“El M-19 luchó con Nelson Mandela”, mintió el presidente Petro esta semana, en uno de sus discursos incendiarios. Ni él ni su guerrilla le llegan a la suela de los zapatos. Por desgracia para Colombia y el mundo, apenas nacen Mandelas y, por el contrario, demasiados Petros, Chávez y Maduros.

El presidente habló en Córdoba y presumió no solo de la lucha armada, sino de que su banda se entrenó en terrorismo en Libia. Omitió que el sanguinario Gadafi estrelló un avión de pasajeros y murieron las 259 personas que iban a bordo. Al año siguiente, Pablo Escobar hizo estallar un Boeing de Avianca en pleno vuelo.

Además de la condescendencia del jefe de Estado hacia el uso de las armas para conquistar poder e imponer ideas, su persistente incoherencia le resta credibilidad en materia de orden público.

Rompió el alto al fuego con las Farc-EP (rebautizadas Estado Mayor Central para encubrir que son herederos de las viejas Farc) y tildó a Mordisco de “traqueto” tras el asesinato de Carmelina Yule, pero les tendió la mano y nunca les echó en cara que hubieran asesinado, con idéntico método y en el mismo municipio, a otra lideresa.

¿No eran “traquetos” cuando mataron a sangre fría a Cristina Bautista, de enorme liderazgo entre los nasas del norte del Cauca, y a cuatro guardias indígenas que iban con ella? Al igual que la ahora asesinada, Bautista intentó detener una camioneta de las Farc con secuestrados. Alias Barbas no soportó la intromisión y disparó sin más.

Poco antes y a pocos kilómetros, en Suárez, el pueblo de Francia Márquez, acribillaron a balazos a Karina García, candidata a la alcaldía, su mamá, Otilia, y cuatro acompañantes.

A pesar de tamaña barbarie, Gustavo Petro les concedió legitimidad política y un cese de hostilidades que no le sirve al país, solo a sus oscuros objetivos. Por eso mantiene a Velásquez con la misión de desmoralizar y debilitar a las Fuerzas Militares y la Policía.

Redujo tropa y presupuestos; tiene a la mayoría de efectivos de brazos cruzados; apenas disponen de helicópteros para operaciones, aunque tampoco serían necesarios, salvo ahora que le dio a Petro por interpretar el papel de fingido halcón y ordenó detener a Iván Mordisco (“No me lo maten”, clamó). A la larga conseguirá que los civiles pierdan la confianza en un Ejército que no los protege y que cuenta con generales a los que el jefe de Estado tacha de mafiosos.

Bastaría analizar la situación de San Vicente del Caguán, en boga por el famoso Internado Gentil Duarte, para comprobar la gravedad de aplicar la política petrista en esa otra Colombia, presa de una complejísima realidad.

Cuando Pastrana entregó el Caguán a las Farc, terrible error del que el país no aprendió, San Vicente tenía 72 veredas. Municipio ganadero por excelencia, tanto la política de seguridad de Uribe como la desmovilización de las Farc con Santos lograron que las FF. MM. retomaran el control en parte del territorio, si bien alias el Paisa siguió ejerciendo el mando en la región de El Pato.

Después de que Gentil Duarte y Mordisco se declararon en disidencia, ganaron fuerza en el área limítrofe con el Meta. El Gobierno Duque, que los combatió, contuvo su crecimiento y empujó al Paisa, su jefe Iván Márquez y demás matones de la Nueva Marquetalia a escapar a Venezuela para eludir el acoso militar.

Pero como el Estado colombiano vive carcomido por la corrupción y padece incapacidad congénita, miles de labriegos se lanzaron a tumbar selva para meter ganado a tal punto que hoy San Vicente tiene 400 veredas.

El número de nuevos asentamientos, su extensión –27.000 kilómetros cuadrados–, un presupuesto municipal famélico y un Ejército y Policía frenados por el irreal cese al fuego, propiciaron que Mordisco extendiera su reino y que ahora su gente campee a sus anchas.

Son la única autoridad y han fortificado las guardias campesinas, obligando a las veredas a aportar miembros y a financiarlas, otra amenaza a la institucionalidad.

Los acontecimientos de Los Pozos mostraron hasta dónde pueden llegar. Lo preocupante es que no están solo al servicio de la guerrilla, sino del presidente.

Sumen a lo anterior que en San Vicente 1.230 familias invadieron un predio municipal y malviven en chamizos, y está disparado el reclutamiento de menores.

Como si faltara algo, Petro proporcionó un balón de oxígeno a las Farc de Iván Márquez, que eran marginales ante el empuje de las de Mordisco. Abrió las puertas a una negociación para que el Ejército no los toque; trajeron de vuelta a Márquez a Colombia una vez recuperado en Caracas, bajo el amparo de Maduro; y hacen la vista gorda ante su alianza con los Comandos de Frontera para reconquistar el Caguán.

La única solución ante un panorama tan intrincado sería un acuerdo nacional que trascendiera Gobiernos. Pero Petro prefiere agraviar a sus rivales políticos y empoderar a criminales. Así nos va.