Uno ya ni sabe qué diablos están debatiendo. Ni cuántos cargos y contratos cuesta un voto, si subieron o bajaron los precios. Ni qué es bueno o malo para un sistema que funciona a medias, pero sirve. Es tal la confusión y los vaivenes que ha sufrido el proyecto, sus varias sepulturas y sus resucitaciones a golpe de transacciones non sanctas, que hace rato que el usuario de a pie dejó de entender algo.

Si acaso, el petrista contumaz alegará que su líder tiene razón, aunque no pueda describir la reforma fuera del sempiterno discurso de ricos malhechores y pobres sufridores. El de la orilla contraria, que considera desastroso y mentiroso a este Gobierno, mirará con recelo o total rechazo la propuesta, temeroso de que nos volvamos otra mísera Venezuela.

Lo evidente es que Petro, preso de una egolatría desbordante, está tan empecinado en sacar adelante su monstruito que no tuvo reparos en cortar cuatro cabezas ministeriales dizque para salvarlo: Corcho, Gaviria, López y Ocampo.

Lo desconcertante es que la primera del cuarteto era la auténtica mamá de la criatura, la entusiasta parturienta, pero el señor que ayudó a fecundar el engendro la obligó a abortar para cambiarla por un madrastro.

Jaramillo, más visceral e insultador que su antecesora, tampoco le ha servido para salirse con la suya, así el ministro Velasco se la pase buscando vientres de alquiler en las Cámaras legislativas. Ni sembrando división en los partidos ni ofreciendo la luna a los corruptos consiguió que Petro I corone su capricho.

Tampoco tengo claro que a estas alturas alguien del Pacto Histórico sepa en qué consiste el capricho fuera de acabar las EPS y traer cubanos de la caduca medicina castrista.

Al margen de si la frenará para siempre, la Comisión Séptima o Velasco volteará senadores, lo preocupante es que después de que la reforma haya sufrido tantas cirugías no solo desconozcamos qué pasará con el sistema y cómo lo financiarán, sino cuándo será el momento de parar la guerra palaciega y poner a caminar la piltrafa que hayan dejado.

Después de casi dos años de lanzar noticias falsas desde Casa Nariño con el fin de apuntalar sus argumentos sesgados, de pelear con médicos, expertos, científicos, EPS y usuarios, llegó la hora de gritar al presidente: ¡Basta ya! ¡No más guerra! La salud de sus compatriotas está por encima de su inconmensurable ego.

A fin de cuentas, a Petro no le quita el sueño la sanidad en Colombia. Viajó a Cuba para un supuesto cáncer, con la tesis de que allá sí saben de medicina, igual que hizo su admirado Hugo Chávez. O volará a cualquier otro país en caso de que él o un miembro de su familia lo requiera.

Idéntico a Juan Manuel Santos cuando le detectaron el cáncer. Fue a Estados Unidos, a una clínica privada, porque en cuestiones de salud no existen diferencias entre la clase política tradicional, a la que Petro pertenece. Por mucho que pretenda marcar diferencias, es uno más de la élite que nunca se ha bajado de un carro oficial y que vuela por el mundo gratis total.

Cabría preguntar cuántos miembros del gabinete petrista acuden a los públicos Santa Clara o Kennedy de Bogotá, por ejemplo, para aliviar sus dolencias.

En cuanto a la reforma en sí, por lo observado en mis 25 años de reportería por todo el país, es incuestionable que el sistema solo funciona en parte. Y no por una intención malévola de los ricachones de aplastar a las clases populares, como predica el ponzoñoso Petro I, sino por la insaciable codicia de la clase política corrupta, sea de derecha, izquierda, centro o neutral.

Nombran gerentes de bolsillo para apropiarse de las platas de la salud, y si alguien que no sea de su cuerda ocupa el cargo por su hoja de vida y se le ocurre romper la cadena corrupta, inventan tramas siniestras para sacarlo.

Recuerdo a la gerente de un hospital saqueado por las mafias politiqueras que me lloró de impotencia en una entrevista. Ganó el concurso de méritos y hacía juegos malabares para pagar deudas viejas al personal y equilibrar las cuentas. Consiguió avances notables, pero empezaron a buscarle la caída con infamias para seguir saqueando el erario. El final fue el habitual: la sacaron. Y entonces no existían las cloacas virtuales que tan bien manejan el embajador en Chile y la bodega del Palacio de Nariño.

El atraco permanente de los presupuestos de centros públicos de salud de todo tamaño lo he escuchado en pueblos y ciudades pequeñas a lo largo de cinco lustros. Agrego la manada de elefantes blancos sanitarios y de equipos tan costosos como inservibles, carcomidos por la corrupción y la desidia.

Que las EPS requieren cambios, lo deja nítido la cantidad de ellas intervenidas. Pero entregar la salud a los políticos supone despeñarla al fondo del abismo. Peor cuando gobierna un presidente populista, radical, aliado de tiranos, incapaz de apreciar la realidad desde la cima de su atalaya, y sordo a toda crítica.