No era cualquier carta: era un discurso dirigido a la nación. Ocurrió el miércoles 18 de marzo. En la alocución, Angela Merkel, canciller de Alemania, dijo sobre la crisis generada por la pandemia del coronavirus: “Quiero decirles: la situación es seria. Tómenla también en serio. Desde la reunificación de Alemania, no, desde la Segunda Guerra Mundial, no se había planteado a nuestro país ningún otro desafío en el que todo dependiera tanto de nuestra actuación solidaria mancomunada”.
Merkel continuó: “Mientras eso no cambie, solo hay un objetivo, que es la línea central de todo lo que hacemos: desacelerar la propagación del virus, extenderla por meses para así ganar tiempo. Tiempo para que los investigadores puedan desarrollar un medicamento y una vacuna. Pero, sobre todo, tiempo para que quienes enfermen puedan recibir la mejor atención posible”. Emmanuel Macron, el presidente francés, fue más enfático el martes: “Estamos en guerra. El enemigo está allí –invisible, escurridizo– y está avanzado”.
Boris Johnson, el primer ministro británico, cada día cambió el discurso. Más duro, más desesperado. Hace una semana descartaba cerrar colegios. Había confiado en una asesoría estrambótica: era mejor que le diera la infección a la mayoría de los británicos para que generaran anticuerpos. Pero un estudio que proyectó cómo funcionaría esa teoría lo dejó frío: morirían decenas de miles de británicos. No era una solución del siglo XXI. Cerraron las escuelas a partir del 20 de marzo y su reapertura es incierta. Johnson es otro: “Estamos en un gobierno de guerra. Tenemos que hacer lo necesario para salvar nuestra economía”.
Donald Trump, el presidente estadounidense, esta semana llegó diferente. Llevaba dos meses subestimando el virus, pero entendió que su reelección está en veremos. “Es una guerra. Soy un presidente en guerra”. Agregó: “Tengamos un sacrificio conjunto. Estamos todos comprometidos. Saldremos triunfantes de esto. Es un enemigo invisible. Es siempre más difícil. Pero vamos a derrotar al enemigo invisible. Creo que lo haremos más rápido de lo que pensamos y será una victoria completa”. No podrían ser más claros los líderes occidentales. La propagación del virus no es una enfermedad pasajera, sino una amenaza real que afectará a pueblos. Es del nivel de guerra mundial. Algunos se demoraron pero ya hoy aceptaron la realidad del momento. Tomaron decisiones trascendentales y no pequeñas.
Colombia, infortunadamente, va lento. El Gobierno colombiano parece estar dos semanas atrás. Apenas en los últimos días se despertó. Coincide con los líderes occidentales en la lectura, pero no con la solución. Estaba convencido de que había tiempo y que no había que acudir a decisiones drásticas. Para Alicia Arango, ministra de Interior, la pandemia actual se debe enfrentar por ciclos. “Si nos adelantamos a encerrarnos ahora, sin ninguna excepción, lo que pasa es que se paraliza todo, nosotros no nos podemos paralizar. Después los puertos de Buenaventura no pueden enviar cosas para acá y eso sí genera problemas de orden público. Estamos tratando de que los aeropuertos locales, los peajes, tomen las medidas para ir haciendo un simulacro para cuando llegue la semana cuarta”.
Según la funcionaria, en esa semana habrá un “rebrote” del virus, por lo que se han empezado a tomar medidas como el aislamiento de las personas. Arango es vocera del Gobierno. Hay que tomar en serio lo que dice. Y preocuparse. Que esa opinión salga de las altas esferas demuestra que la administración de Iván Duque no sabe dónde está parada. La solución que plantea –enfrentar la pandemia por ciclos– es suicida. Solo hay que mirar a Italia: minimizó la epidemia para defender su economía. Pensaba que podía manejarlo. Hoy está desbordado el sistema de salud y el número de muertes sobrepasa a China.
Colombia tiene cómo evitar eso. Afortunadamente, los alcaldes están movilizando al país para que todos permanezcamos en nuestras casas. Han sentido su responsabilidad. Preocupante, sin embargo, el presidente. No puede gobernar y manejar la crisis mundial del siglo desde una caja de cristal. Ya es hora de que reaccione y asuma su responsabilidad. Hay que aceptar que estamos en guerra y adoptar decisiones de peso. Esta crisis va para largo. Posiblemente sea de años. La administración Duque será medida por la manera como enfrente a este enemigo invisible. Su programa de gobierno quedó en el pasado y todo el gabinete debe cambiar el chip cuanto antes para enfrentar esta guerra que será costosa en vidas y recursos.