Parece una comedia ver al presidente de Colombia hacerse la víctima, que es lo único que sabe hacer bien, mientras destruye y se roba el sistema energético, el de salud, el de pensiones y somete a gran parte de los ciudadanos a una violencia que hace años no sentían. Ya sabemos que a Petro la separación de poderes, la ley y las instituciones le importan un comino, y que mintiendo de manera descarada busca destruir lo primero, doblegar lo segundo y deslegitimar y acabar con el tercero.

Hoy, más que nunca, cobra vigencia y relevancia el video de Petro contando dinero en efectivo, sacado de una bolsa negra, pues eso muestra un patrón que ahora simplemente llegó a un escenario mayor, el nacional, con una mayor visibilidad y con una entidad que al fin hace algo al respecto. No nos digamos mentiras, el Consejo Nacional Electoral (CNE) tiene un rabo de paja enorme, la campaña de Juan Manuel Santos recibió decenas de miles de millones de pesos de Odebrecht por debajo de la mesa con casi total impunidad. Lástima que en ese entonces el CNE no hubiera hecho lo mismo, con toda la evidencia que existió era muy fácil hacerlo, pues haberse hecho el de la vista gorda, entonces le da la presunción de legitimidad al discurso de víctima en el que ahora anda Petro.

Lo complejo del caso es que la decisión del CNE de abrir un pliego de cargos a la campaña y al entonces candidato del Pacto Histórico tiene un solo beneficiario: Gustavo Petro. Primero, logra distraer la atención del caos en el que está sumiendo a Colombia y le da margen de maniobra para seguir con el desfalco a manos llenas y la destrucción institucional que caracteriza su Gobierno. Sus múltiples discursos de víctima hacen mucho ruido mientras sus socios se roban la salud, y los narcos y los terroristas reciben todo tipo de prebendas a pesar de sus accionar brutal en contra de la sociedad.

Este proceso, que es legítimo, hay que reconocerlo, también le da oxígeno a Petro para colocarse en el centro de la discusión del poder y así fortalecer su narrativa de ‘no me dejan gobernar’. Ese 25 o 30 por ciento de ciudadanos que aún lo apoyan, en especial ese petrismo blando que puede llegar a ser la mitad de ese respaldo, creen sin duda que eso es así. Todos, y me incluyo con esta columna, caemos en esa trampa, acusamos a Petro de hechos delictivos ciertos, pero a esos ciudadanos les importa poco o nada.

En Colombia pasa lo mismo que en México. En la elección pasada en México, la oposición gastó millones en posicionar el mensaje de narcopresidente (Amlo, que además lo fue) y la narcocandidata (Claudia Sheinbaum), algo que les encantó a los que seguían a la candidata de la oposición Xóchitl Gálvez. Sin embargo, no cambió un voto, pues estaban disparando al lugar equivocado. Eso sí, cuando se dio una sequía que tuvo al país al borde de un racionamiento brutal, la campaña de la candidata se dio cuenta de la enorme debilidad frente al tema y enfocaron baterías en cómo lo enfrentarían, qué harían para superar la crisis y cómo minimizarían el daño si se daba. Se dieron cuenta de que era lo que le dolía al mexicano promedio y si bien este escenario no se dio, la campaña de Sheinbaum se gastó muy poco en el tema de narcocandidata y sí enfocó recursos y tiempo en lo que vieron podían generarles problemas.

El caso de Petro en Panamá muestra exactamente esto. A ese espacio de la opinión pública le importa cinco lo que digan de Petro por varias razones: por quién lo dice, por cómo lo dicen y por lo que dicen. Nadie ha entendido a ese petrismo blando que no sale a defenderlo, solo salen a la calle su primera línea y los indígenas comprados si les pagan, pero que tampoco le comen cuento al otro lado. No tenemos idea qué piensan, cómo sienten, qué les duele y por eso Petro los manipula y los usa con tanta facilidad.

El pliego de cargos del CNE es munición que Petro usa muy bien. Todos sabemos que eso no va a ir a ningún lado, pues es la Comisión de Acusación, o de absolución, como bien le dicen, de la Cámara la que tiene el poder y ya sabemos que los que no son de su partido los tiene en su bolsillo a punta de puestos y contratos. Eso sí, le da la argumentación para hablar de un inexistente golpe de Estado y para lanzar a sus bodegas y a sus bárbaros para asustar, por un lado, y para maltratar, por el otro, que también es lo único que saben hacer bien, y crear caos, que es el único escenario para Petro y sus compinches donde saben existir.

Hay que dejarnos de parecer a la oposición mexicana porque, si no, vamos a acabar en 2026 como ellos, destruidos y con el país al borde de un Gobierno de partido único. Se viene un apagón: el causante Petro. El racionamiento en Bogotá: el causante Petro. En ambos casos –para mencionar solo dos– Petro tiene mucho que ver. No dejemos que él ya imponga su narrativa mientras todos sufrimos las consecuencias de su horror de Gobierno.

Y se me olvidaba una más: la inseguridad. ¿Vamos a seguir en esa oposición que solo le juega a lo que él le sirve? Espero que no.