonio de biodiversidad del territorio nacional y a conservarlo. Después de todo, es una actividad que, para florecer, debe ser respetuosa y amable con la naturaleza, a diferencia de otras formas de esparcimiento en las que priman la aglomeración y el bullicio. Un pasatiempo disponible para todos, en la medida que sólo requiere despertar los sentidos para entrar en comunión con el cosmos.