En 2010 tuve la oportunidad de conocer la isla de Providencia. Me impactaron por igual su impresionante belleza y su doloroso abandono. A un mar de un azul tan claro que dejaba ver un fondo donde reposaban estrellas marinas le contrastaba una única vía a medio pavimentar, con un aeropuerto diminuto de sillas destartaladas que evidenciaban que allí hace mucho no existía el Estado. El paisaje quitaba el aliento. Cientos de cangrejos negros atravesaban todos los lugares, las casas guardaban entre sus colores vivos la historia de un pueblo que, a pesar de ser geográficamente parte de Colombia, siempre ha estado a un lado. ¿Cómo podía el país tener en semejante olvido a una isla tan única y hermosa?
El 16 de noviembre de 2020, Iota golpeó el archipiélago de San Andrés. La peor parte la llevaría Providencia. A las 4:00 a. m. se perdió toda comunicación con la isla, cuando el ojo del huracán, con sus vientos de 250 kilómetros, pasó a solo 16 kilómetros de distancia. Con el correr de las horas, se vislumbró la magnitud de la tragedia: Iota había arrasado el archipiélago con daños graves para San Andrés; pero a Providencia y Santa Catalina sencillamente las borró. El 98 por ciento de sus viviendas quedaron completamente destruidas. Cuatro personas fallecieron, y se necesitaron casi dos semanas para restablecer la energía. El hospital quedó desmantelado.
Nadie estaba preparado para lo que pasó, pues un huracán de tal magnitud jamás había tocado el territorio nacional. Por supuesto, fallaron todas las previsiones. Turistas y habitantes quedaron atrapados en el archipiélago y sintieron el terror de la fuerza de la naturaleza.
De inmediato, el presidente Iván Duque se comprometió a poner en marcha un programa para atender la tragedia y prometió que en 100 días San Andrés y Providencia estarían reconstruidas. Al frente de esta gestión se nombró a Susana Correa.
Hoy, a 178 días de la tragedia, de las 1.134 viviendas que el Gobierno prometió construir en Providencia solo ha terminado dos, según un informe dado a conocer por la Contraloría General. ¡Dos viviendas! De las edificaciones que quedaron en pie, 673 ya han sido reparadas y 146 están en obra. En San Andrés, dijo la Contraloría, se han construido 9 viviendas nuevas de las 104 prometidas, y se encuentran en proceso de reconstrucción 7, de las 2.438 viviendas que necesitan atención.
Mientras el país tiene su atención en las protestas que se viven a diario en las ciudades, miles de colombianos en Providencia duermen en la misma carpa que les entregaron para resguardarse el día siguiente del paso de Iota. Deben hacer colas para buscar agua potable, duermen en colchones, cocinan en estufas improvisadas y cada vez que llueve ven mojarse lo poquísimo que tienen por las goteras que ya tienen las carpas.
Llegó junio, y con él, una nueva temporada de huracanes. Con videos subidos a las redes, los providencianos claman a gritos por atención. En estos videos se ve cómo tras cada lluvia, las carpas se inundan; el miedo regresa, pues se pronostican tormentas tropicales y en esas condiciones ni siquiera pueden soportar un fuerte aguacero.
¿Cómo ha podido pasar todo esto?
El pasado 2 de junio, la Cámara de Representantes citó a un debate de control político para conocer a los responsables de este incumplimiento. El gobernador de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, Everth J. Hawkins Sjogreen, a pesar del atraso, le agradeció al presidente Duque, pues “…es la primera vez en la historia que los funcionarios que toman decisiones se trasladan a atender directamente el problema”, afirmó. El alcalde de Providencia, Jorge Norberto Gari Hooker, se mostró preocupado por el hospital: “…No se han comenzado las obras de reconstrucción del antiguo hospital; el hospital de campaña no soportaría tan siquiera una tormenta tropical… no tenemos un lugar en donde atender a los pacientes”. Y Susana Correa, gerente para la reconstrucción, cerró el debate pidiendo paciencia: “Estamos trabajando arduamente para seguir el ritmo y poder terminar estas obras”.
Quise preguntarle al periodista de San Andrés César Pizarro, reportero de The Archipiélago Press, quién es el responsable de este desastre: “Todo el mundo sabía que esa meta de los 100 días era imposible; era irrealizable...”. Según cuenta, en los primeros meses las Fuerzas Militares hicieron una tarea titánica de remover escombros. Pero luego vino el problema del transporte de materiales. Todo debe llegar en barco, y un solo empresario naviero de la región, dice Pizarro, tiene el monopolio del manejo del puerto de Providencia. Además, el muelle no tiene capacidad para barcos de gran calado, por lo que se requieren varios viajes para movilizar el material.
En pocas palabras, para Pizarro, el Gobierno sencillamente no conocía las condiciones de San Andrés y Providencia. “La región le dijo ‘nombre un comité con gente de la región, que conoce las complejidades del lugar’, y nombró a una persona de afuera… Subestimó la complejidad del problema creyendo que lo podía hacer tan fácilmente como construir cualquier obra en cualquier lugar, sin tener en cuenta que Providencia es un puerto marítimo limitado, sin capacidad de transportar lo que necesitaba”, concluye Pizarro.
A San Andrés y Providencia no solo las destruyó Iota, sino el olvido de este y tantos Gobiernos que le antecedieron. El huracán lo único que hizo fue dejar al desnudo este abandono.