En las pasadas elecciones legislativas y para la Presidencia de Colombia, evidenciamos que el país se dividió en dos vertientes muy marcadas, donde cada uno de los colombianos, sin seguir unas directrices claras, apoyó los partidos y candidatos con los que se identificaba y defendía sus ideologías y formas de gobierno.

Incluso, no podemos olvidar que lo que se vislumbraba como un hecho histórico, que el centro sería el gran ganador de las elecciones, sin duda alguna fue la derrota más humillante que haya vivido esta tendencia en Colombia, y que, además, se demostró que aquellos que decían pertenecer al centro del espectro político eran en su mayoría de izquierda, pero parecía que se avergonzaban de manifestarlo públicamente.

Las votaciones demostraron que el país estaba totalmente dividido en dos únicas tendencias: una derecha antipetrista y una izquierda petrista.

Los petristas, acompañados por los partidos de izquierda, centroizquierda y los mal llamados partidos de centro, fueron coherentes y defendieron sus ideales sin ninguna prebenda. Liderados por el actual presidente, fueron los partidos políticos que apostaron por la oposición permanente al expresidente Duque y ganaron en primera y segunda vuelta.

Sin embargo, esa coherencia se desvaneció cuando el 7 de agosto, día de la posesión de Petro, este, en vez de ser leal a sus partidarios, le diría al país que miembros de los partidos con una ideología contraria a la de él también serían parte del gobierno; es decir, ministerios y altos cargos del nuevo Gobierno serían ocupados por políticos que, semanas antes, le hacían la más profunda oposición.

Del otro lado estábamos los llamados antipetristas, que —podríamos decir— éramos la otra mitad de los colombianos. Muchos de ellos miembros de algún partido político y otros, la gran mayoría, que, sin ser miembros de estos, pero con principios e ideales de derecha y centroderecha, apoyamos al candidato Federico Gutiérrez en primera vuelta y, por descarte y para votar en contra del petrismo, votamos por el ingeniero Hernández en segunda.

Una vez elegido el Congreso y el nuevo presidente, los colombianos esperábamos que los miembros del Partido Liberal, Conservador y La U se iban a alinear con las decisiones de la mitad de los colombianos que representaban y que no avalaban las tesis del hoy presidente de los colombianos, Gustavo Petro Urrego.

Esperábamos que hicieran una oposición democrática e inteligente, o por lo menos, si así no lo querían, que tuvieran una posición independiente frente al Gobierno nacional, como lo haría el Partido Cambio Radical. Este último porque, al ser el Centro Democrático el líder de la nueva oposición y tener visiones, muchas veces contrarias entre ellos, no iban a permitir ser “segundos” en esa oposición; la independencia era el camino lógico y así lo hicieron.

Pero el 7 de septiembre, un mes después de la posesión del nuevo presidente, de acuerdo con lo establecido en el artículo 6 de la Ley 1909 del 2018, los partidos políticos tenían que anunciarle al presidente si sus colectividades serían partidos de gobierno, independientes o de oposición. Y qué sorpresa nos llevamos los colombianos cuando algunos de los partidos más importantes de derecha y centroderecha tomaron la decisión de ser partidos de gobierno, es decir, de apoyar directamente el accionar de Gustavo Petro, deshonrando la palabra ante sus electores que sí votaron masivamente contra el petrismo meses atrás.

Lo que más sorprende fue la decisión tomada por el Partido Conservador. Un partido históricamente de derecha y con una ideología estructurada en ese sentido. Un partido que ha visto pasar por sus filas a los más grandes dirigentes políticos en la historia del país, muchos de ellos asesinados por defender sus ideales.

El Partido Conservador traicionó sus principios y vendió sus ideales con argumentos irónicos y descabellados, como lo dicho por el actual presidente de esta colectividad, Carlos Andrés Trujillo, cuando declaró al Partido “de gobierno, preservando y salvaguardando los principios que fundamentan el espíritu conservador”. Esto suena idílico, pero no es nada distinto a la búsqueda de intereses particulares de sus actuales directivos y la mayoría de sus parlamentarios.

Este hecho, estoy seguro, tendrá unas repercusiones muy graves para estos partidos en las elecciones del próximo año, en las cuales vamos a elegir gobernadores, alcaldes, diputados y concejales.

La ciudadanía les pasará factura a quienes los traicionaron y dejarán a un lado a esos directivos oportunistas que creyeron eran coherentes con sus principios y tenían una ética política digna de sus cargos.

Los que sí tendrán la confianza de sus electores serán los candidatos de los partidos que han sido coherentes antes y después de las elecciones, bien sean de gobierno, oposición o independientes.

Los demás tendrán que asumir una gran derrota, los colombianos les cobrarán por ventanilla sus actos por darles prioridad a sus intereses particulares (mermelada) y no a los intereses de la colectividad que representan.