Cuento: “Dicen que, en una ocasión, en el pueblo hubo un gran incendio. Los bomberos trataron de apagarlo, pero el fuego era gigantesco y no pudieron. Pidieron ayuda por radio y de pronto llegó, de un pueblito vecino, un camión de bomberos viejo y destartalado, que se metió directo en el fuego. Ese camión de bomberos se metió tanto en el fuego que casi se quema, y los bomberos se bajaron y, por estar tan cerca del incendio, lograron apagarlo. Una periodista que estaba cerca entrevistó a uno de los bomberos, y le dijo: ‘Ustedes son muy valientes, los felicito. Vi que el dueño del edificio les dio un cheque en agradecimiento a su valentía. ¿Qué piensan hacer con ese dinero?’. Entonces el jefe de los bomberos le contestó: ‘Lo primero que vamos a hacer es mandar a arreglar los frenos del camión, porque casi hace que nos quememos’”. Opinión: No nos rendiremos Algo similar a los bomberos de este cuento me ha pasado. Debido al lugar donde nací, y a la situación de mi familia, me vi metido en todo este incendio social sin poder frenar. Me llamo Ricardo Esquivia Ballestas, nací en Cartagena hace más de siete décadas, de padre afro y madre de descendencia indígena, ambos campesinos sin tierra. Puesto que mi papá resultó leproso, fue capturado y llevado al sanatorio de Agua de Dios, en Cundinamarca. De niño me trajeron detrás de él, pero los niños sanos no podían vivir con sus padres leprosos, entonces terminé en un internado menonita en Cachipay. De pronto me encontré rechazado por ser hijo de un padre leproso, por ser negro, por ser pobre, y por estar en un colegio protestante. Lo que había vivido me motivó a estudiar Derecho, porque en ese tiempo creía que la ley era creada por la justicia; pero con el tiempo he descubierto que eso no es tan cierto. Es más la política. Le recomendamos leer: Alma, cuerpo y corazón Durante los últimos 50 años he dedicado mi vida a ayudar a las comunidades a buscar salidas al conflicto social. Inicié en el sur de Bogotá, y luego recorrí muchas zonas del país. En 1988 tuve que salir de San Jacinto porque las paredes amanecieron con grafitis en que advertían que me iban a matar. En el 93, nuevas amenazas se repitieron y tuve que pedir ayuda para salir del país. En 2005 me iniciaron un proceso dizque por ser ideólogo de la guerrilla; estigmatización por mi labor comunitaria. A partir de entonces, me interceptó ilegalmente el DAS, según descubrí al leer el listado de víctimas de las chuzadas. Las he vivido todas. Montajes judiciales, desplazamiento, exilio. Desde hace casi 20 años me establecí en Montes de María, y allá coordino la Asociación Sembrando Semillas de Paz, Sembrandopaz. Esta zona fue duramente golpeada por la guerra. Ocho grupos armados, legales e ilegales, de derecha y de izquierda, se disputaban entre sí el territorio, y mientras tanto obligaban a los habitantes a colaborar y a obedecerles. He sido testigo de las masacres, los desplazamientos, los asesinatos selectivos, los falsos positivos de nuestro conflicto. La forma en que rompió el tejido social y frustró miles de proyectos de vida. La violencia destruye la confianza y produce miedo, lo cual impide que las comunidades se unan y puedan trabajar juntas. Nuestra labor en la zona consiste en acompañar a estas comunidades en retorno, y ayudarles a recuperar la confianza, porque solo cuando hay confianza la sociedad florece. Creo en los ciudadanos activos; creo en las sociedades informadas. Creo en un Estado que sea capaz de hablar con los ciudadanos, y trabaje en beneficio de la comunidad. Y así procuramos que suceda en el Espacio Regional de Paz, entidad de la que hago parte. Pero nuestro Estado es centralista y quiere resolver todo desde Bogotá. Además, tiene la tendencia a no escuchar, y por eso casi nunca entiende las problemáticas comunitarias. Esto obliga a que las comunidades, además de organizarse, se movilicen de manera no violenta, con el riesgo de ser malinterpretadas por funcionarios del Estado y medios de comunicación. Esta dinámica a veces trae represión. Ya aprendí que tocar intereses económicos y políticos produce estigmatización y amenazas. Puede leer: Todos tenemos alguien a quien amar Llevo 18 años viviendo entonces en Montes de María, y mi lucha es conseguir que las comunidades dejen de lado la desconfianza y trabajen unidas. Esa es mi causa. Blindar a la región, que es una de las zonas de las circunscripciones para la paz, para que nunca más se repita la violencia. Para que terminen las amenazas. Para que nos convirtamos en vigías de la esperanza y construyamos puentes que superen la polarización política; para que nuestros esfuerzos no sean accidentales como los bomberos del cuento, sino resultado de nuestra visión, voluntad y compromiso. Y para que podamos usar los frenos cuando queramos.