Aun senador o a un candidato que lleva un año de campaña nadie le sigue los pasos a diario. Puede perderse de vez en cuando, hacer su vida como le parezca. Incluso viajar al exterior sin permiso y de pronto nadie se da cuenta hasta pasado un tiempo.

Pero un jefe de Estado está sometido al escrutinio público todos los días. Su equipo de prensa envía la agenda a los periodistas para que conozcan sus pasos. Pueden figurar “asuntos de gobierno” o privados,sin especificar más, y se producen cambios sobre la marcha por alguna razón de peso.

Lo extraordinario, lo anormal, es que el mandatario anule citas anunciadas de un momento a otro, sin una justificación clara. Dejar plantados a 580 alcaldes en un evento que él mismo convocó o a mil militares en una ceremonia importante, dada la mutua desconfianza, resulta preocupante. Máxime si la ausencia repentina pasa de excepción a norma.

De pronto la única diferencia entre el Petro de antes y el jefe de Estado de ahora radica en que su vida se volvió pública casi que siete días por 24 horas. Y que no lo resiste.

A partir de ahora, pocos creerán las erráticas excusas de sus funcionarios, máxime cuando el propio presidente los dejó esta semana a los pies de los caballos. Desde el Palacio de Nariño alegaron “reuniones urgentes privadas” para suspender el reconocimiento de tropas y la cúpula militar rindiendo honores a su jefe supremo. Petro, sin embargo, alegó “dolores fuertes de estómago” para cancelar todo. ¿Por qué esos dolores? ¿Fueron los mismos que le impidieron cumplir a los alcaldes? ¿O eran otros?

Al margen del problema personal que tenga, porque ese singular comportamiento denota que oculta algo, pareciera que o bien hace una lectura equivocada del momento político o le importa todo un rábano porque no siente respeto por casi nadie y, menos aún, por los cuerpos de seguridad del Estado.

Lo volvió a demostrar el miércoles. No creo que faltara a su cita del martes, en la José María Córdova, para fastidiar a los generales, puesto que tampoco posesionó a dos ministros. Se trató, más bien, de un motivo inconfesable que de pronto derivó en un daño estomacal. Pero no parece que le preocupara lo más mínimo, si analizamos lo que hizo al día siguiente.

Almorzar en la Cuarta División con los soldados, en lugar de sentarse con los oficiales como gesto de disculpa y aprecio, aparte de un signo populista, igual que pernoctar en el hogar de gente humilde, llevaba dos cargas de profundidad. Despreciar a coroneles y generales una vez más, y ahondar en su empeño de inocular el virus de la lucha de clases en el Ejército.

Petro olvidó pronto que se pasó la campaña advirtiendo de imaginarios golpes de Estado para impedirle gobernar y la realidad es que las Fuerzas Militares, como ha sido una constante, respetaron la voluntad popular. No estaría de más, por tanto, que quien ahora es su comandante supremo emita una señal que indique que respeta y valora su labor y sus méritos. Porque el nombramiento de un ex-M-19 sin trayectoria en inteligencia al frente del DNI es otra bofetada.

En todo caso, y volviendo a los desplantes, aunque un jefe de Estado tan despectivo con las instituciones y las personas genera roces, desconcierto y desconfianzas, incluso dificultad a la hora de trabajar en equipo, como le ocurrió en la Alcaldía de Bogotá, no creo que ese rasgo de su personalidad termine siendo un factor decisivo en su gobierno.

Estamos tan acostumbrados a las falsedades en la política, a que nos crean pendejos, a la falta de transparencia de Petro y a las mentiras de su guardia pretoriana, que en unas semanas ya no le daremos importancia a los desaires venideros.

¿Acaso no olvidamos el cáncer, que no era, cuando viajó a Cuba en secreto y sin permiso del Congreso? ¿Y el covid con hospitalización en Italia, en plenas restricciones por la pandemia?Lo cierto es que la democracia en el mundo atraviesa una honda crisis de gobernanza, agrandada por las redes sociales. Elevan a los altares a populistas, mediocres y megalómanos, tipo Pedro Sánchez, que no tienen el Estado en la cabeza ni vocación de trabajo ni principios.        

El conservador británico Johnson, hombre culto, debió dimitir por sus fiestas clandestinas mientras obligaba a sus compatriotas a una vida monástica por el virus chino. Nunca domesticó su espíritu insolidario y fiestero, igual que su colega finlandesa, de solo 36 años. Marin rumbea sin recato en un año en que los finlandeses viven presos del miedo por las amenazas guerreristas de Putin. Y qué decir del ignorante Castillo o el tirapiedras novato Boric.

Biden, sin embargo, cuenta con una dilatada carrera política, pero no tiene cabeza para liderar la primera potencia mundial. Ante los poderosos déspotas que siembran el terror, en lugar de mostrar fortaleza y liderazgo, exhibe brotes de senectud. Inquietante que una admirable nación, ejemplo de democracia, sustituya a un mandatario delirante por un hombre sin facultades para llevar el timón.

Estamos fregados.