Entre todos estamos matando a Colombia. Llegó el momento de parar. ¡Tenemos que parar! El futuro del país está en juego y la solución está en manos de todos. Esto que digo no es una fábula, tampoco es cursilería. Es más una alerta. La situación que vivimos amerita acciones urgentes y responsables no solo de parte del Gobierno; también de nuestros líderes y de toda la sociedad. De lo contrario vamos a zozobrar. No es momento de mezquindades. Se requiere grandeza ante las circunstancias que son críticas: la pandemia ha cobrado más de 14.000 vidas en cinco meses, la economía cayó vertiginosamente un 15,7 por ciento en el segundo trimestre, el desempleo explotó y supera los 5 millones de desocupados en el país. Los ciudadanos en condición de pobreza aumentan por miles cada día. Mucha gente no tiene qué comer y cualquier ayuda del Estado es insuficiente porque, aunque bien intencionada, ha sido tímida. De una u otra forma todos estamos atrapados.
La carrera voraz y prematura por la presidencia de 2022 se volvió peligrosa. Los grandes debates de país se perdieron: esos que buscaban el bienestar de todos sin importar el color de la piel, el estrato, la ideología o la religión. Solo estamos presenciando la guerra política más intestina de los últimos años. El poder como único fin. Un veneno que parece no tener antídoto. Esa guerra que solo le apunta al fracaso del Gobierno de Iván Duque, como si eso no representara un daño para todos. Duque apenas llega a la mitad de su mandato. Está frágil y golpeado políticamente, pero todavía es el presidente, guste o no. Fue elegido democráticamente, esa es una verdad de a puño. Le queda poco tiempo tal vez para hacer todo lo que debería hacer. Pero dos años son más que suficientes para que el país se salve o se hunda en la hecatombe si algunos sectores persisten en su empeño de destruirlo y hacerlo polvo. La figura de Duque es irrelevante frente a lo que está en juego. Lo que nos debe importar es la patria. El liderazgo para convocar y buscar soluciones de país lo tiene que tener el Gobierno, sin duda. Pero ¿dónde están los candidatos presidenciales y sus propuestas para contribuir y no para destruir?, ¿dónde están los expresidentes que ya gobernaron y saben lo difícil que es enfrentar los retos que trae día a día un país como Colombia, y más en la pandemia?, ¿y los partidos? La oposición es más que fundamental en la democracia. Pero, además de ser vigilantes de la gestión de Duque, ¿tienen algo más que aportar? A los aliados del Gobierno les digo que es el momento de rodear al presidente y a sus ministros. Si no despiertan, se los traga la tierra. Duque no se puede dejar solo. Adiós a la actitud pasiva. A esa que solo espera que pase lo que tenga que pasar. A todos: menos Twitter y más acciones que muestren su compromiso con el país.
Estamos en un momento crucial en el que los egos estruendosos, los intereses personales, la intolerancia, la desconfianza y el odio están desangrando la nación. Las voces más sabias apenas dan señales de vida, en medio de la algarabía irracional enardecida por las discusiones cotidianas. Nadie quiere escuchar, y el sectarismo nos tiene invadidos. El país no puede quedar al garete, solo a merced de la pugnacidad y la polarización. Es urgente encarrilarlo y volver a los temas fundamentales. Esos de los que tanto habló Álvaro Gómez. Recuperemos la sensatez, la solidaridad, la empatía, el amor de patria. Recuperemos el respeto por la opinión contraria y el concepto de autoridad moral. Aquí ya nadie vale por lo que es. Cada vez importan menos el esfuerzo y el trabajo. A la gente se le evalúa desde la rabia y el resentimiento. La desgracia del otro alegra, es un triunfo para los contrarios. Aquí el valor de una persona lo determina la etiqueta que le impongan las redes o un círculo social determinado: hay izquierda o derecha. Al que no gusta de los extremos le dicen peyorativamente tibio. El color político volvió a ser lo más importante, como en las épocas de la Violencia, en la que tanta sangre se derramó.
Hemos sido un país que ha contado muertos por décadas, un país violento por naturaleza. Un país que siempre ha soñado con una paz que aún no llega. No nos digamos mentiras, aquí seguimos amamantando una cultura del desprecio por la vida y la dignidad del otro. Aquí la honra perdió su valor. La injusticia y la impunidad gobiernan. La paz solo será posible cuando no sea una imposición de los unos a los otros. Tarde o temprano tenemos que aceptar que eso es así. Mientras tanto, empeñarse en destrozar a Iván Duque es tan ruin y despreciable como buscar hacerle un harakiri al país. Tarde o temprano esa factura les llegará a los genios que andan en eso.