En Colombia, estamos viviendo el episodio más grave de propaganda estatal en la historia reciente. No se trata de un mero ejercicio de divulgación de logros o propagación de información sobre buenas noticias que emanan de la administración; es un ejercicio dedicado y preciso para crear una serie de narrativas peligrosas que tienen como único objetivo que la izquierda radical que representa el presidente Gustavo Petro se mantenga en el poder. Grave.

Gustavo Bolívar, director del Departamento de Prosperidad Social, asegura que la contratación de influenciadores digitales es un mecanismo para contarle al país sobre los avances de las políticas de la administración y niega que esto sea un trabajo para adoctrinar a los colombianos o atacar despiadadamente a la prensa. Sin embargo, el efecto práctico de las bodegas del Gobierno es muy diferente a su propósito. Es evidente que los voceros digitales del Estado se han convertido en repartidores de odio, acoso y mentiras.

La estrategia propagandística del Estado va más allá de unos jóvenes en redes sociales y se fortalece en RTVC, que, financiada con los dineros de los contribuyentes, es un parlante de defensa del Gobierno, punta de lanza de sus ataques, validador de sus teorías e incluso fuente de sus hipótesis. Lamentablemente, se convirtió en un RT o en un Telesur criollo.

La historia nos muestra la gravedad del uso desmedido de los medios de comunicación por parte del Estado. En Venezuela, Hugo Chávez y Nicolás Maduro la emprendieron contra la prensa hasta que la destruyeron y la sustituyeron por medios del poderoso Gobierno, en el que no hay lugar para el debate, las denuncias o el disenso, y solo existe espacio para la cacofonía del mensaje gubernamental. Mataron la democracia.

Pero si vamos más allá, es imposible olvidar la propaganda en la Alemania nazi. Bajo el régimen de Adolf Hitler, el Ministerio de Propaganda, dirigido por Joseph Goebbels, utilizó extensas campañas de propaganda para promover la ideología nazi, que incluía el antisemitismo extremo, el nacionalismo y la guerra. La propaganda fue esencial para deshumanizar a los judíos y justificar el Holocausto, además de movilizar a la población alemana para apoyar las políticas belicistas del régimen. Es lo que dice la historia.

O incluso, en otro capítulo horrendo, la propaganda de la Unión Soviética se utilizó para glorificar al Partido Comunista y ocultar los fracasos del régimen, incluida la represión política, las hambrunas y las purgas de Stalin. Terrible.

Es conocido que el presidente Petro ha dicho en múltiples oportunidades que la comunicación y los medios son determinantes para conseguir y mantener el poder. Pero es importante recordarle que, más que el poder, lo realmente importante para los demócratas es la defensa y protección de la democracia. Todos tenemos el derecho de expresarnos y, lo más importante, de disentir. El aparato del Estado no debe ser usado para arrasar a aquellos que no están de acuerdo con el poderoso establecimiento. Gobernar es escuchar a todos, no solamente a los que aplauden o a los que avivan a sueldo. El presidente debe decidir si mantiene la propaganda para aferrarse al poder o ser un demócrata para permitir el debate y la democracia.