¿Por qué consiente todo a Verónica Alcocer? ¿Por qué le allana el camino hacia una candidatura presidencial? ¿Por qué le importa tan poco la gente que sigue dejando metida a quien le provoca?
La vida privada de los mandatarios es cosa suya mientras no interfiera en las acciones de gobierno. Y la del matrimonio Petro-Alcocer tiene injerencia en algunos aspectos de la gestión del jefe de Estado.
Su último desplante con los magistrados de altas cortes, en el propio Palacio de Nariño, es impresentable. Y nos acostumbró a que no ofrece excusas o las que da no son creíbles.
Ya es hora de que aclaren si sufre un problema de consumo de alguna sustancia de la que no se puede recuperar en un día, si padece alguna enfermedad recurrente, aunque se le ve con aspecto estupendo, o si, sencillamente, le asalta una súbita pereza y le vale cinco dejar metido a quien sea –700 alcaldes venidos de lejos, honorables togados o el presidente de Francia–.
Y dada la reiteración de ese tipo de conducta, no se avizora la menor intención de enmienda.
En cuanto a la primera dama, nunca ninguna de sus antecesoras buscó protagonismo de manera tan descarada. Ridículo su capítulo en la telenovela de los 100 días, con un deplorable Álvaro Leyva de coprotagonista. Ese señor pensará que somos tan idiotas que alega que pagan costosos hoteles en los viajes porque “no va a dormir en un parque” la señora.
Tampoco tendría que sorprender el cinismo de un canciller que aseguró que desconocía que su propia esposa y su hija eran socias de una compañía especializada en gestionar nacionalidades. Y que firma feliz los nombramientos en puestos diplomáticos de amigos del presidente y de políticos de los partidos del Gobierno.
Petro se la pasó cacareando que el servicio exterior sería para los profesionales en relaciones internacionales, en lugar, dijo, de “los hijos de presidentes, de los amigos de la clase política colombiana”. Y solo se ha limitado a quitar los que había para meter a los suyos.
A su íntimo Jorge Rojas le regaló Bruselas; a otro íntimo, Eduardo Ávila Navarrete, España; al aliado político Guillermo Rivera le tocó Brasil; a Navas Talero, Dinamarca; Moisés Ninco Daza se quedó con México; Camilo Romero prefirió Argentina; León Fredy Muñoz, Nicaragua, y solo menciono algunos embajadores. Imaginen los cargos inferiores para amigos o pagar favores.Obvio que Verónica tuvo su cuota: a su amiga sincelejana Ligia Quessep la puso en Italia.
Más extraño es el caso de la catalana Eva Ferrer, gestora de la imagen de la primera dama, designada en un alto cargo en Palacio para el que carecía de mérito alguno, empezando por el hecho de no tener nacionalidad colombiana. ¿Y por qué entregó a Verónica el ICBF, esencial con tanto niño maltratado y un botín apetecido por politiqueros? Y todo para atiborrarlo de incompetentes.
Hace poco vi un video de la primera dama, difundido en redes sociales, sobre una cita con una entidad nórdica. El directivo extranjero habla en su idioma y Verónica, en español. Así fuese fluida en inglés, no lo usaría. El destinatario de sus palabras no era su interlocutor, sino el público colombiano.
Soltaba frases efectistas, rebosantes de lugares comunes, y advertí un par de detalles que evidencian que detrás de la campaña hay una mente experta en marketing.
Cada vez que Verónica habla, la cámara enfoca a los extranjeros, que asienten discretamente con la cabeza, dando a entender que escuchan planteamientos inteligentes. En el video aparece su logotipo, con sus iniciales, y lo cierra su nombre en mayúsculas.
También encontré reseñable la esperpéntica foto subida a un árbol de naranja y botas de caucho. Lo de menos son los memes que aparecieron, el objetivo será que hablen de ella.
En cuanto a Petro, sabíamos de su megalomanía y su dificultad para hacer equipo. Pero en estos cuatro meses no ha hecho sino ahondar inquietantes facetas de su compleja personalidad.
Aparte de sus desplantes, casi no habla con los ministros, suele ensimismarse en las reuniones y no emplea, por ejemplo, las horas de avión para intercambiar opiniones. Tampoco se comunica con su círculo más estrecho cuando no aparece en un evento. Lo demostró con los alcaldes. Prada solo balbuceaba falsas excusas porque era palpable que carecía de información.
Pese a todo, Petro, hombre de odios y rencores, ha fijado su puerto de destino. Lo difícil es descifrar la clase de socialismo puro y duro que pretende dejar tras el fracaso del chavismo. Apenas emite señales vagas, como el empeño en debilitar las Fuerzas Armadas o asaltar Ecopetrol.
Tampoco es claro el papel que deja jugar a Verónica, dueña de una ambición desmedida, cierto carisma y grandes dotes de actriz. No es una Kirchner radical, lo suyo es más una Evita de ideología moldeable.
Y apenas comienza el culebrón palaciego.