Pocas comunidades cocaleras están tan bien organizadas como las de El Plateado. Las viejas Farc hicieron una buena labor de adoctrinamiento de la mano de la asociación campesina de sus entrañas, que prefiero no nombrar, y se ganaron a las comunidades.
Ejercían, además, el papel de única autoridad policial y judicial. A nadie se le ocurría desplazarse a la cabecera municipal, a unas dos horas por una vía destapada, para instaurar cualquier denuncia ante la Policía, no solo por la prohibición de la guerrilla de todo contacto con los uniformados, sino porque la Justicia estatal, además de lenta, jamás se adentraría en la zona para hacer cumplir su decisión.
Pero no todo el corregimiento les pertenecía. Se lo habían dividido con el ELN, con esporádicas disputas violentas entre ambos. En esas ocasiones convenía mantenerse alejado hasta que la tormenta amainaba. Pero no siempre era posible anticipar las tensiones y las matanzas.
En una ocasión llegué a El Plateado, a bordo de la línea, para conversar con un líder al que había conocido en 2013, en mi primer viaje a la zona. En cuanto lo encontré, me aconsejó que me devolviera sin dilación al parqueadero de la línea, por una calle trasera, solitaria, paralela a la principal, y retornara enseguida a la cabecera municipal. La guerrilla, dijo, andaba alborotada.
En aquel entonces, el Ejército ya no tenía la base militar de El Plateado, situada en un cerro adyacente, tras ganar la comunidad una tutela. Alegaron que su presencia ponía en riesgo a los civiles cuando confrontaban a las guerrillas, y les dieron la razón. Te lo contaban orgullosos, dando un parte de victoria.
Tras la desmovilización de las Farc, en El Plateado reinó la zozobra. No había claridad sobre la postura que adoptaría el ELN y corrían rumores del arribo de las Autodefensas Gaitanistas.
En el corregimiento de El Mango, sin embargo, andaban en un estado de felicidad contagiosa. Sin las Farc, su único amo y señor por lustros, sembraban coca y producían la base en la más completa paz. No asomaba ningún otro grupo criminal y no los erradicaban, dado el acuerdo que Santos selló en Cuba. Jamás, desde que llegó la coca al cañón del Micay décadas atrás, disfrutaron de un periodo tan bueno.
Situados a tan solo unos 20 minutos del casco urbano de Argelia, hubo años en que El Mango sufrió medio centenar de ataques guerrilleros, al ser el único corregimiento del municipio con estación de Policía y un Emcar.
En 2015, hastiados de quedar en medio del fuego cruzado y de la precaria función que cumplían los uniformados, a los que no vendían ni un tinto (la guerrilla mataba o desplazaba a quien lo hiciera), los pobladores organizaron una asonada y los echaron de mala manera. Humillados y dolidos, los policías tuvieron que dejar El Mango como si fuesen bandidos. Y en Bogotá aseguraron que la comunidad lo hizo presionada por el frente 60 de las Farc.
Al año siguiente –agosto 2016–, la Corte Constitucional ordenó al Ministerio de Defensa desmantelar la estación y el Emcar y desaparecer de El Mango.
En el fallo sostenían que, pese a que la Policía tenía por misión “proteger a la población civil, la práctica y contexto de la zona demuestra que esa circunstancia ha ocasionado una serie de lesiones a las viviendas, vida, integridad personal”.
La sentencia agregaba que, conforme a convenios internacionales, “existe una prohibición según la cual las partes bélicas no pueden involucrar en la guerra a los civiles, utilizándolos como escudos o desplegando alguna conducta que los exponga ante los ataques del ‘enemigo’”.
En el Sinaí, corregimiento a medio camino entre El Mango y El Plateado, encontrabas otro panorama tras el acuerdo de La Habana. Unos comandantes desmovilizados lo escogieron como hogar, escoltados por la UNP, y sus vidas transcurrían sin mayores contratiempos.
Entretanto, las disidencias del fallecido Gentil Duarte, conocidas en Argelia como los Patiño (por el frente Carlos Patiño), ganaban fuerza y comenzaron a confrontar al ELN en El Plateado.
Cuando nació la Nueva Marquetalia y arrancó su expansión, se afincó en Sinaí, donde la bautizaron los Pocillo por el apellido de un mando de las extintas Farc.
La violencia iba escalando en el cañón del Micay, máxime cuando las dos disidencias se declararon enemigas y los Pocillo se aliaron con el ELN. Además, la política de cero erradicación disparó los cultivos de coca al infinito. Era tal la bonanza que entre El Plateado y El Mango llegué a contar 17 laboratorios de base de coca sobre la vía.
Duque intentó meter al Ejército a El Plateado y la comunidad lo sacó a patadas. Petro también ordenó una ofensiva militar en 2023, y en Argelia comentaban lo extraño de que su foco fuesen los Patiño e ignoraran a los Pocillo.
Ahora ha intensificado la arremetida, creyendo que acabará a bombazos con la gente de Mordisco (Patiño), reinará la paz total, desaparecerá la coca y el cañón se llenará de café, yuca y pan.
Las famosas selfis fueron fiel reflejo de lo alejado que está el Palacio de Nariño de la realidad.