Pasan los días y los detalles del ataque terrorista de Hamás a Israel se empiezan a conocer. He pasado horas conversando con sobrevivientes de la tragedia y entre sollozos me han contado cómo vivieron los instantes más horrendos de su existencia.

Hamás planeó todo al detalle. Sus terroristas esperaron hasta la madrugada, momento en que las personas estaban más desprevenidas, para atacar. Lo hicieron un sábado, día especial en el judaísmo dedicado a la familia, el descanso y la comunidad.

Una reconstrucción de los hechos por parte de BBC y CNN da cuenta de que los atacantes empezaron su ofensiva disparando cohetes sobre la zona de una fiesta electrónica y varios kibutz, comunidades tradicionales que viven de la agricultura, para amedrentar a las familias y obligarlas a buscar rutas de escape o esconderse en búnkeres. Una vez disparados los rockets, procedieron a bloquear las vías de acceso para emboscar a los que se animaran a salir de las zonas blanco y luego llegaron hasta los búnkeres, donde las familias esperaban la llegada del ejército, para acribillarlos o, en los casos más horrendos, tirarles granadas.

Solo imagine la imagen. Familias enteras escondidas bajo tierra en búnkeres, esperando la llegada del ejército, sorprendidas por terroristas que les dispararon o lanzaron explosivos. Los acorralaron y luego mataron. Pero eso fue en el mejor de los casos. En otros, antes de matarlos, los terroristas de Hamás separaron a los hombres de las mujeres y los niños. Violaron a las mujeres, decapitaron a los bebés mientras los hombres miraban y luego los mataron.

Sevicia no es una palabra suficiente para describir lo sucedido.

Este horror no es nuevo. El accionar de Hamás fue sacado del libro de texto de los horrores más profundos y oscuros que un humano usa para someter a otro; se llama pogromo. Durante la Segunda Guerra Mundial asesinaron a familias judías en Rusia y Europa.

Investigaciones recientes demuestran que los terroristas que llevaron a cabo los ataques de este mes no solamente tenían envenenada el alma, también llevaban veneno en su cuerpo.

Investigaciones del Jerusalem Post concluyen que en los restos de varios asesinos que fueron dados de baja en los intercambios de disparos encontraron restos de la peligrosa droga captagon, una anfetamina sintética producida en el sur de Europa y traficada a través de Turquía, conocida como la “cocaína de los pobres”.

El actuar demencial de Hamás y sus colaboradores también los llevó a disparar contra un hospital en Gaza. Investigaciones del Departamento de Estado, el Pentágono, expertos consultados por CNN y declaraciones del Ejército israelí concluyen que fue un rocket disparado desde un parqueadero cercano, que impactó la institución médica.

Pero fueron pocos los que se detuvieron a presentarlo así. Hubo una gran cantidad de medios como el New York Times, que tuvo que cambiar su portada digital cuatro veces, los que dieron total crédito a las versiones de un vocero de Hamás que apuntaba a Israel de haber sido el autor del ataque.

En Colombia también hubo personas que, motivadas por su pereza intelectual, odio o preconcepciones, las que sin esperar mayor investigación, o tal vez sin profundizar más allá del titular, condenaron al ejército israelí por el hecho totalmente repudiable. El señalamiento infundado tuvo serias consecuencias: por poco logra la cancelación de la visita de Joe Biden al primer ministro Netanyahu y provocó la cancelación de una reunión entre el presidente de Estados Unidos y varios líderes árabes. Sumamente conveniente.

El presidente Gustavo Petro es una de esas personas que ha decidido tomar el camino de condenar sin contemplación a Israel sobre lo que hace o deja de hacer. Y tácitamente ha dado su apoyo a Hamás. Nuestro jefe de Estado pudo asumir el mismo camino de Naciones Unidas de condenar el atentado y al mismo tiempo advertir sobre la suerte de los civiles en Gaza. Pudo comportarse como la fuente confiable de información de los colombianos y no como un vocero de noticias falsas con el objetivo de crear una narrativa sesgada e imprecisa. Se puede declarar preocupado por los civiles, pero eso no significa ser vehículo de propaganda de Hamás. El mandatario desconoce que se pueden hacer las dos cosas: se puede condenar el atentado terrorista endemoniado de Hamás y al tiempo pedir consideración y responsabilidad en la respuesta de Israel.

No se puede levantar la bandera de la humanidad si hay muertos de primera y segunda categoría; si hay palabras de condena de una violencia y justificación de otra. Un verdadero líder de paz no justifica el terrorismo. Un verdadero líder de paz zanja las diferencias, crea puentes, escucha y suma. Un verdadero líder de paz es capaz de cuestionar sus impulsos, pronunciarse en todos sus cabales y en completo conocimiento de todos los factores. Un verdadero líder de paz apaga incendios, no los aviva.