La reunión que sostuvo Gustavo Petro con su santidad el papa Francisco fue un ‘golazo’, un ‘hoyo en uno’, un home run. Un hecho político contundente que dejó por el suelo a sus contrincantes. El líder de la extrema izquierda en Colombia parecería ser el único en la contienda ejecutando una campaña política para ganar la presidencia de la república.

Por esa razón va ganando en las encuestas y no cede el primer lugar que, aunque tampoco aumenta en intención de voto, ha estado en sus manos desde hace dos largos años. Petro no ha dejado de hacer campaña desde que perdió en las pasadas elecciones de 2018.

A pesar de violar la ley electoral con excusas chimbas, Petro está llenando plazas desde el 10 de septiembre de 2021. Ninguna autoridad lo ha llamado a que rinda cuentas de por qué en plena pandemia promovió aglomeraciones, ni siquiera para que entregue el balance de ingresos y gastos de los eventos de su campaña para que se conozca de dónde provienen tantos recursos. Bajo el argumento de que como senador tiene el derecho de reunirse y conversar con la gente, Petro ha visitado gran parte del país, concluyendo sus discursos en plaza pública con su proclama, “soy Gustavo Petro y quiero ser su presidente”.

Y, de verdad, sí que tiene ganas de serlo. No solo ha desplegado una estrategia para recorrer el país, sino que también tiene una agenda internacional. Se reunió con el presidente de España, con líderes de la extrema izquierda de ese país, está próximo a viajar a la posesión del presidente de Chile y su principal knock-out fue la reunión en calidad de candidato con el papa Francisco en Roma esta semana.

El encuentro cayó como un baldado de agua fría en Colombia, empezando por el embajador en el Vaticano y terminando en la Casa de Nariño. La noticia no gustó y, por supuesto, generó las respectivas envidias entre los políticos de derecha.

La reunión entre Gustavo Petro y el papa Francisco se debe analizar en dos contextos. El primero, lo religioso y sus implicaciones para un país en extremo católico. El colombiano va a misa, les reza a los santos (a los buenos), hace novenas y se encomienda al Divino Niño. Por lo tanto, el símbolo de una reunión de Petro con el papa es una bendición a su candidatura. Petro sabe que tiene en su espalda el letrero de “comunista” y de “ateo”, pero con esta jugada se sacudió de lo uno y de lo otro. Petro salió del Vaticano bendecido y afortunado.

La segunda perspectiva es la política. El papa es el jefe de Estado del Vaticano y, como tal, recibió a un líder político que se encuentra compitiendo por ganar las elecciones y ser el presidente de Colombia. ¿Rompió la neutralidad política que se esperaría tuviera el papa?, ¿el papa es petrista?, ¿es un “progre”?, ¿la Iglesia católica colombiana tomó partido por Gustavo Petro y no avisó?, ¿está bien la intromisión de esta religión en la contienda política?, ¿está mandando a decir el papa que hay que votar por Petro?

Y mientras Petro va y viene, ¿qué están haciendo los otros candidatos? En la coalición santista de la ‘esperanza’ se dedicaron a pelear y la implotaron. Alejandro Gaviria por fin logró inscribir su candidatura. Sacaron a gorrazos a Íngrid, que aún está terminando por descubrir qué candidatos tienen maquinaria política y cuáles no. El ingeniero Rodolfo Hernández, que no es que recorra mucho el país, se ha dedicado a hacer una campaña virtual en las redes sociales. Por los lados de la derecha, Óscar Iván Zuluaga se recuperó de la covid y se fue a recorrer La Guajira con un sombrero muy parecido al de Torombolo. Y en la coalición de la experiencia o Equipo por Colombia, a Álex Char se le enreda su candidatura por cuenta de las explosivas revelaciones que hizo Aída Merlano ante la Corte Suprema de Justicia.

Tanto que dicen que hay que defender la democracia y las instituciones, pero la verdad es que hasta el momento no hay un candidato que le dé la pelea a Gustavo Petro. ¿Hay tiempo? La verdad es que se acaba. Y si bien las elecciones no se ganan con los votos del exterior, los golpes de opinión que tocan el corazón de los votantes sí son decisivos para inclinar la balanza.

Petro además hace propuestas. Absurdas y con base en políticas retrógradas del siglo XX, con una narrativa rimbombante que utiliza para disfrazar que supuestamente no es de extrema izquierda, cuando en realidad sí lo es. Ha dicho que va a subir los aranceles de los alimentos, que va a “democratizar la tierra”, o sea va a expropiarla, que va a suspender las licencias de exploración del petróleo, que va a imprimir billetes, que va a reformar el sistema de pensiones y hasta que va a luchar contra la corrupción, así en la plaza pública lo acompañen los politiqueros más cuestionables que tiene el país.

La defensa de la democracia no es responsabilidad absoluta de los votantes, también lo es de los líderes que se tienen que engrandecer y luchar contra la gran amenaza que representa Gustavo Petro. Por eso, el único que, aparte del líder de la extrema izquierda, está recorriendo las calles del país es el expresidente Álvaro Uribe Vélez, pero él no es candidato a nada. Así de grave estamos.