Hace unos minutos, poco antes empezar a escribir esta columna, hablé con Mirit Regev, una mujer judía que tiene el corazón roto porque sus dos hijos, Maya e Ilan, de 21 y 18 años, respectivamente, han sido secuestrados por Hamás desde el 7 de octubre. Se encontraban bailando y disfrutando la vida en el Nova Festival, al igual que los otros 270 jóvenes que este grupo asesinó.

Se ha comunicado conmigo desde Herzliya, un suburbio de Tel Aviv. Desde hace varios días no duerme y escasamente come. En medio de su angustia, se ha estado contactando con todos los medios de comunicación posibles, ya que está convencida de que el mundo tiene que saber lo que está sucediendo en Israel. Clama porque sus hijos regresen sanos y salvos.

Este mismo clamor lo tienen decenas de madres israelíes que como a ella le han secuestrado a sus hijos, que ahora están siendo utilizados como escudos humanos por parte Hamás. Sin embargo, a personas como Gustavo Petro no las conmueve el dolor de estas madres. Tampoco el de aquellas que han perdido a sus hijos en Israel desde que este brazo de Isis decidió arrebatarles la vida.

Petro simplemente no ha condenado el ataque a Israel y, por el contrario, ha manifestado su intención de cortar relaciones diplomáticas con ese país, al igual que el Canciller colombiano Álvaro Leyva, quien fue más lejos y pidió que el embajador le pidiera perdón a Petro y renunciara.

En mi concepto, el embajador de Israel en Colombia no tiene que pedir perdón de nada, he leído sus trinos y en todo momento han sido respetuosos con el presidente y el pueblo colombiano. No puedo decir lo mismo de Gustavo Petro, quien ha ultrajado la memoria del pueblo judío al compararlo con el nazismo e incluso con Adolfo Hitler. Incluso ha dicho que Gaza es un nuevo gueto.

Es curioso este gesto de solidaridad de Petro con Hamás, algo en lo que muy sabiamente no ha incurrido ni siquiera Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina. Él ha sido enfático al afirmar que “las políticas y acciones de Hamás no representan al pueblo palestino”.

El M19 fue un movimiento guerrillero que cometió graves actos terroristas en Colombia. Gustavo Petro, al pertenecer a este movimiento, se hizo terrorista. Lo más grave es que a pesar de que ha pasado el tiempo, pareciera que ideológicamente lo sigue siendo, al no condenar actos tan crueles e inhumanos como el ataque del que recientemente fue víctima Israel.

Es curioso que el presidente de Colombia, con la misma vehemencia con la que categoriza a Israel como un pueblo nazi, no condena los constantes abusos de Irán en contra de las mujeres. Por el contrario, se esfuerza por fortalecer sus lazos con esa dictadura. Su solidaridad con mujeres musulmanas como Narges Mohammadi, ganadora del Premio Nóbel de Paz este año, ha sido completamente nula.

Lo más posible es que esta falta de solidaridad de Petro sea ocasionada porque Mohammadi no dirige ninguna célula terrorista islámica que lo ayude a quedarse en el poder. Quizás sea porque ella no tiene ninguna cercanía con Isis. Muy posiblemente también porque ella está en contra de la dictadura de Irán, que hoy es una de las principales promotoras de Hamás.

Sorprende que las feministas de la Colombia Humana tampoco han dicho ni media palabra sobre lo importante y significativo que sería cortar relaciones con un país como Irán. En su narrativa ni siquiera menciona a Narges Mohammadi, quien actualmente se encuentra en la cárcel por luchar por los derechos humanos de las mujeres en ese país, en el que estas ni siquiera pueden ir libremente a la peluquería. Senadoras de esa bancada, como María José Pizarro tampoco se han interesado por la señora Mohhammadi y su lucha. Por el contrario, como borregos, asienten a todo lo que dice su líder, incapaces de hacerle cualquier crítica a su rey sol.

A Petro mucho menos lo conmueven las madres de los policías, soldados y civiles asesinados como consecuencia de su mal llamada ‘paz total’. Pareciera que sigue viendo a la fuerza pública como su enemiga, tal como lo era en la época en el que pertenecía al grupo terrorista del M19. Su empeño por debilitar a nuestras fuerzas militares y de policía parecieran ser su venganza personal por los años en los que lo persiguieron cuando estaba en la guerrilla.

Petro apoya el terrorismo. Nunca ha dejado de hacerlo. Incluso apoya al terrorismo que dice “actuar contra el cambio climático”. Andreas Malm, uno de sus autores preferidos, escribió un libro titulado: Como dinamitar un oleoducto. Definitivamente, el terrorismo hace parte de su ser y de su personalidad. Bajo ese precepto jamás habrá paz en Colombia, o por lo menos mientras sea presidente.

Por todas estas razones, Petro no me representa a mí ni a la mayoría de colombianos que no compartimos su visión de país. Como colombiana pido excusas a la comunidad internacional, especialmente al Estado de Israel, así como a Estados Unidos, al que también ha mencionado en sus trinos erráticos.