Son las cinco de la tarde del 20 de enero de 2021. Aún no ha reconocido la derrota y pocos se imaginan que lo hará.  Donald Trump sigue convencido de que es el presidente. Considera las elecciones del pasado 3 de noviembre como fraudulentas. Según sus cálculos, cuatro o cinco millones de ilegales votaron por su contrincante. Esos votos fueron estratégicamente utilizados en los estados críticos. Él lo admitió antes de los comicios: había una estrategia del deep state para evitar su victoria. Con sus cuentas, sigue siendo el hombre más poderoso del mundo.  No será fácil gobernar para su sucesor. Los Trump no saben perder, y es una realidad que hay que sopesar. Cambiaron el Partido Republicano, quedaron los trumpistas nada más.

La derrota de Trump ocurrió un martes de octubre de 2019. Muy pocos lo vieron. Son tantos los escándalos del mandatario que uno más no importa. Pero este sí. Ese 22 de octubre apareció como testigo quien obraba como embajador de Estados Unidos en Ucrania. En el documento de 15 páginas, William Taylor detalló el esfuerzo inmenso de Trump de condicionar la ayuda estadounidense al desarrollo de una investigación de una empresa ucraniana, compañía en la que el hijo del exvicepresidente Joe Biden se sentaba en la junta directiva.   Fue la prueba reina: no quedaban dudas de la politización de Trump en la política exterior. Intentó utilizar el poder de la presidencia para afectar a su rival. No tiene precedentes en la historia reciente de los Estados Unidos. Fue tan impactante que desmentiría la promesa de Trump de que no era un quid pro quo. Ese es el quid del asunto: una prueba en blanco y negro. Nada de gris. Los demócratas de la Cámara ya tenían vía libre para votar su impeachment. Y así lo hicieron.   Como era de esperarse, el Senado no pudo condenar. Es demasiado alto lo que se necesita (67 senadores de 100 para votar la condena), pero fue suficiente. Suficiente para que Trump dejara una estrategia de ganar por una de lamentaciones. Así empezó la caída. La derrota de Trump ocurrió un martes de octubre de 2019. Muy pocos lo vieron. Ese día el entonces embajador en Ucrania dejó por fuera de dudas la politización de Trump de la política exterior. Una prueba en blanco y negro. La gente pensaba que el juicio contra Trump era positivo para su reelección. Citaban la experiencia de Bill Clinton, quien mantuvo alta su aprobación a pesar de haber tenido un impeachment. Se equivocó: a Clinton sí lo marcó. Y le costó la elección de Al Gore.  Se trata de una huella eterna, y Trump lo sabía: por eso luchó contra ella. Con un problema adicional: para ganar el 2020 necesitaría replicar el 2016. Es particularmente difícil cuando ha sido acusado de altos crímenes. Algo queda.  Trump intentó darle un giro a la conversación, pero entendió que era solo temporal. Siempre regresaba a lo esencial: su comportamiento como jefe de Estado. Siempre fue su debilidad; finalmente lo entendieron los que votaron por él.

La lógica era ir al centro y dejar atrás las dudas. Pero ese no es Trump. Su única opción era golpear de vuelta, una táctica aburridora para los electores que querían hablar del futuro.  Todo movimiento tiene el momento de oro y su instante de crisis. Trump no lo captó. Siguió en las mismas, peleando con todos. Cada vez tenía menos amigos y una base encogiéndose. Gobernar día tras día es posible, mas no suficiente para la reelección.   En Estados Unidos existe el colegio electoral, y allí no le fue bien a Trump. La falla del carácter le costó en las áreas clave de la votación. En 2016 aprovechó que Hillary Clinton era más odiada, pero esta vez no pudo. Con ira no alcanzó, como quedó demostrado en las elecciones de noviembre de 2020.  A muchos lectores les parecerá extraño que faltando un año para las elecciones haga un previo aviso de la segura derrota de Trump. Más aún cuando no ha escogido al candidato demócrata. Es irrelevante ese dato. Donald Trump seguirá siendo muy influyente; es dueño de un partido. En 2024, posiblemente será el candidato oficial. Pero el año próximo perderá. Lo que el embajador Taylor reveló el 22 de octubre es demasiado serio; evitará que Trump llegué a 270 votos electorales. Palabra que sí.