Terminar el conflicto armado es un imperativo para Colombia. La historia insiste en demostrarnos que la vía armada no puede seguir considerándose como la solución. Tampoco quiere decir que por la vía negociada, como con el actual proceso de conversaciones, todos los problemas causados por más de cinco décadas de violencia política vayan a terminar, pero sí podemos afirmar que es el camino más coherente y razonable para ponerle fin a las confrontaciones armadas y concentrarnos en el gran desafío: construir la paz. Por eso es difícil de entender el clamor de varios sectores dentro de quienes nos indignamos por la muerte a manos de las FARC de soldados en el Cauca la semana pasada. En lugar de ser enfáticos y pedir el desescalamiento del conflicto como consecuencia lógica de la voluntad de paz y como un compromiso que ya había adquirido ese grupo armado, la solicitud era lo contrario: desplegar todo el potencial bélico de las Fuerzas Armadas. Como si quien sufriera las consecuencias fuera solo la estructura militar de esa guerrilla y no cientos de personas, civiles y militares, que terminan en medio del fuego. De acuerdo a un informe del Cerac, durante el cese al fuego unilateral de las FARC se han reducido a niveles históricos las cifras de la violencia asociada al conflicto. El promedio mensual de combates desde 1984 era de 27, mientras que en lo que va corrido desde la declaratoria del cese se han reducido a 3 en el periodo de diciembre de 2014 a enero de 2015 y 8 de enero a febrero de este año. Y para el número de víctimas mortales ha pasado de 213 como promedio mensual desde 1984 a 18 y 40 respectivamente. Estas cifras demuestran que la única forma de reducir las víctimas es desescalando el conflicto, como resulta apenas obvio. Lo que más desconcierta de todo este asunto es la ligereza de las afirmaciones. Las FARC incumplieron su compromiso de cese unilateral y pusieron en riesgo los importantes avances del Proceso de Conversaciones de La Habana, eso es un hecho incontrovertible, pero nuestro deber como ciudadanos es exigir que los avances del proceso sobre los acuerdos para desescalar el conflicto se cumplan. Volver a la misma dinámica de la seguridad democrática no va a reducir el número de víctimas ni a terminar el conflicto armado, como quedó claro después de ocho años de lucha frontal contra las FARC. En lugar de pedir más guerra y que los negociadores de La Habana se levanten de la mesa, la indignación que nos produjo las muertes de los soldados en el Cauca debe llevarnos a dos cosas. Uno, a cuestionar nuestro compromiso real con la ventana de oportunidad para la paz que nos da el proceso de conversaciones de La Habana; y dos, a hacer un llamado contundente a las FARC a que cumplan sus compromisos de cese unilateral de las hostilidades. Lo que sucedió la semana pasada es un síntoma más de que aún no está claro el consenso social en torno al compromiso con la paz. Desconocer los avances en términos de reducción de la violencia asociada al conflicto, a raíz de lo que se ha acordado en La Habana, y apostarle a más guerra no es consecuente con el rechazo al creciente número de víctimas que deja la violencia asociada al conflicto. Lo que necesitamos es apostarle al proceso de La Habana como la única esperanza que tenemos de terminar las confrontaciones. Los avances de la Mesa de Conversaciones, aunque susceptibles de críticas, son claros (hay acuerdos sobre el 60 % de la agenda y ha habido varios acuerdos sobre desescalamiento del conflicto) y a pesar de que los desafíos de lo que queda por discutir no son menores, con suerte sentará las bases para terminar el conflicto armado y construir la paz que tanto deseamos. La actitud generalizada a raíz de lo sucedido en el Cauca muestra que antes hay un complejo desafío que excede lo que se pueda acordar en La Habana, y nos interpela como miembros de una sociedad que no puede seguir sosteniendo lo insostenible: construir un entorno coherente y favorable a la paz que como sustento tenga el compromiso individual y genuino de apostarle a un nuevo proyecto de país. *Investigadora de Dejusticia