Pensé que viajaría en globo. O en un catamarán, como hizo la ecologista Greta Thunberg para rubricar su bandera de cero emisiones. O que haría una intervención virtual, con el propósito de mostrar al mundo que el petróleo es más perjudicial que la cocaína y que nadie debe consumir ni un solo litro de semejante veneno para la humanidad.
También me sorprendió su afán por seguir un tratamiento contra la calva, según reveló María Isabel Rueda en una columna. Nada mejor que tener la cabeza como una bola de billar para comprar menos productos capitalistas que enriquecen a las multinacionales esclavistas y coloniales. Además de que el estereotipo de belleza asociado a una mata de pelo, sin una sola zona desértica, no casa con la prédica de instaurar un mundo donde lo importante se encuentra en el interior de las personas y no en su desenfrenado consumismo y su presencia externa.
Pero la incoherencia la tiene impresa en su ADN, igual que su pasión por los insultos y un incorregible desprecio hacia sus semejantes, en especial a quienes declara enemigos hasta la muerte por la causa que se le antoje.
Y la verdad es que su presencia en la conferencia sobre la invasión a Ucrania por los criminales del Kremlin en Suiza era totalmente irrelevante, se la podría ahorrar, salvo que haya pensado que alguien debía representar de alguna manera los intereses del macho alfa soviético. A fin de cuentas, es uno de los escasos mandatarios de nación democrática que lamenta la caída del muro de Berlín y siente nostalgia por un sistema económico de puertas cerradas a cal y canto. De pronto ya olvidó que solo se sostuvo durante décadas encarcelando o matando a quien osara escapar de la Cortina de Hierro.
De todo hay en la viña del Señor y el que gobierna Colombia para los suyos cada día es más peculiar y, al mismo tiempo, más previsible y alejado de la realidad. Se podrían analizar a diario las barbaridades que teclea de manera frenética o las que proclama con aire de superioridad moral, y admito que caigo en la tentación de dedicarle más espacio del que merece.
Pero dos de sus últimas intervenciones me causaron aún mayor perplejidad que su habitual verborrea y son la constatación de que se encaramó a la cima del Olimpo, adornado con el consabido delirio de infalible emperador.
“El faro de la democracia está, ahora, en América Latina”, clamó tras el triunfo de la derecha moderada en las recientes elecciones europeas y no tuvo que aguantarse la carcajada porque realmente está convencido de que siempre tiene la razón.
Imagino que se referirá a su amigo Lula, que en aras de mostrar respeto a la limpieza política nombró al juez federal Ricardo Lewandowski, que fue clave en anular sus condenas por manejos corruptos, ministro de Justicia. Un favor postrero a su amigo de siempre, cercano a los 80 años, que seguro le hacía ilusión ocupar una cartera y retrasar la jubilación.
O, de pronto, a Nicolás Maduro, el tirano aliado de Putin en la región que no sabe cómo poner más palos en la imparable rueda de María Corina Machado. ¿O pensaba, al pronunciar tan ilustre frase, en el lacayo de Raúl Castro, un mediocre que ahonda la miseria y la falta de libertades de sus conciudadanos? O quizá a quien tenía en mente era al exguerrillero Daniel Ortega y a su estrafalaria y peligrosa lugarteniente Rosario Murillo, que cada día amplían sus ansias dictatoriales. Empeñados en superarse a sí mismos, han llegado al extremo de clausurar parroquias católicas, en un afán por silenciar las escasísimas voces que aún desnudaban sus crímenes.
Habrá que coincidir con nuestro preclaro inquilino del Palacio de Nariño en que somos el faro democrático que ilumina las galaxias, porque supongo que, a la velocidad que va, la Tierra se le queda pequeña.
Tampoco es aceptable que tache de “nazi” a la derecha que venció en los citados comicios en la Unión Europea, una acusación tan intolerable como falsa. De hecho, la presidenta del Partido Popular Europeo, Ursula von der Leyen, sugirió un pacto con los socialdemócratas para aislar a los extremos.
Aparte de que el presidente colombiano carece de autoridad moral cuando cuenta con integrantes del Partido Comunista, heredero de las dictaduras asesinas de decenas de millones de personas. Solo Stalin mató a unos 40 millones y Mao superó esa cifra.
Alguien podrá concluir que falto al respeto al jefe de Estado y están en lo cierto. Admito que cuenta con la legitimidad de gobernar hasta agosto de 2026 y considero lógico que pretenda perpetuar su estilo de gobierno, que no su mandato. Pero ya no le tengo ninguna consideración, me harté de sus calumnias y de su empeño en torcer la historia para acomodarla a sus propuestas populistas.
Me habría gustado demandarlo por calumnia cuando me tildó de “franquista”, pero haría perder el tiempo a la Justicia y a mí misma. Y ya me resbalan sus diatribas.