La conservación de la biodiversidad se ha venido constituyendo en una de las más amables expectativas de la sociedad actual. Ya no solo bajo consideraciones éticas, sino también estéticas. Con pocas excepciones, todos querríamos legar a las generaciones futuras paisajes, ecosistemas y especies que conocimos, que disfrutamos y de los que obtenemos actualmente desde principios activos medicinales, hasta seguridad alimentaria y elementos de disfrute espiritual. Sin mencionar otros servicios que los ecosistemas prestan, para hacer confortable la relación entre nuestra civilización y Gaia (como lo planteaba james Lovelock en los 70: un sistema planetario inteligente, que adecúa sus ciclos biogeoquímicos a las condiciones imperantes). No obstante, la forma de uso de los recursos naturales, la explosión demográfica, el extractivismo como motor de la economía planetaria, pero por sobre todo el consumo indiscriminado, está poniendo en crisis la relación entre la civilización y Gaia. Con mayores costos para la primera, que para la última que en 4.500 millones de años, ha logrado mantener resiliencia, a tantas y tan diversas formas de intromisión. En este sentido es necesario repensar nuestra breve estancia en el planeta. Somos una especie (homo sapiens), relativamente reciente. Con no más de 60 mil años, pero con alto nivel de éxito discutible, en el control planetario, tanto como para suponer que en ese breve tiempo probablemente hemos logrado, como ninguna otra especie previa, generar una era geológica propia, como se ha venido mencionando en la literatura científica: el Antropoceno, entendido como la era en la que se deja evidencia de nuestro paso por el planeta, principalmente en forma de basura y contaminación. Pero las eras geológicas nos exceden tanto y nos resultan tan ajenas que es preferible hacer referencia al análisis vital y los paradigmas que se están transformado en nuestra generación. Uno de ellos, la conservación de la biodiversidad desde en el siglo pasado y en los ya no tan albores del siglo XXI. En principio, esta ya se define como una utopía, en tanto lo único inmutable de la biodiversidad es su permanente dinámica. Por tanto “conservación” supone también cambio. Y biodiversidad no puede ser tratada como ajena a la sociedad que alberga. En este contexto se plantean las transiciones socioecológicas hacia la sostenibilidad como un enfoque actualizado y ajustado a las condiciones predominantes planetarias. De la “tragedia de los comunes” a la gobernanza comunitaria de los recursos naturales. De la preservación estricta hacia el uso sostenible como herramienta de conservación. (*) *Biólogo Marino Candidato a Doctor en Conservación y Restauración de la Biodiversidad en la U. de Alicante