El llamado a las calles a los ciudadanos del presidente Gustavo Petro esta semana no trajo nada bueno. Solo sirvió para fragmentar aún más a este país, partido desde hace ya varios años, y mostrar que ese anhelo de unidad nacional está bien lejano. La convocatoria para acompañar al presidente al balcón del Palacio de Nariño, para supuestamente explicar los alcances de la reforma a la salud, terminó convertida en un acto que mostró al Gustavo Petro de antes, amenazante, radical y populista, y no al de la última etapa de la campaña que lo llevó a la presidencia, un Petro conciliador, insistente en la protección de las instituciones democráticas y prometedor de trabajar con la empresa privada en la senda del crecimiento económico.

El llamado a las marchas del 14 de febrero no tuvo el impacto que el Gobierno esperaba, sin duda. Ahí no hubo nada de masivo ni de popular; fue un acto de populismo puro, donde trabajadores del Estado cerraron filas en torno al llamado de su jefe, para radicar una reforma a la salud sobre la cual no hubo la tal pedagogía prometida.

Por el contrario, lo que escuchamos desde el balcón fue un discurso que mostró de nuevo al Petro de campaña, un Petro que divide el país entre ricos y pobres, que señala al sector empresarial como a una especie de avaro que les quita lo suyo a los trabajadores y en el que las palabras “oligarquía”, “pueblo”, “oprimidos”, “privilegios” y “explotados”, así como otras tantas que acompañaron sus discursos de campaña, volvieron a prevalecer en su mensaje ciudadano.

Otra vez salió el Petro que arremete contra los medios de comunicación y los acusa de obedecer a poderes económicos, el que habla de que los banqueros se quedan con el dinero de las pensiones y las invierten en negocios en los que solo ganan ellos, que asegura que los contratos de prestación de servicios “abusan laboral y sexualmente de las mujeres de Colombia que quieren trabajar”. Esta semana, en ese balcón de Palacio se asomó el Petro que llama a los “más necesitados” a apoyar sus propuestas y, si es necesario, defenderlas a muerte en la calle. “Solo si el pueblo abandona a su Gobierno, ese cambio podría detenerse”, dijo en tono de caudillo.

A medida que los días pasan, que el presidente pierde el pudor de la prudencia inicial en Twitter, empieza a verse otra vez a ese Gustavo Petro radical, que recurre al discurso de clases para lograr el aplauso y que afirma cosas que él mismo sabe imposibles (como que las juntas de acción comunal pueden organizarse para prestar el servicio de internet de fibra óptica), pero que acrecientan su imagen de redentor de los menos favorecidos.

Se le olvida al presidente Gustavo Petro que es hoy el presidente de la república de Colombia y de todos los que la habitan: esos banqueros que odia, los trabajadores de las EPS que quiere eliminar, los periodistas que tanto le molestan, los dueños de las empresas que señala a cada rato, los que jamás votarían por él, así como los que lo eligieron… todos conforman el país que él gobierna y es su obligación buscar el bienestar de todos, pero, sobre todo, cumplir las normas y proteger las instituciones sobre las que se erige este país.

Los mensajes que llegan preocupan cada vez más. Mientras el presidente dice en público ser un defensor de la empresa privada, promete ir de la mano de los empresarios en el crecimiento económico y asegura que el país no tiene nada que temer, pues el futuro que él vislumbra es el de una Colombia respetuosa de sus instituciones y de su democracia, en privado no se reúne con los representantes de los gremios económicos, les pide a sus ministros tampoco hacerlo y parece tener claro que no conciliará con nadie lo que él considera que debe hacerse, sin importar los muchos llamados de distintos sectores al menos a debatir.

Lo sucedido con la construcción del texto de la reforma la salud es una clara muestra. Mientras en público se habló de espacio para escuchar los puntos de vista de todos los afectados con la reforma y la recopilación de muchas de las ideas, incluso de los mismos miembros de su gabinete sobre algunos puntos de la reforma, al final el texto que se presentó al Congreso no recogió absolutamente nada de lo discutido con esos espacios de diálogo y consensos que supuestamente se dieron. Ni siquiera sus ministros entendieron para qué participaron de algo que jamás tuvo la intención de atender.

Es como si en el presidente Petro habitaran dos personas: el Petro exterior, conciliador, que aparenta buscar la mejor salida en beneficio de todos y construir mediante el consenso, y el Petro interior, terco, beligerante y dispuesto a hacer lo que tenga que hacer con tal de sacar adelante lo que quiere y como quiere. Algo así como el extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el relato del escritor británico Robert Luis Stevenson, que narraba la historia del Dr. Jekyll, un hombre que crea una poción que tiene la capacidad de sacar su lado más oscuro y convertirlo en el señor Hyde, un ser opuesto al Dr. Jekyll, capaz de cometer los peores actos oscuros. Una obra que muestra la posibilidad de que en un solo ser humano habiten varias personalidades, complejas e incluso contradictorias. Como parece pasarle hoy al presidente Petro.

Al momento de escribir estas líneas, ha salido ya el decreto que le otorga al presidente las facultades para asumir la regulación de los servicios públicos durante tres meses. Petro ha dicho que no intervendrá tarifas, al tiempo que se conoce que ha empezado a rondar la misma idea, pero frente a los servicios financieros.

Petro insiste en que no quiere nada extraordinario ni fuera de la legalidad. Pero todos temen afuera que pueda convertirse de pronto en un señor Hyde capaz de pasar por encima de la misma institucionalidad.