“Si el que está confundido es él, a mí por qué me toca pasar por todo este proceso tan doloroso de separarnos y además estar lejos de mis hijos. El problema es de él, ¡pues que él lo resuelva!”. Me dijo una mujer después de haber aceptado la decisión de su esposo de separarse temporalmente. Habían empezado una terapia de pareja por los conflictos que estaban teniendo, y cuando se decidió hacer una separación temporal se generó en ella una inmensa rabia. No solo porque le parecía injusto que tuviera que desacomodarse por una confusión de su marido, sino también porque sentía que él estaba siendo muy egoísta porque no estaba teniendo en cuenta lo que ella quería. Esto le estaba generando dolor, tanto, que decidió buscar ayuda individual: “Él me ha pedido perdón de todas las maneras y sé que es sincero, pero no puedo perdonarlo porque me siento ofendida. Reconozco que me dio en el ego y no he logrado soltar”. Todos tenemos ego. Sin importar la raza, las creencias religiosas, la edad, el género, la nacionalidad, el estrato social, etc., todos tenemos que convivir diariamente con nuestro ego. Esta es la principal fuente de sufrimiento y, por lo mismo, nuestro maestro potencial más valioso. El ego sale a flote cuando las cosas no resultan como queríamos, cuando consideramos que no nos pagan el salario que ‘nos merecemos’, o no nos reconocen y elogian por lo que logramos; es la rabia que sentimos porque alguien hizo o dejó de hacer alguna cosa que nos dolió y no logramos perdonar. Este mismo orgullo es el que nos incapacita para pedir perdón cuando herimos a otra persona; preferimos ‘argumentar’ que lo que hicimos no fue tan grave, o que por el hecho de no haber querido herir, no hay que pedir perdón. En ese sentido, el ego puede ser nuestro principal maestro porque nos muestra constantemente en qué podemos mejorar y qué nos falta pulir. Todos somos como piedras que al pulirlas, encontramos un diamante; la dificultad reside en que el proceso de pulir la piedra es exigente, desgastante y muchas veces doloroso. Por eso muchas personas prefieren quedarse en la rabia, consentir su orgullo y aguantar la amargura que esto conlleva. El trabajo que ha hecho esta mujer con su ego ha sido exigente, pero también muy satisfactorio. Entre muchas otras cosas, empezó a reconocer que la relación no se había deteriorado solamente ‘por culpa’ de su esposo, que también ella era responsable. Empezó a reconocer que llevaba varios meses trabajando demasiado, llegando a la casa tarde entre semana y yendo a la oficina los fines de semana, cosa que su esposo en varias ocasiones le había pedido que revisara; cuando tenía tiempo libre, con mucha frecuencia salía con las amigas a tomarse algo en lugar de aprovechar para estar con él y con sus hijos; las relaciones sexuales habían disminuido bastante debido a su cansancio por el exceso de trabajo; y cuando estaba con su esposo se desesperaba con todo lo que él decía, le respondía de manera agresiva, antipática, muchas veces displicente; y esto último él se lo había mencionado en varias ocasiones y ella, en lugar de escucharlo, le decía que él estaba demasiado sensible y que tenía que entender que ella estuviera así por todo el trabajo que tenía. Empezar a descubrir y aceptar su responsabilidad ha sido doloroso, pero al mismo tiempo ha sido ese dolor el que le ha permitido reconocer que no es una persona perfecta –y que eso no está mal-; que se equivocó en el manejo de muchas cosas y que lo que no había salido como ella esperaba no era un castigo injusto e inmerecido, sino una consecuencia de su propio comportamiento. Por consiguiente, una valiosa oportunidad para reconocer sus errores, disculparse por ellos y comenzar a trabajar en ella misma para corregirlos. Se dio cuenta de que ni ella ni su esposo sabían pedir perdón: que para su sorpresa, muy pocas veces –si acaso una - se habían dicho algo como: “Perdóname, me equivoqué y te pido disculpas por haberte causado dolor”. La manera de pedirse ‘perdón’ se limitaba casi siempre a darse un abrazo, invitar al otro a comer, hacer chistes hasta que el otro se riera y que así, finalmente, pasara la tensión; todas cosas importantes, pero insuficientes, porque el primer paso para trabajar en el ego debe ser captar y valorar el sufrimiento del otro, lo que sintió y pedir perdón con humildad auténtica y verdadera compasión. Esta fue precisamente una de las primeras cosas que ella pudo hacer: pedirle un perdón sincero a su esposo por el daño que ella había causado. Es decir, hacerse cargo de su responsabilidad en la relación en lugar de culparlo a él por todo. Trabajar en el ego es una tarea para toda la vida. Desafortunadamente en el mundo actual los estímulos están diseñados para alimentarlo, por lo cual se induce constantemente a las personas a justificarse en lugar de inducirlas a trabajar en sí mismas, en su propia superación. Esto incapacita cada vez más a la gente para reconocer los propios errores, para disculparse por ellos y hacer un trabajo en sí mismos en lugar de estar siempre responsabilizando a los demás. Saber agachar la cabeza, ser humildes y reconocer en qué se ha equivocado cada uno, son condiciones necesarias para ‘aprender’ –como le ha tocado a esta consultante-, a pedir perdón cuando hemos herido a otra persona; así como para perdonar a quien nos ha herido. Empieza a ser un paso para que el alumno supere al maestro. En algún lado leí recientemente una frase que me llamó mucho la atención: “Pedir perdón no siempre significa que yo estoy mal y el otro está bien. Solo significa que valoro más la relación que tenemos que mi propio ego”. *Psicóloga – Psicoterapeuta Estratégica ximena@breveterapia.com www.breveterapia.com