El peor dato de crecimiento económico en 14 años, fuera de pandemia, lo acaba de entregar El Dane: 0,3 por ciento en el segundo trimestre de 2023. Se confirman, así, las predicciones sobre los efectos paralizantes de la política monetaria ortodoxa, aplicada por el Banco de la República, y de la resignación a los dictámenes fiscales del FMI, de Petro, Ocampo y Bonilla.
El colapso viene de un coctel de tres ingredientes: 1) la reforma tributaria de Ocampo, soplada por el FMI y aplaudida hasta por Sergio Fajardo, que sacará en cuatro años 80 billones de pesos, con retorno incierto a la economía; 2) la elevación exorbitante de la tasa de interés, con la anuencia gubernamental en la junta de BanRepública, la décima más alta del mundo y casi tres veces la de Estados Unidos y 3) el aumento del precio de los combustibles que, cuando diésel y gasolina lleguen a 15.500 o 16.000 pesos por galón, sustraerá de los presupuestos de hogares y empresas otros 70 billones sin regreso. Se lesionan el consumo, la producción, la inversión y, ante todo, el ahorro o acumulación de capital.
El ahorro es fuente del crecimiento para que la oferta disponible, vía inversión, atienda la demanda efectiva, que se estancó. El alza del mínimo quedó estéril, pues el consumo de los hogares solo crece 1,9 por ciento durante 2023, de cara a una inflación con suave aterrizaje, del 11,78 por ciento a julio, la quinta mayor entre 33 países de Latinoamérica y el Caribe (https://es.statista.com/).
El gasto público avanza al 1 por ciento durante 2023 y Petro, aterrado, amenaza ministros y echa viceministros por “baja ejecución”, por no irrigar lo recabado en el sistema. Hay 40 billones de pesos parqueados en la Dirección de Crédito Público (Clavijo-López).
La tragedia del equipo económico es, en términos aristotélicos, patética, pues está cuajando un decrecimiento al revés. Mire: los sectores que crecen son los que desean marchitar y los que decrecen son los que pretenden fomentar, que plasmarían el “cambio de modelo”.
La soberanía alimentaria, pilar del Plan de Desarrollo, está en veremos porque géneros como las leguminosas, con proteína, fibra y vitaminas, cayeron -4,1 por ciento; el sector agropecuario, -1,4 y la industria de alimentos, -0,4.
La manufactura declinó -4,4 por ciento, con dos renglones –a los que apuesta el ministro Umaña– en picada: confecciones y textiles decaen -15,3 y metalúrgicos básicos y metálicos, el -5,7 y, de ñapa, como revelaron miles de cafeteros en Armenia, el grano va en barrena, a ritmo del -7,7. La crisis se precipitó.
No paran las desgracias. El turismo, promocionado como tabla de salvación, medido por el rubro de alojamiento y servicios de comida, decrece -3,2 por ciento. La construcción, eslabón básico para el empleo y el encadenamiento intersectorial, se derrumbó al -3,7 y la causa principal es el descenso de proyectos de carreteras y vías de ferrocarril, de servicio público y obras de ingeniería civil, que disminuye -17,9. ¡Evidente la falta de gestión pública!
Como dato de cierre, el bajón a -4 por ciento del comercio al por mayor y al por menor, rubro de los que más aportan al PIB, y el del transporte al -0,7, reflejan la dinámica ralentizada en un Gobierno desorientado, que no decide si gastar o si cumplir las reglas fiscales.
Es irónico que las ramas con mejor ejercicio sean las que se quieren limitar. El sector financiero, el “de dos banqueros que controlan el dinero”, incrementó 3,7 por ciento, pese a que el índice bursátil del segundo trimestre, respecto al primero, marcó -7,7, (Cepal); la extracción de petróleo, gas natural y actividades relacionadas crecieron 3,2 por ciento y la de carbón el 1, tres veces el de la economía. La administración pública, la defensa, en el Gobierno de la paz total, junto con los planes de seguridad social, ad portas de una reforma pensional, suben 4,5 por ciento; y, como con Duque, las actividades de divertimento fueron las más altas: al 12,2. ¿Levanta vuelo acaso aquel renglón que el Gobierno decide restringir?
La formación bruta de capital se desplomó: un histórico -24 por ciento. Es la inversión en bienes y servicios, que incluye equipos y maquinaria, y la variación de inventarios, que cogió despeñadero abajo, acompasada con el más alto desempleo de Suramérica, 9,34 por ciento (WorldStatistics).
No hay solución ni en los flujos de capital extranjero ni en la revaluación del peso, ostentados como éxitos. No, la causa principal es la erosión del ahorro que financia la inversión, que el primer trimestre ya venía descuadrado en 5,4 por ciento del PIB, en 75 billones de pesos (BanRep, julio/23). Es el balance neto de la fórmula económica de Petro, Ocampo y Bonilla, que augura señales funestas –de no corregirse– frente a una ruinosa desaceleración global avistada.