En el fútbol de barrio, cuando un jugador, por lo general un “rodillón”, que se viste con todo el ajuar deportivo de su equipo cada fin de semana, pierde una oportunidad de gol al disparar fuerte el balón, por encima del arco, con la portería vacía, tal vez por ímpetu, tal vez por exceso de energía, o tal vez por mera torpeza, se dice que era más fácil hacer el gol que comérselo. Permítame. Con mucho respeto usaré esa escena vulgar para asegurar que el presidente Petro, literalmente, se está comiendo la Presidencia. Me explico.
La llegada de un presidente de izquierda al Palacio de Nariño es sin duda un acontecimiento histórico. Pero en el caso de Colombia, la llegada de un presidente de izquierda, además con un marcado pasado como insurgente, lo hace aún más importante.
La semana pasada leímos en esta revista una dolorosa entrevista al general Arias Cabrales, que estuvo encargado de las actividades de las autoridades en el Palacio de Justicia y que ahora morirá en la cárcel. No como los miembros del M-19 que incendiaron el lugar financiados por Pablo Escobar y que quedaron libres tras sus actos. Fue el Estado quien resultó responsable de lo acontecido. Pero si se detiene mucho más en este suceso y le suma ahora el hecho de que un exmiembro de esa organización hoy es jefe de Estado, se debe reconocer que todo ha resultado en una histórica victoria para esa guerrilla y el hoy presidente. Golazo.
Pero esa victoria del M-19, ese logro de la izquierda, esa conquista histórica, está a punto de ser dilapidada de la misma manera en que muchos futbolistas de fin de semana desperdician una cantada oportunidad de gol. El tono bélico del presidente, la desorganización de su Gobierno, lo exagerada de sus reformas, su poca capacidad de gestión y sus actuaciones personales están haciendo que el balón resulte por fuera del estadio, en lugar de que llegue al fondo de la red.
Sobre lo último, quiero referirme a un inexplicable suceso el fin de semana, al final de su viaje a Francia. El viernes pasado, el equipo del presidente en París les comunicó a los periodistas que cubrían al mandatario que no viajarían de regreso a Bogotá ese día porque, supuestamente, el presidente se reuniría con los representantes de la empresa Dassault, una de las candidatas a vendernos aviones de combate.
Pero la reunión no ocurrió. Fuentes de Palacio aseguran que fue el propio presidente quien, en aras del equilibrio, la desmontó, pero otras fuentes sostienen que la reunión nunca existió y la versión fue una simple excusa para no salir a tiempo de París.
En medio de la confusión, los periodistas en el lugar fueron entendiendo que el inexplicable retraso se debía a la desaparición del presidente. El equipo de prensa que acompañaba al mandatario esperaba a las afueras de la embajada en París y mientras pasaban las horas nada se conocía sobre el paradero del mandatario.
Sin comida, hotel o ropa, porque sus maletas las tenía Casa Militar, los comunicadores esperaban en una acera. Fue ahí cuando pasó frente a ellos la ministra Susana Muhammad y les dijo: “Parecen venecos”. Unos periodistas se sintieron agredidos, otros lo tomaron como un chiste y otros hicieron caso omiso. El asunto es que esa noche tuvieron que buscar hotel o posada porque el presidente nunca llegó. Algunos de ellos pernoctaron en la casa de la embajada en colchones y otros lograron reservaciones en hoteles aledaños.
Al otro día, ya sábado, seguía la incertidumbre. Los periodistas continuaban sin saber a qué hora saldría el vuelo a Bogotá ni mucho menos sobre el paradero del presidente. Dos fuentes independientes, presentes en el lugar, le aseguran a este reportero que miembros de Casa Militar, al ser preguntados por el paradero del jefe de Estado, dijeron entre dientes: “Se nos volvió a perder”.
Era ya noche de sábado y Casa Militar ubicó a los cerca de diez periodistas en un lugar donde pernoctar nuevamente, pero nada del mandatario. Nadie daba información, aunque se especulaba que estaba con su hija. Esto nunca se confirmó.
Finalmente, el vuelo a Bogotá salió el domingo. Los reporteros no vieron al presidente en el avión ni hubo aclaraciones adicionales.
Hablé con múltiples periodistas que no quieren que los cite. Temen que no los dejen viajar de nuevo con el jefe de Estado. Sin embargo, uno de ellos me dijo: “Más allá de la rabia que sentí al ver cómo se querían burlar de nuestra capacidad como periodistas para discernir sobre lo que estaba pasando, y de la rabia que sentí al ver cómo algunos compañeros, ingenuamente, preguntaban detalles de la supuesta reunión, fue muy interesante, pero a la vez preocupante, ver a todo un equipo de Gobierno buscando una argucia que les permitiera emitir un decreto y así justificar, ante la mesa directiva del Congreso, el no regreso del presidente al país en las fechas previstas”.
¿Dónde estaba el presidente?, ¿inventaron una excusa para cubrirle la espalda? Y ¿por qué referirse a los periodistas despectivamente como “venecos”?
Este incidente recuerda otro que en su momento pasó desapercibido en Polonia en 2016, también con Gustavo Petro. El ahora mandatario se “perdió” y puso a todo el equipo del Gobierno Santos, encabezado en los temas internacionales por María Ángela Holguín, a buscarlo por dos días. Al final, después de haberse prendido todas las alarmas, en el marco de una cumbre ambiental, apareció sin muchos detalles o respuestas. Con solo haber llegado a la Presidencia Gustavo Petro hizo historia. Pero por detalles como los de París, el jefe de Estado, como decimos en la calle, se está comiendo el gol.