Lamento escribir esta última columna de 2023 con un marcado pesimismo, muy contrario a los acostumbrados mensajes esperanzadores que prevalecen en esta época del año. La verdad es que, para Colombia, el año que termina deja una larga lista de problemas que ha causado este desgobierno que se hace llamar “potencia mundial de la vida”.
En las calles del país se evidencia que el “cambio” avanza a pasos de gigante con un propósito: destruir a Colombia y sus posibilidades de crecimiento y desarrollo a partir de una política de odio, rencor y venganza.
Empecemos por la seguridad, que acaba el año en cifras rojas y, sobre todo, preocupantes. El secuestro, por ejemplo, presentó un aumento del 48 por ciento en comparación con 2019 (163 casos vs. 241). La peor de las noticias es que el 50 por ciento de los secuestros fueron perpetrados por las disidencias de Mordisco y el ELN. ¿No había prometido Petro en campaña que de ganar la presidencia en tres meses firmaría la paz con esa guerrilla? Pues, transcurridos 16 meses de esta tortuosa operación destrucción, no solo no se ha logrado un acuerdo de paz, sino que el ELN ha anunciado que los secuestros van a continuar con el objetivo de generar “ganancias financieras”. ¿Y el presidente? Pues negociando con los terroristas del ELN las condiciones de la democracia colombiana en una mesa de la que se sabe poco, pero de la que se evidencia que el Gobierno insiste en arrodillar al Estado de derecho y otorgarles más privilegios a los que han preferido las armas a la democracia.
Las disidencias de las Farc, Iván Mordisco, el Clan del Golfo, narcos y terroristas de todo pelambre se pasean por el territorio nacional y gozan de todos los beneficios que ha ofrecido el “cambio” a la criminalidad del país. Todo esto, mientras la “potencia de la vida” desbarata, desarticula y le resta operatividad a las Fuerzas Militares. Esta lamentable fase del plan de destrucción comenzó desde la posesión presidencial, cuando fueron dados de baja más de 60 oficiales de alto rango.
En medio de este ruin espectáculo, los que pagan son los ciudadanos, que, aterrados, soportan el aumento de los hurtos, la extorsión y el microtráfico. Extrañamente, ninguno de los influenciadores, periodistas y defensores de “primera línea” de la “potencia mundial de la vida” se ha manifestado sobre las 90 masacres y los 150 líderes sociales que han sido asesinados en estos meses. ¿Ese silencio no es cómplice?
Si por la seguridad diluvia, por la economía no escampa. La improvisación, la falta de rigor y técnica, el abuso y temeridad de los mensajes por redes sociales, y el contenido caótico, regresivo y obsoleto de la propuesta económica del “cambio” tienen al país caminando por la cuerda floja de la recesión. De hecho, el tercer trimestre del año marcó un -0,3 por ciento, siendo la primera vez en el siglo XXI que se presenta una caída de este tipo, excepción hecha del periodo de pandemia.
En general, los agentes económicos han reaccionado con desconfianza y temor al caudal de propuestas que dispara el presidente casi a diario desde las redes sociales. La verdad es que el aparato productivo colombiano se está ajustando de forma negativa a una política que persigue a los empresarios, a los emprendedores, a la clase media y hasta a los más pobres. Sectores clave de la economía se deprimen: la construcción cayó el 8 por ciento; la industria, el 6 por ciento; el consumo y la confianza de los consumidores están por el piso; la inversión está frenada y las exportaciones siguen cayendo. Un balance negativo y con un futuro que se percibe aún menos prometedor. Inflación, recesión, inestabilidad y cargas absurdas fueron los aportes de este tortuoso “cambio” a la economía de 2023 y a nuestro futuro más próximo.
¿Y qué hablar de la política social de esta “potencia mundial de la infamia”? El plan de destrucción del sistema de salud va viento en popa. El presidente y su nefasto y antivacunas ministro de “Salud” tienen el perverso objetivo de asfixiar financieramente a las EPS para crear una “crisis explícita” que justifique un cambio de modelo que desconoce los principios de aseguramiento, predictibilidad, transparencia y adaptabilidad que exige la salud de los colombianos. El odio irracional por la Ley 100 y sus desarrollos, y por el sector privado, le impide ver a este “cambio” que hay más de 3 millones de colombianos enfermos de cáncer, VIH y enfermedades huérfanas que necesitan medicamentos y atención prioritaria, que ya no están recibiendo porque los presupuestos máximos de noviembre y diciembre están en duda. ¿En qué se mecatiaron la plata de la salud? ¿Comprando votos en el Congreso?
La reforma a la salud es un ejemplo de soberbia y, sobre todo, de nostalgia de un modelo de administración de la salud obsoleto y que se preocupa más por la plata que por la calidad, la oportunidad y el acceso a los servicios de salud. Es una propuesta que desconoce las opiniones de expertos nacionales e internacionales que han destacado el sistema colombiano como uno de los mejores del mundo.
En materia de empleo, el “cambio” promueve, sin vergüenza alguna, una reforma que destruirá más de 400.000 empleos, encarecerá los costos de producción y terminará sacando del mercado formal a millones de trabajadores.
Y mientras avanza el plan destrucción, el presidente Petro y la vicepresidenta Francia Márquez se pasean alrededor del mundo en aviones privados o militares, defendiendo con hipocresía una lucha por el medioambiente y la salud de la humanidad, mientras consumen 30 millones de pesos en mecato y se jactan de estar construyendo un país “mejor”.
El 2024 será complejo. Felices fiestas y los mejores deseos para todos. Porque, de verdad, los vamos a necesitar.