Es un canciller esperpéntico. Su intervención en la moción de censura fue caricaturesca, fiel a una personalidad frívola, anclada en un pasado turbio y presa de un desmedido afán protagonista.
Alardeó de cercanía personal con un rosario de personajes fallecidos, como cualquier arribista, para pasar a advertir, con fingida despreocupación, que le esperaba un avión para asistir al Consejo de Seguridad de la ONU. Reunión, insinuó de manera desvergonzada, vital para la nación entera.
“Trabajo para todos ustedes”, dijo mirando a las curules. La diplomacia, añadió con cinismo, no tiene color político.
Obvio que ocultaba sus verdaderas y turbias intenciones. No iba a ninguna misión beneficiosa para Colombia, sino a hacerle una vuelta a Petro y a lanzar un salvavidas tanto a un asesino como a su protector, Nicolás Maduro.
“Algunos hemos considerado que lo que se buscó es un entrampamiento”, mintió Leyva con el fin de explicar el retorno a las armas del fallecido Jesús Santrich y el convaleciente (¿o muerto?) Iván Márquez, escondido bajo el ala chavista. “Tenemos enemigos del proceso de paz”, mintió de nuevo.
Pero Leyva no es una ficha suelta. Sigue el libreto de su jefe. Como quedó plasmado esta semana en el discurso, cargado de falacias, inquinas y rencores, que pronunció Petro ante víctimas del conflicto armado.
Empiezo por la puesta en escena. Ante determinadas audiencias, el presidente escoge hablar, desde la cima de su inmenso ego, armado con un lápiz de maestro de escuela, rematado con una minúscula goma de borrar. Pretende proyectar la doble imagen del respetado profesor, ducho en cualquier materia que aborde, unida a la del hombre sencillo, cercano al pueblo.
Disertaba sobre el acuerdo de paz de La Habana y los futuros pactos con otras guerrillas, esas que Leyva señala que surgieron por el inventado “entrampamiento”.
Repitió el mantra “Duque hizo trizas la paz”, adjudicando al expresidente y a la derecha en general, con el habitual cúmulo de descaradas falsedades, el fracaso de un proceso mal diseñado y pésimamente negociado.
El centro de su discurso fueron los 150 billones de pesos que, según sus cálculos, costaría pagar las indemnizaciones a víctimas y las tierras prometidas.
“Si somos realistas, tendríamos que decir: el acuerdo de paz con las Farc no se puede cumplir. Es una mentira”, sentenció con voz grave, dada la desorbitada cantidad. “No nos queda sino matarnos los unos a los otros”, dramatizó, sacudiendo el lápiz.
“Y si no se cumple, ¿cómo planteamos nosotros nuevos acuerdos? ¿Cómo invitamos a la paz total? Lo primero que nos dicen: ¿qué vienen a hablar con nosotros? ¿Vienen a engañarnos, como a Santrich?”, clamó el presidente, dando alas a los criminales y dejando al país a los pies de los caballos.
“Lo firmó el Gobierno de Santos y la sociedad queda representada por el Estado”, afirmó, para preguntarse a continuación: “¿De dónde voy a sacar 150 billones?”. Por supuesto que ocultó que la sociedad rechazó el acuerdo en el plebiscito y que, si siguieron adelante pisoteando la democracia y desoyendo las voces de alarma por las irreales promesas, la responsabilidad de incumplirlo solo les cabe a ellos.
En todo caso, para conseguir los fondos requeridos, Petro lanzó la brillante idea de prender la máquina de hacer billetes, una anquilosada práctica que solo conduce a la quiebra, como bien sabe Argentina.
“La emisión de bonos del Banco de la República que va a los bancos deberían ir a las víctimas. Económicamente da lo mismo, porque el dinero circula”, alegó el profesor presidencial, y los mercados quedaron petrificados. “No puede ser imposición de un Gobierno porque el Banco de la República es independiente”, recordó a regañadientes, como dando a entender que eso lo puede cambiar una Constituyente. “Debería ser fruto de un acuerdo nacional”. Ni aumentando la repartija de mermelada tendría tarros suficientes para aprobar tamaña barbaridad.
También aprovechó la perorata para lanzar un misil a los tecnócratas que no sacan del aire los billones que pide para adquirir tierras. Y como no pueden tomarlas a la fuerza, sino pagarlas al valor comercial –se quejó–, la emprendió contra ellos. “¿Por qué no está la partida para comprar tierras?”, inquirió, con el lápiz en los labios. “Porque el presupuesto lo hacen funcionarios técnicos, muy en la derecha, además, que vienen desde hace bastante tiempo, nosotros no gobernamos sino un año”, se contestó él mismo.
Ahí fue cuando Petro se encarnó en mártir, papel destinado a azuzar a los suyos para que salgan a las calles cuando los convoque. “Los grupos poderosos económicamente, dueños del dinero público, en la política social no quieren soltar esos privilegios. No quieren hacer la paz”, reprochó con acritud. “Tenemos que tener poder”, dijo, aferrado al lápiz. “Este presidente no tiene poder real. Cuando lo toco, saltan”.
Más bien son los demócratas los que saltan. Pero de temor.