Iba a escribir sobre cómo Petro y Estados Unidos, léase Jimmy Story o Juan González, expulsaron a Juan Guaidó de Colombia, pues la historia es fascinante y arrancó cuando iba a abordar un avión de Avianca en Cúcuta. Sin embargo, la pataleta del presidente que lo llevó a cambiar medio gabinete me obligó a cambiar de tema. Eso sí, ambos episodios están conectados, pues muestran el rostro déspota de Gustavo Petro, que mucho me temo va a ser el presidente que gobernará de acá en adelante.

La reforma a la salud desató esta crisis ministerial, la segunda en menos de un año, lo que muestra una inestabilidad propia de un déspota. Los ministros son objetos a utilizar, desechables al arbitrio de un presidente que, por lo menos esta vez, tuvo la decencia de pedirles públicamente la renuncia a todos y no como la crisis anterior, en la que algunos de ellos se enteraron por Twitter que ya no eran ministros. Algo ha aprendido, hay que reconocerle.

Aún no sabemos si lo que se acordaba con la ministra en las negociaciones con los partidos de la coalición, y no se reflejaba en la ley, fue por ella o por decisión de Petro. Pero lo cierto es que quien no cedió fue el Gobierno. Contrario a la dura reforma tributaria, en la que se negociaron varios temas, en esta no se procedió de la misma manera. Y al presidente, o al déspota en este caso, no le gustó que el procedimiento democrático en un Congreso no le fuera totalmente favorable. Es decir, que las reglas de la democracia no se plegaran a sus intenciones.

¿Por qué su vocación democrática si le funcionó en la tributaria y no en la de salud? ¿Fue un tema de ministro, pues de la Corcho a Ocampo hay un abismo en experiencia, conocimiento y tolerancia democrática? Sin duda contribuyó, pero la respuesta, a fin de cuentas, recae en el impredecible déspota que hoy dice sí y mañana no. “El Estado soy yo”, como lo dijo el rey Luis XIV, es lo que Petro siente al desechar la ley de bancadas y el orden político, que nos guste o no es como funcionan las democracias. No, cuando a Petro eso no le funciona, no sirve. Llámese Alejandro Gaviria, Cecilia López, Patricia Ariza o, repito, la ley de bancadas.

Y vamos al cambio de ministros, que dice mucho de para dónde va. Salen Ocampo y López de Hacienda y Agricultura y entran dos fichas cercanas a Petro. Saca a dos ministros muy cercanos a Ernesto Samper. Eso quiere decir que ¿rompe con este sector del liberalismo? Lo mismo se puede decir de Juan Manuel Santos y su ministro Alfonso Prada, quien salió del Gobierno. No sé si será por eso que el expresidente Santos pidió prudencia en el manejo de esta crisis para mantener sus lazos con el Gobierno. Y la salida del ministro Reyes de Transporte es una ruptura con los conservadores.

De los nombramientos, el único significativo es el de Luis Fernando Velasco en Interior, pues es un experimentado exparlamentario liberal que tiene un objetivo, romper al liberalismo. Bonilla, en Hacienda, tiene mucho que probar, pues es un peso ligero en finanzas y en Agricultura nombra a Jhénifer Mojica, una activista, como ministra. Cuatro años más de retroceso, y ojalá solo sean cuatro, en esta área vital para Colombia.

El otro relevo interesante es en la casa de Nariño, al poner a Carlos Ramón González como director del Dapre. Su papel, sin duda, no va a ser hacia adentro de la Casa de Nariño, sino hacia afuera, hacia el Congreso. González es otro político muy hábil, muy clientelista y sin agallas para lograr sus objetivos. El primero es obvio, poner orden en los verdes, su partido, a cambio de puestos y contratos, estoy seguro, pues así ha funcionado siempre.

¿Podrá el nuevo ministro del Interior salvar algunas de las reformas que quedan? La de salud pende de un hilo, a Dios gracias, pues es un desastre anunciado, pero la laboral y la de pensiones, que están bastante retrasadas con el cambio de gabinete, pueden salvarse si están dispuestos a negociar. Sin coalición va a ser negociación uno a uno, es decir, puestos y contratos a cada parlamentario, lo que muestra que el Gobierno del cambio está más aferrado a la vieja política que el peor de los gobiernos clientelistas. Y con González y con Velasco, que tienen gran experiencia en ese tipo de corrupción, es posible que algo se salve. La ley de bancadas, y de ahí la furia de Petro con ella, es el único obstáculo.

Falta la calle. No me cabe la menor duda de que Petro va a intentar utilizar la calle como mecanismo de presión. Va a quemar todos sus cartuchos en este frente y va a utilizar sus alianzas con la primera línea y con todo lo que articularon, incluso con grupos armados, en las violentas protestas de 2021, para crear caos y generar presión. A Petro la democracia y los mecanismos democráticos no le sirven. Por eso va a recurrir a lo que le ha servido, que es la calle. Ya veremos qué tan pronto recurre a este mecanismo violento para salirse con la suya.

La oposición se tiene que despertar. Ya el expresidente César Gaviria prendió la primera alarma. Fue clarísimo. Y tanto el Centro Democrático como Cambio Radical deben seguir ese camino. O se juntan y se organizan en el Congreso y en las próximas elecciones regionales, o les será imposible aguantar lo que viene desde la Casa de Nariño. Tienen que entender que la política hoy es distinta y se juega contra un déspota que puede, si lo dejamos, acabar la democracia. No sé si los conservadores, y Fincho Cepeda es la clave, van a jugar en este lado de la cancha, pues los primeros ocho meses de gobierno jugaron en la otra. Y la U. Es claro el liderazgo de Dilian Francisca, ojalá se mantenga así.

¿Y la calle? Como les dije a los miles de manifestantes que me encontré en las múltiples marchas, esto apenas es el principio y la confrontación en la calle viene. Pensé que iba a ser en el tercer año de gobierno. Ahora veo que no. Ya hay que prepararnos para confrontar a las barras bravas del petrismo y a la primera línea. Si las sacan, tendremos que salir los que defendemos la democracia. Alistar el coraje, camisas gruesas y la bendición del de arriba, porque lo que se viene va a ser muy duro. Ánimo.