Colombia necesita un cambio hacia soluciones ciertas, al Presidente Gustavo Petro le quedó grande el país, y negarlo sería como tapar el sol con un dedo. El cambio abrupto de 7 ministros así lo demuestra, sin contar los que quedaron faltando por retirar, como la Ministra de Minas experta en filosofar Irene Vélez, el desorientado Canciller Álvaro Leyva que tiene un compromiso entrañable con los victimarios, más no con las víctimas del conflicto armado, y ni qué decir del desacertado Ministro de Defensa Iván Velázquez, que ha dejado huérfana a la fuerza pública colombiana exponiéndola en las regiones del país a la macabra operación de criminales y terroristas.

Infortunadamente, se cumple el presagio en tiempo de campaña del exministro de educación Alejandro Gaviria, quien siendo precandidato presidencial anticipó que antes de 8 meses habría caos en el gabinete presidencial.

La debacle de la aceptación de la gestión presidencial que se desinfla descendiendo al 35%, muestra un gran desencanto de buena parte la ciudadanía que votó por el actual Presidente.

Ni el champús publicitario de días recientes con la visita al Presidente norteamericano Joe Biden, o las bravuconadas del líder de su primera línea extremista Gustavo Bolívar, podrán remplazar el daño irreparable que se le está haciendo a Colombia, y menos aún con los mencionados cambios en el gabinete que en su mayoría anuncian una radicalización en las posturas del ejecutivo con contadas excepciones.

Generar nuevos emprendimientos y empleos, así como fortalecer nuestra moneda, implica una gestión disruptiva por parte de la Cancillería y el Ministerio de Comercio en la relación con otros Estados, para dar apertura a nuevos mercados, y buscar la transferencia de tecnología para mejorar la productividad y competitividad de nuestra agroindustria, así como de toda la cadena productiva.

Este no es un asunto de imponer un cambio a punta de reformas mal estructuradas basadas en extremismos ideológicos, que los comunistas han bautizado con el nombre de progresismo, como una efectiva estrategia de engaño que exacerba los resentimientos sociales.

Esto no se resuelve con alaridos de activista o discursos desde el balcón de la Casa de Nariño; es un asunto de responsabilidad gubernamental para generar cambios basados en construir y mejorar, no en el idealismo o imaginario colectivo de que todo es malo aparentando que llegó el mesías, o el superhéroe a salvar a todo el mundo.

El Plan Nacional de Desarrollo presentando profundiza aún más la inseguridad jurídica a los tenedores de tierra con el cuestionado artículo de la expropiación exprés, que refleja esa necia y arcaica filosofía marxista de lucha de clases, en lugar de fomentar un modelo de alianzas entre tenedores de tierra, inversionistas, gremios, organizaciones agrícolas y campesinas, con un gobierno facilitador y no intervencionista, ni confiscador que permita avanzar en nuevas oportunidades. Esto sin mencionar la mal llamada política de “derechos sexuales”, con la cual el Gobierno busca aprobar una facultad extraordinaria para imponer la cátedra de aborto a su antojo, sin la posibilidad de que los padres elijan el derecho a decidir el tipo de educación que quieren para sus hijos.

Sin embargo, de este Gobierno no podremos esperar algo mejor, corresponde al Congreso de la República, y a la reacción efectiva de la ciudadanía en las elecciones de octubre levantar el muro de contención para frenar la locura de destrucción que busca perpetuar la presidencia de Gustavo Petro.

*Pd. El afán del Presidente Petro por tramitar esa cantidad de reformas en el Congreso, puede ser su estrategia para culpar al legislativo de impedir el mal llamado “cambio”, y así buscar una Asamblea Nacional Constituyente. Tengamos cuidado, compatriotas. Dios guarde a Colombia.