Tiene razón de sobra Juan Camilo Restrepo, jefe negociador del gobierno, cuando le dice al ELN que al cese del fuego y de hostilidades se llega de-sescalando la confrontación, y no escalándola, como pretende ese grupo guerrillero con atentados terroristas como el de hace 15 días en Bogotá, que mató a un policía, dejó ciegos a otros dos y heridos a 21 más y a seis civiles que pasaban por ahí.Pero habría que saber si el ELN de verdad quiere un cese del fuego.No parece que lo quiera. Cada nueva intentona de diálogo –en Caracas hace unos meses entre Frank Pearl y Antonio García, en Quito hace 20 días entre Juan Camilo Restrepo y Pablo Beltrán, para mencionar solo las dos más recientes– la acompaña el ELN con una provocación: reclamando entonces el derecho a secuestrar, y arrogándose ahora el derecho a matar, caiga quien caiga. Para obligar al gobierno a ser él quien asuma la responsabilidad de la ruptura.No es la primera vez que el ELN actúa de esa manera, y es así, sospecho, porque no sabe actuar de otra. Lo suyo no es la política, sino la guerra, independientemente de si esta tiene o no efectos políticos: la guerra como fin en sí misma. Recuerdo un episodio de hace 40 años, cuando en la revista Alternativa tuvimos conversaciones con el ELN sobre la posibilidad de dejar las armas que proponía en su interior un grupo llamado Replanteamiento tras la salida a Cuba y la destitución de su jefe Fabio Vásquez Castaño y su sustitución provisional por el joven Gabino, Nicolás Rodríguez Bautista. Nos contaba Gabino que uno de los viejos fundadores (aunque entonces todos eran jóvenes) había roto la discusión diciendo:–Ustedes hagan lo que quieran. Pero a mí déjenme seguir echando mis tiritos.Han seguido echándolos desde entonces. Durante 40 años más. Hace dos, en la celebración (¿?) de su primer medio siglo de existencia como organización subversiva, contaba Gabino en su sitio de internet Voces de Colombia su acción guerrillera fundacional, la toma del pueblo santandereano de Simacota:“En la mañana del 7 de enero de l965 la guerrilla entró en Simacota, después de haber dado muerte al sargento de la Policía que mandaba el puesto y a tres agentes de esa misma institución”… Unas horas más tarde, en un tiroteo con una patrulla del Ejército, el ELN tuvo su primer muerto y su primer desertor; y al día siguiente, cuando se retiraba, otro desertor más y la primera delación, que le costó dos presos. Resume Gabino, que era entonces un muchacho de 14 años y hoy es el comandante de la guerrilla:“Así pues, la acción de Simacota tuvo como resultados concretos la muerte de tres policías, dos soldados y un suboficial de la Policía, la recuperación de cuatro fusiles 7.62 mm, algunas armas cortas, dos fusiles punto 30, cerca de 60.000 pesos tomados de la Caja Agraria y de la sucursal de la cervecería Bavaria, algunas drogas y víveres. La guerrilla perdió a dos combatientes, tuvo dos desertores, y días más tarde sufrió la captura de dos guerrilleros más. En la población civil hubo un herido leve en forma accidental”.Y así sucesivamente a lo largo de 52 años más. Los únicos “resultados concretos” de las acciones elenas han sido policías muertos, guerrilleros muertos, desertores muertos, secuestrados muertos, ciudadanos que pasaban por ahí muertos, o “heridos en forma accidental”. ¿Cree de veras el ELN que sus cinco décadas de andar echando tiritos (Gabino tiene hoy 65 años) han servido para promover en algo, no digamos ya la Revolución, palabra mayor, sino el avance de la justicia en esta sociedad en cuyo nombre dice actuar? Los muertos podían tener algún sentido, podían ser entendidos como un medio para un fin, cuando el ELN creía posible la toma del poder por las armas y la revolución consiguiente. Pero si ya no cree en ellas –pues si creyera no estaría diciendo que quiere negociar la paz– ¿a qué vienen más muertos y más muertos?Creo que el ELN no quiere negociar la paz. Pero creo que tampoco sabe lo que quiere. Puede leer más columnas de Antonio Caballero aquí