El 20 de junio pasará a la historia de Colombia como el día en el que la derecha le ganó a la izquierda el pulso en las calles. De todos es sabido que Petro había convocado el 7 de junio sus propias marchas, y que dos semanas después la derecha sacó cuatro veces más manifestantes en todas las ciudades del país. Incluso en Pasto, una ciudad de ascendiente petrista desde siempre, se registró de manera increíble la primera manifestación en contra de Petro. Y seguirá a más este fenómeno. Algo que en Colombia había sido terreno propio de la izquierda ahora cambió de signo.

Pero no todos comprendieron el significado de estos hechos. Hay que decir que entre 50 millones de habitantes del país solo un ciudadano quiso ver las cosas de otro modo: el mismo Petro, que desde su solitario balcón de Twitter se fue lanza en ristre contra las marchas haciéndolas menos e ignorando su significado, como si toda una vida dedicada a las dinámicas de las manifestaciones no fueran suficientes para que Petro comprendiera lo sucedido.

El presidente se permitió publicar una foto cenital de la Plaza de Bolívar para demostrar que no se había llenado el lugar e hizo un recuento de las convocatorias en las distintas regiones del país. Pero dijo todo con mentiras, pues la foto que eligió convenientemente retrata de manera clara que los manifestantes todavía estaban ingresando por la Carrera Séptima a una plaza que después se llenaría por completo. Y su visión reduccionista del resto de marchas solo puede definirse como querer tapar el sol con un dedo.

Así que tenemos un presidente ciego, sordo y mudo: ciego, pues no vio que las marchas de la oposición cuadruplicaron las marchas oficialistas; sordo, porque al hacer menos a las manifestaciones de la derecha, no oirá los reclamos del país frente a su nefasto mandato; y finalmente mudo, porque con su constante agresividad contra la oposición, la prensa y los colombianos en general, no será capaz de tender los puentes dialogantes necesarios para que Colombia pueda recomponer el rumbo.

Este estado de constante negación hace que Petro salga con perlas como la que trinó esta semana desde París, seguramente mientras circulaba a bordo de un auto de lujo por la avenida de los Campos Elíseos: que si las elecciones se repitieran mañana en Colombia, él volvería a ganar. ¡Hágame el favor!

Petro no ha comprendido que ha perdido hasta 30 puntos de favorabilidad en tiempo récord y que en ninguna encuesta, ni siquiera en las que el mismo gobierno manda a hacer, su favorabilidad logra pasar del 46 %. A diferencia de una elección, aquí no se enfrenta contra contendiente alguno, sino contra él mismo, ¡y pierde! Pierde en todos los escenarios, encuestas, mediciones, pulsos y hasta en las calles.

Esta columna se siente tautológica, porque el país lleva viviendo la misma tragicomedia desde hace 11 meses. Un presidente desnortado, que no sabe a dónde va, que no logra sacar nada adelante, que perdió su coalición de Gobierno de manera casi instantánea, y que lo único capaz de hacer es señalar su propio ombligo. ¿Pero eso es suficiente para gobernar un país de tanta grandeza como Colombia?