Se está dejando los últimos jirones de su maltrecha reputación internacional. De pronto gana seguidores en Twitter y aplausos de la extrema izquierda planetaria, pero a estas alturas de su legislatura deja en evidencia que alcanzó su nivel de incompetencia. Carece de los mimbres necesarios para ejercer el cargo de presidente de una nación importante de América Latina.
Aparte de los exabruptos innecesarios contra Israel, el hecho de que un jefe de Estado escriba cien trinos casi que seguidos sobre un complejo conflicto de repercusiones mundiales deja al descubierto un preocupante carácter autoritario, desprecio por la institucionalidad y falta de oficio.
Cualquier fanático de esa tóxica red social sabe que disparar ráfagas de opiniones y contestar la de otros en tiempo récord requiere dedicar horas a seguirla, concentrar la atención en la pantalla y hacer caso omiso de lo que sucede a su alrededor. Una práctica perniciosa para un presidente que tendría que gobernar ante el cúmulo de problemas cotidianos, en lugar de escribir de manera frenética y sin mesura rosarios de trinos, ofensivos en buena medida.
El que el sanguinario Hamás incluyera foto y una frase de Petro en unas de sus páginas propagandísticas, junto a la de dictadores y líderes islamistas radicales, debería hacerle reflexionar.
Pero Gustavo Petro desoyó a su propia Cancillería, la obligó a borrar un comunicado equilibrado, redactado dentro de los parámetros que marca la prudencia diplomática, en el que repudiaba la barbarie terrorista y, al mismo tiempo, defendía los derechos de los palestinos. Todo para exigir la difusión de otra declaración oficial que respondía a sus opiniones personales.
No es el Petro Presidente el que asume el mando sino el Petro twittero quien emite órdenes sin consultar expertos ni medir las consecuencias de sus diatribas. Le bastó con asegurar que conoce el conflicto, porque lo ha seguido por años, de pronto desde que el M-19 atentó contra la embajada de Israel en Bogotá en 1982, para erigirse en oráculo de la materia.
Por supuesto que habría mucho por opinar acerca de los horripilantes ataques terroristas, así como del largo y penoso enfrentamiento de dos pueblos milenarios, con víctimas en ambos lados y salidas difíciles, por no decir que imposibles en el corto y medio plazo. Lo inverosímil es que algunos se empeñen en no condenar, sin paliativos, el atroz salvajismo de Hamás, idéntico al de ISIS. Lo que no impide rechazar con contundencia la respuesta del populista de derecha, Netanyahu, violando la Convención de Ginebra, que afecta de manera grave a la población civil de Gaza.
Con todo, no dejemos de lado que Israel es un país democrático, con instituciones sólidas, aliado de Occidente, mientras Gaza se encuentra bajo el yugo de una corrupta y despiadada banda terrorista cuyo único fin es la aniquilación total de su vecino y aplaude y alienta atentados sanguinarios en países occidentales.
Al margen de sus posiciones en ese caso concreto, lo nocivo para Colombia es que Petro olvide que está a la cabeza del Estado y no puede andar trinando de manera compulsiva, con más vísceras que cerebro, casando peleas a toda hora con países y personas.
Sigue sin aprender a guardar distancia y a diferenciar la crítica de un opinador colombiano, ya sea periodista u opositor político, con la majestad de su cargo. Ni parece importarle que su diplomacia twittera perjudique las relaciones con otros presidentes y naciones.
Tampoco tiene presentación que continúe con su impuntualidad crónica, como si el tiempo de los demás no valiera. Ni es admisible que, ante los abucheos enfurecidos de las audiencias, hastiadas de las eternas esperas, responda con excusas delirantes como la de atender asuntos trascendentes para la continuidad de su gobierno. Insistir, como hizo durante su campaña, pagada en parte con dineros no reportados, en imaginarios golpes de Estado e intentos de magnicidio solo consigue restar credibilidad a sus denuncias.
De pronto mantiene al 30 por ciento de su electorado más fiel, pero pierde al resto de quienes lo votaron creyendo que había aprendido de su funesta gestión en la alcaldía y que representaba el cambio. Ese tercio de encuestados se antoja insuficiente para detener la debacle electoral que se avecina para el Pacto Histórico. De ahí que saltaran a las campañas los alcaldes de Medellín y Santa Marta, en un intento tanto por detener la sangría como para posicionarse de cara a la sucesión de Petro.
Se trata de dos alfiles petristas que recogerían con agrado el legado de división, odio, resentimiento y radicalismo que dejará Petro.
NOTA: Aunque Daniel Noboa no sea el ideal, para Colombia resultaría nefasto que perdiera el domingo. Su rival, títere del populista de extrema izquierda, Rafael Correa, solo busca lograr que el prófugo corrupto regrese a Ecuador, lo indulten y aspire de nuevo a la presidencia.